sábado, 22 de agosto de 2015

Una obra desconocida de Raoul Walsh: Un thriller de serie AAA.


                          

Sin conciencia: La obra enmascarada de Raoul Walsh: Un thriller impactante.

Título original: The Enforcer (Murder, Inc. En Inglaterra)
Año: 1951
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Bretaigne Windust, (Raoul Walsh)
Guión: Martin Rackin
Música: David Buttolph
Fotografía: Robert Burks (B&W)
Reparto: Humphrey Bogart, Zero Mostel, Ted de Corsia, Everett Sloane, Roy Roberts, Michael Tolan, King Donovan, Bob Steele, Adelaide Klein, Don Beddoe, Tito Vuolo, John Kellogg, Jack Lambert


         No me puedo quejar de mi cinemateca de segunda mano, donde sigo hallando películas que me deparan tan agradables sorpresas como esta Sin conciencia que, aun siendo adjudicada a quien aparece en los títulos de crédito como su director, Bretaigne Windust, un reputado director teatral de Broadway, fue casi toda ella dirigida por Raoul Walsh, quien, sin embargo, jamás reclamó aparecer en los títulos de crédito ni siquiera como co-director, quizás para no “torpedear” la incipiente carrea, entonces, como director cinematográfica de Windust. A quien tuvo que substituir por enfermedad de éste. El caso es que quienes guarden imágenes en su memoria de Los violentos años 20 (1939) no dudarán a la hora de reconocer el depurado estilo de Raoul Walsh en esta película que alcanza cotas de obra magistral en algunas escenas. La fotografía en blanco y negro se debe al mismo fotógrafo que trabajó con Hitchcock en Vértigo (1958), y si a eso le añadimos el reparto increíble que tiene esta película, con tres actorazos descomunales, Bogart, Zero Mostel y Everet Sloanne, muy pocos podrán dudar ya de que, aunque rodada con espíritu de película B, en la que predominan los interiores, el resultado es de serie A+ o, como califican los evaluadores económicos, AAA. Si el comienza, de marcado origen expresionista –y piénsese que a Walsh casi puede considerársele unos de los pioneros del cine, pues empezó a trabajar como ayudante de dirección de Griffith– ya deja al espectador ante la sospecha de que bien puede habérselas con una obra que va más allá de la modestia con que se presenta, no tarda, a poco que comienza el encadenamiento de flashbacks para explicar la historia, en convertirse en convicción. Basada en el caso real de una industria dedicada al asesinato llevado a cabo por asesinos sin ninguna relación con la víctima (y de ahí el Murder Inc. con que se estrenó en Londres; en Norteamérica se escogió The enforcer), la muerte de un testigo de cargo fuerza al fiscal que lleva el caso a un intenso ejercicio de memoria para llegar a descubrir alguna prueba contundente que sustituya al testigo de cargo que estaba dispuesto a declarar cuando la enemistad con su jefe suponía su muerte inmediata. La película fue producida por Bogart, y es él quien lleva, desde su punto de vista narrativo, la investigación que permite descubrir una nueva testigo de cargo que acabe con el infame “empresario”. El ritmo trepidante de los recuerdos, porque apenas dispone de unas horas para lograr la evidencia que permita una condena, nos depara una descripción llena de vigor y excelentes interpretaciones, entre las que destacan las de Zero Mostel y la del pérfido empresario, protagonizado por Sloanne. Se ha dicho de  la película que adoptaba el aire de un documental, por el hecho de basarse en un caso real y por adoptar de manera exclusiva el punto de vista del fiscal, de la ley, pero el desarrollo de los diferentes personajes que integran la banda del empresario asesino permite ir más allá de tal esquematismo. Hay suficientes momentos dramatizados como para poder rechazar la influencia documental en la película. La técnica de los flashbacks encadenados, por otro lado, es un recurso narrativo de primer orden, llevado a cabo con un ritmo excelente y manteniendo en todo momento la claridad de la trama, algo que, a veces, suele desdibujarse en algunas películas de cine negro. Por más que el espectador pueda sentirse descolocado en algunos momentos, no tarda en hacerse con las riendas del argumento, que progresa con constantes revelaciones hasta un final que permite el triunfo de la ley ante un enemigo inicuo y despiadado. A veces me temo que la sorpresa que me llevo ante ciertas películas pueda inducirme a ser más benévolo que si las hubiera visto en la pantalla grande, pero no creo que eso suceda con esta obra “escondida” de Raoul Walsh.

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