martes, 9 de diciembre de 2014

Un Woody Allen cansado...



Allen sin chispa...ni pizca de magia.


Magia a la luz de la luna o el primum vivere… de un autor demasiado irregular.

Título original: Magic in the Moonlight
Año: 2014
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Fotografía: Darius Khondji
Reparto: Emma Stone, Colin Firth, Marcia Gay Harden, Jacki Weaver, Eileen Atkins, Simon McBurney, Hamish Linklater, Erica Leerhsen, Jeremy Shamos, Antonia Clarke, Natasha Andrews, Valérie Beaulieu, Peter Wollasch, Jürgen Zwingel, Wolfgang Pissors, Sébastien Siroux, Catherine McCormack.


        
         Se trata ya de una cita obligada, el hecho de ir a ver la última película de Woody Allen sin saber uno si va a encontrarse con una obra maestra o con un bodrio infumable, un pasatiempo, un entretenimiento aburrido, cuando no con un insulto al espectador como la horrorosa Vicky, Cristina, Barcelona de triste recuerdo. Allen no es un cineasta que viva de las rentas, porque cuando toca, y se ve que esta vez “no tocaba”, hace películas como la reciente y muy valiosa Blue Jasmine verdaderamente notables. Hay quien incluso ha descubierto un algoritmo curioso: años pares, bodrio; años impares, excelentes. Pocas fallan, como Interiores o Stardust memories, que son de años pares ambas.
         Reclamado desde Europa, donde se le ve más como un poderoso agente comercial de propaganda turístico, Allen lleva ya algunos años en el viejo continente tomando a los productores como nuevos indios, en justa reciprocidad histórica, y a cambio de ciertos exteriores del rodaje o la mención de la ciudad en el título de la película, hace caja con una facilidad espantosa, sin que por ello se resienta lo más mínimo –salvo entre algunos críticos– su reputación. Allen será siempre Allen, sobre todo en Europa, por supuesto. No olvidemos, sin embargo, que aquí ha rodado auténticas obras maestras como Match point (impar, 2005), por ejemplo.
         Magia a la luz de la luna es una comedieta aburrida que tomando como hilo conductor los intentos de un mago para desacreditar a una reputada vidente espiritista que quiere hacerse de oro con la credulidad de los millonarios de la Costa Azul francesa, no tiene ninguna entidad dramática ni fílmica. Los personajes viven unas vidas absolutamente planas, sin ningún relieve, y ni siquiera hay un conflicto central, por decirlo así, que pueda captar la atención de los espectadores, que asisten, si coinciden conmigo, a menudo bostezando, a una demostración absoluta de falta de recursos fílmicos. Si las películas de encargo existen, Vicky… fue la nuestra –la peor de la serie, sin duda–, esta es, sin duda, una prueba irrefutable. Hablar de una lejana inspiración en la figura espectacular de Harry Houdini lo único que haría sería confundir al espectador. El gran Houdini, judía como Allen, escéptico y racionalista a machamartillo, emprendió una campaña de desacreditación de los espiritistas que tan de moda se pusieron en los años 20 y 30 del pasado siglo; una lucha en la que chocó con su gran amigo Conan Doyle, un ferviente defensor de los creyentes en la comunicación con los espíritus, acaso porque él ya tuvo la experiencia de resucitar a un muerto como Sherlock Holmes… Houdini incluso llegó a concertar con su mujer un código secreto con el cual podrían confirmar que, si había tal cosa como el diálogo con los espíritus, pudiese confirmar que se trataba de él y no de un impostor. Muchos lo intentaron, y su esposa se prestaba a la prueba con todos, pero, obviamente, ninguno lo descifró nunca.
         El aire de comedia sofisticada y decadente, demimondaine..., ambientada en los años 30, con unos personajes totalmente estereotipados, de ninguna de las manera capta el interès del espectador por unos asuntos tópicos y un enfrentamiento de fondo mantenido desde posiciones irreductibles y tramposas. Las interpretaciones de Emma Stone y de Colin Firth, sobre todo la de este último, demasiado sobreactuado, tampoco colaboran para complacer al espectador, porque no se advierte en ellas ni un gramo de autenticidad. Cuando la atención del espectador deriva hacia el vestuario vintage buscado en parte y diseñado en parte por la española Sonia Grande, reconocidísima profesional de su ramo, es que poco interés encontramos en aquello de lo que los personajes nos quieren hablar. En fin, esperamos con paciencia la próxima película impar del maestro neoyorquino, a ver si el algoritmo se cumple.
         A pesar de todo lo que he escrito, reflejo de mi visión absolutamente subjetiva, es muy probable que muchos espectadores allenianos incondicionales se lo pasen bien viéndola, porque, aunque sea en pequeñas dosis hay breves destellos de su grandeza, como en buena parte de la secuencia en el observatorio astronómico. También descubrimos algún personaje secundario que consigue arrancarnos la sonrisa, como el filarmónico hijo de la millonaria, enamorado de la vidente y con quien acabará compitiendo el mago por el amor de ella. Hay diálogos con un cierto ingenio, pero de poco vuelo, porque el marco general de la obra, el contexto inverosímil por pura inanidad, le suaviza la posible agresividad.



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