lunes, 23 de marzo de 2015

Paul Thomas Anderson intenta traducir a Thomas Pynchon


                                                           




Puro vicio o la inextricable trama argumental al viejo estilo del mejor cine negro.

Título original: Inherent Vice
Año:2014
Duración: 148 min.
País: Estados Unidos
Director: Paul Thomas Anderson
Guión: Paul Thomas Anderson (Novela: Thomas Pynchon)
Música: Jonny Greenwood
Fotografía: Robert Elswit
Reparto: Joaquin Phoenix, Josh Brolin, Katherine Waterston, Owen Wilson, Reese Witherspoon, Benicio del Toro, Joanna Newsom, Martin Short, Hong Chau, Jena Malone, Jordan Christian Hearn, Michael K. Williams, Martin Donovan, Peter McRobbie, Serena Scott Thomas, Belladonna, Eric Roberts, Maya Rudolph, Jeannie Berlin, Sasha Pieterse, Keith Jardine


         Acabo de salir de ver Puro vicio –que se debería de haber titulado Vicio oculto– y aún dudo de si he de considerar la película un fiasco total o un intento fallido, pero por momentos exitoso, de retomar las historias de inextricables tramas clásicas del cine negro, como las de El sueño eterno (1946), de antes, o L.A. Confidential (1997) entre las recientes. No sirve de nada la voz en off, quizás demasiado lírica, que ejerce de anfitriona y nos quiere aclarar algo de lo que estamos viendo y que, a menudo, no acabamos de entender, lo cual nos induce a pensar en la gratuidad de ciertas escenas y en que el director se ha desentendido de la clara inteligibilidad de lo que no está narrando para centrarse en la descripción de los personajes principales, el protagonista, un excelente Joaquin Phoenix y el antagonista, un soberbio Josh Brolin. Ambiciosa sí que lo era, la intención de Thomas Anderson, pero tengo la impresión de que se le ha ido de las manos el desarrollo de la historia, aunque la película tiene unos ingredientes muy atractivos, porque describe, en síntesis, el enfrentamiento entre dos maneras antagónicas de entender la vida en los años 70, cuando aún los viejos esquemas morales de la cruzada anticomunista se resistían a desaparecer políticamente de la escena norteamericana, con Nixon encabezando una opción política de marcado carácter filo fascista, como queda de manifiesto en las hilarantes escenas de la clínica de rehabilitación y una contracultura que había tenido sus momentos estelares poco años antes y que se había gestado a finales de los años 50 con el movimiento beatnik, del cual los hippies de finales de los 60 e inicios de los 70 no eran sino un epifenómeno colorista y bien fácil de asimilar por el sistema, como quedó demostrado con la comercialización de que fueron objeto, al amparo del éxito de la música pop-rock, de la moda juvenil y de una relajación moral y sexual que acabó imponiéndose por todo Occidente. La película de Anderson se ajusta a los patrones clásicos del detective escéptico –en este caso un hippy drogadicto cuyos recursos sorprenden incluso a los descreídos de que pudiera tener algunos–, un detective inusual, a todas luces, a quien meten en una historia cuyo sentido nunca acaba de ver, del mismo modo que no entiende as súbitas demandas que recibe de sus servicios para resolver asuntos que todos tienen que ver con lo mismo, como si su intervención no sirviese sino para favorecer, con su ignorancia, el perfecto desarrollo de unos asuntos y de unos negocios cuya naturaleza ignora durante casi dos horas de película. El carácter tópico de la mayoría de las situaciones y de los personajes se ajusten a los clichés habituales del cine negro, y eso permite una lectura genérica que permite la apreciación de las variantes que marcan la incursión de Anderson en el género. Hay, sin embargo, una dimensión paródica y extravagante que incluye un serio toque de comedia alocada, la famosa screwball comedy,  que depara, quizás, los mejores momentos de la película, porque incluso pueden apreciarse como unidades aisladas del desarrollo de la compleja trama, momentos que nos acercan a películas como El gran Lebowski (1998) de Joel Coen, donde Jeff Bridges hace un personaje, el Nota, muy parecido al de Joaquin Phoenix o El guateque (1968) de Blake Edwrds, con un Peter Sellers inolvidable y en quien parece haberse inspirado para la figura del Dr. Que encabeza una red de traficantes de droga. Lo peor que le sucede a la película es el peligro real de desentenderse el espectador de una trama tan inextricable y, una vez perdido el hilo de la narración, ver desfilar escenas que difícilmente ligan con aquel hilo perdido, y que acaban convirtiéndose en escenas aisladas e insignificantes, a pesar de los esfuerzos interpretativos de Phoenix, a la altura de su reconocida carrera, ya demostrada, por ejemplo, en la última película del propio Anderson, The master (2012) donde daba inmensa réplica  al desaparecido Seymour Hoffman. La película tiene momentos excelentes y una puesta en escena intachable, pero como a veces parece que todo sea simplemente una alucinación del detective emporrado, hay momentos de demasiado desconcierto, y el espectador se pierde con demasiada facilidad como para acabar entendiendo con pelos y señales cuanto se desarrolla ante sus ojos. La segunda película de Anderson Boogie Nights (1997), con la que ésta tiene bastantes puntos de contacto, me parece muy superior a esta; como también Magnolia (1999) y, por descontado, Pozos de ambición (2007). Los golpes de comedia y aun de sátira despiadada, como la de la homosexualidad de su antagonista, el jefe de policía Bigfoot, o el sanatorio de rehabilitación dejan buen sabor de boca al espectador, pero también la sensación de haber visto una oportunidad perdida, por la falta de definición y, por qué no, de un montaje que aclarara mejor todos los extremos de la trama. NO es fácil adaptar obras literarias como Inherent Vice, de Thomas Pynchon. Aún recuerdo el patinazo espectacular de John Huston con la novela de Lowry, Bajo el volcán (1984). Fue sonado…

2 comentarios:

  1. Creo que Thomas Pynchon y yo no tenemos muy buena relación cuando he intentado subsumirme en su entramado novelístico. Y la película de Anderson que he empezado dos o tres veces en casa me ha dejado desconcertado. No me gustan las tramas complicadas. Soy muy poco hábil para conectar mil y un hilos narrativos ya de por sí complejos. Me distancié de ella y me di cuenta de que la estaba viendo sin ningún placer casi por obligación. La dejé a medias y no he vuelto a ella. Llega un tiempo en que con los libro y las películas dejas de tener disciplina y te dejas llevar por tu gusto, elemental pero el que te proporciona o no placer. Hay películas que te roba el alma y otras que no soportas. Esta es una de ellas. Pero ya te he dicho que solo habré visto una hora y ya fue suficiente.

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  2. Estamos ya muy "quemados", en el mejor sentido de la palabra. Es difícil que nos den el famoso gato por liebre, y muchas veces el arte moderno tiende a tomarte por imbécil, como si no supieses distinguir entre un intento fracasado y la fachada de una ambición desmesurada. Los momentos cómicos, sin embargo, son estupendos, casi hilarantes. Una lástima que no se haya deslizado hacia la comedia loca tipo La fiera de mi niña, porque tenía el actor y el personaje adecuados...

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