miércoles, 21 de enero de 2015

El amor, la política y el paisaje… Leviatán.


                          

Leviatán: Un duro drama íntimo y judicial al borde del círculo polar ártico.


Título original: Leviafan (Leviathan)
Año: 2014
Duración: 141 min.
País: Rusia
Director: Andrei Zvyagintsev
Guión:  Oleg Negin, Andrey Zvyagintsev
Fotografía: Mikhail Krichman
Reparto: Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman Madyanov, Lesya Kudryashova


           El hecho de escoger una localización tan extrema como la frontera con el círculo polar ártico, con unos paisajes que parecen más un medio hostil y un adversario, que el marco idóneo para tirar adelante una vida plena y armoniosa, marca de buen comienzo esta tragedia familiar que se manifiesta en dos vertiente: los conflictos en una pareja, por la desavenencia total entre el hijo y la madrastra, por un lado, a la cual se añade más adelante el adulterio; y, por otro, la amenaza de desahucio que sufre un hombre por el deseo arbitrario de un alcalde que quiere apropiarse de sus tierras para explotarlas él. Hay algo de El proceso kafkiano en los intentos del alcalde por arrebatarle al protagonista sus propiedades, aunque en lugar de la ausencia de un poder definido, en la novela de Kafka, en Leviatán es la corrupción del poder político y su ejercicio arbitrario lo que actúa sobre la vida del protagonista.
        A pesar de que el autor nos ofrece en clave de tragedia la pequeña anécdota de la lucha de un hombre aislado contra la arbitrariedad del poder, hay algunos momentos jocosos, por absurdos, que sirven de contrapunto al drama. Uno de ellos es, por ejemplo, la selección de retratos de antiguos dirigente de la URSS para practicar el tiro al blanco y el otro, sumamente hilarante, la lectura en sede judicial de dos sentencias íntegras, con pelos y señales, a una velocidad que les es imposible de seguir a los subtítulos, aunque ambas sean de gran importancia para la trama, porque se explican las razones del pleito y conviene estar muy atento. La escena, no obstante, tiene una comicidad que incluso parece fuera de lugar en un drama tan contundente como el de la lucha de un ser abocado al fracaso por defender su casa y sus tierras.
        La película, sin embargo, opta por in ritmo lento, casi el propio de la vida real, a veces excesivamente lento, lo cual, añadido al predominio de planos generales, americanos e incluso panorámicos, más la significativa escasez de primeros planos, algo nos quiere decir. Y aquí es donde hemos de considerar la intención de Zvyagintsev a la hora de ofrecernos una relación inequívoca ente el espacio y los seres humanos que lo habitan. A pesar de que la proximidad del círculo polar nos haría sospechar que los paisajes nevados, uniformes, serían predominantes en la película, esto no es así. Hay una gama de colores fríos en la película que tiran hacia el negro, como si el color de la principal industria de la zona, la minería, se hubiera apropiado de la película. Todo parece degradado y en proceso de destrucción, sin vida; un paisaje que tiene mucho que ver con el de algunas películas de Tarkovski, sobre todo la apocalíptica Stalker (1979) con un fantástico paisaje postnuclear muy parecido al real de la zona del Mar de Barents donde se ha rodado la película, un Tarkovski a quien el director reconoce como maestro suyo. La omnipresencia del mar y de sus restos, que llegan a alcanzar una significación simbólica, los viejos barcos de pesca abandonados o el impactante esqueleto de una ballena varada, nos hablan de unas vidas al borde de caer en el fracaso definitivo, porque, de hecho, ya viven una existencia sin muchas perspectivas, y, como se ve más adelante, sujetas a la arbitrariedad del poder que es encarnación del estado, el Leviatán del título.
        Con todo, y al margen del significado político de la anécdota argumental, hay una interpretación mítica del título, como el de un dios dispuesto a tragarse las víctimas de una tierra hostil donde no pueden sobrevivir, tal y como se aprecia cuando la mujer protagonista, Lilya (casi la Lilith bíblica, la primera mujer, pero sin su faceta rebelde)se auto inmola ante la imposibilidad de hallar una salida a su drama individual, dibujado en tono menor, como apagado por la imposición de un medio adverso que gobierna caprichosamente las vidas de los personajes, adictos todos al vodka, como si no pudiesen vivir sin el calor vital artificial que les proporciona. Casi podemos decir que no hay momento de la película en el que el vodka no tenga un papel preponderante y, a modo de anécdota, diré que el director ha revelado que en las escenas los actores lo bebían de verdad, no un sucedáneo, lo cual les permitía alcanzar un nivel de interpretación mucho más veraz. De hecho, las interpretaciones son todas magníficas, dentro de esa gesticulación glacial rusa tan cercana al hieratismo, y sobresale especialmente Elena Lyadova, llena de matices y capaz de comunicar el desgarro de su drama con ciertas miradas y con una economía de gestos admirable. El alma eslava de los personajes, aquella suerte de fatalidad y/o resignación ante el infortunio que ha sido protagonista de tantas novelas del realismo ruso tiene en Leviatán una presencia generosa. El destino trágico de la existencia gobernada por las fuerzas del poder que se impone arbitrariamente se resume admirablemente cuando, en la secuencia final de la película, en plano fijo, emerge la cabeza del leviatán moderno de la máquina de demolición que se mueve como una serpiente maligna para acabar con la existencia de quien se había opuesto a su poder sin restricciones, en una escena llena de belleza y de terror.
        Por el camino de la defensa numantina de sus derechos, y siguiendo el hilo de sus apelaciones judiciales, el personaje entra en contacto, y choque, no solo con el poder judicial, sino con el ejecutivo y aun el religioso, lo cual lleva implícita una denuncia del papel represivo que la Iglesia Ortodoxa rusa ha asumido desde la caída del comunismo. No hay estamento que se escape de la crítica, de igual manera que también para los protagonistas su aventura heroica deviene un callejón sin salida contra el que acaban estrellándose, dramáticamente.
        La película puede pecar por exceso, en todos los sentidos: duración, hermetismo, frialdad objetiva, abundantes planos descriptivos, etc., pero la recompensa visual que nos ofrece el director justifica el hecho de haberse ajustado al ritmo vital de unos personajes que viven en un espacio tan adverso y al mismo tiempo tan espectacular, desde el punto de vista paisajístico. Son frecuentes los planos del mar y de las olas rompiendo contra las rocas o muriendo rítmicamente en las playas, asociando la vida de los protagonistas a aquel ritmo cansino y horro de esperanza, porque la desolación es el único corolario de esta dura, pero necesaria, película que casi roza la condición de cine étnico, como si en la Laponia donde se desarrolla la acción estuvieran las vidas sujetas a otras condiciones muy distintas de las de los espectadores del resto del mundo.
       
         
        
       
         
        
        

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