jueves, 6 de febrero de 2014


Le week-end: Miserias y grandezas de las parejas duraderas. (Elogio del cine de reestreno.)

Juan Pérez
Título original: Le Week-End
Año: 2013
Duración: 93 min.
País: Reino Unido
Director: Roger Michell
Guión: Hanif Kureishi
Música: Jeremy Sams
Fotografía: Nathalie Durand





                  El actual sistema de exhibición de las películas, que hace que éstas apenas tengan tiempo de sobrevivir en las salas, a excepción de aquellas que se venden como un éxito de público antes incluso de ser proyectadas, un paradójico best-seen que se espera como un best-seller, provoca que algunas películas, sobre todo europeas, y no digamos ya nacionales o autonómicas, tengan una vida tan efímera que ni siquiera su exhibición permite el adecuado boca a boca que contribuya a la mencionada supervivencia y al extenso conocimiento de las mismas. En Barcelona gozamos de la inmensa suerte de tener dos salas que nos permiten recuperar esas películas que salen de la primera línea de los estrenos que se dan codazos y se alojan, con sus serenas e interesantes propuestas, ya en los Meliès, ya en el Maldà, (¡larga vida a ambas!) donde los aficionados que no podemos seguir el ritmo frenético que impone el consumo tenemos esa segunda oportunidad que nos permite ver en una sala lo que, de otro modo, ya solo podríamos conocer en la pantalla de la televisión, con la irremediable pérdida correspondiente.

Ése es el caso de Le Week-end, una película inglesa que viene avalada por el autor del guión, Hanif Kureishi, quien lo fuera también de aquella joya inolvidable que es Mi hermosa lavandería, en su momento, a mediados de los 80, una propuesta tan fresca como lo fuera en los años 50 y 60 el famoso free cinema de Tony Richardson o Reisz. El guión de la película se basa en la novela de corte autobiográfico del propio Kureishi, titulada Intimidad, crónica de su propia separación a partir de sentirse rechazado “física y emocionalmente”, lo que constituye, en efecto, el conflicto fundamental de la película que comentamos, si bien, en esta recreación fílmica se ha optado por una versión sadomasoquista de cuya presencia en la novela no puedo dar razón. A medio camino entre la ejemplar y terapéutica Secretos de un matrimonio (en sueco Escenas de la vida conyugal, que esto de las traducciones de los títulos es para comentario aparte) y cualquiera de las incontables películas de Allen sobre las crisis de pareja, más el atractivo de un escenario como París perfectamente escogido y fotografiado, sin énfasis turístico alguno, como ocurría en Antes del atardecer, Le week-end explota lo que puede acabar convirtiéndose en un relativamente reciente filón: las crisis de pareja entradas en años. Nada que ver, por supuesto con una obra maestra como Amor, de Haneke, que se sitúa en otra dimensión diferente. Le Week-end está más cerca, aunque con un tono más amargo (bitter), de Late Bloomers, aquí traducida como Tres veces 20 años, con una espléndida interpretación de Isabella Rossellini y William Hurt, a quienes la pareja de Le week-end, soberbia, en la línea de la mejor tradición británica, nada tiene que envidiar, porque componen, como se suele decir de los actores teatrales, dos personajes llenos de matices y verdad, por más que ésta sea, durante la mayor parte de la cinta, escalofriante: la humillación constante, la devoción inexplicable, la complicidad recuperada, la transgresión reencarnada y los despojos de sueños no cumplidos se reúnen en este fin de semana lleno de lances novelescos, y algunos de ellos acaso bobamente británicos, para pasmo, a veces, compasión otras y desinterés alguna que otra vez, por parte del espectador, de una pareja protagonista a la que solo le vale, desde la escasez económica de sus comienzos, recién recuperada, reinventarse como proyecto de vida en común, algo que no queda claro en la película que puedan conseguir. La música-muleta de Jeremy Sams, como un larguísima pieza de jazz sin altibajos, acaso lejanamente inspirada en el minimalismo de Erik Satie, confiere a las andanzas de la senil pareja una suerte de joie de vivre que contrasta con la miseria sexual y emocional de su relación, expresada con una crudeza hiriente, también netamente británica. El hecho de que se trate de una pareja de profesores hastiados de su profesión (“Hay que leer menos y vivir más” dice uno de los slogans del particular y anacrónico mayo del 68 que viven los protagonistas, escrito por el divulgador de Wittgenstein en la suite de un hotel de lujo) y el modo como recalcan de dónde proceden, Birmingham, como si fuera el culo del mundo, justo lo opuesto al cosmopolitismo parisino, casi dotan a los personajes de una dimensión universal que los hace fácilmente extrapolables a otras latitudes. Con todo, hay algo inimitablemente británico en ese humor sarcástico, despiadado, con que ambos personajes se despellejan continuamente sin que las heridas profundas que de ese trato cotidiano se derivan logren llevarlos a una separación definitiva: a su edad, ambos saben que solos son y valen menos y se hallarán más indefensos, y posiblemente más tristes. Aunque al espectador le llega parte de su vida mediante el relato de otros personajes o la relación telefónica con el hijo, no será sino hasta la confesión final de sus flaquezas, reconvertidas en salvavidas, que el espectador podrá entrar en el núcleo duro del conflicto que los enfrenta y los une al tiempo. Si el espectador recuerda el gran éxito del director de la película, Roger Michell, aquella bobalicona comedieta romántica titulada Notting Hill, que tanto éxito popular tuvo, podrá ahora ver algo así como el envés patético, más que trágico, de aquélla. Los años no pasan en balde. Y preservar el amor y la pasión más allá de los 60 cae del lado de la imaginación a prueba de bombas. Will you still need me when I’m sixty four?, cantaban los Beatles. Amor de Haneke es una respuesta; Le week-end, otra, muy diferente. 

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