martes, 20 de octubre de 2015

Una “maldita” película lésbica: “El asesinato de la hermana George”, de Robert Aldrich.


                           


El asesinato de la hermana George o la severa introspección en la psicología humana de una película no estrenada comercialmente en España.


Título original: The Killing of Sister George
Año: 1969
Duración: 140 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Aldrich
Guión: Lukas Heller (Play: Frank Marcus)
Música: Gerald Fried
Fotografía: Joseph Biroc
Reparto: Beryl Reid, Susannah York, Coral Browne, Ronald Fraser, Patricia Medina, Cyril Delevanti, Elaine Church, Brendan Dillon, Jack Raine

         Robert Aldrich es un director sorprendente, polifacético y merecedor de una atención crítica que le coloque en el lugar destacado que merece en la Historia del cine. La mera enumeración de algunos de sus títulos, Veracruz, Doce del patíbulo, ¿Qué fue de Baby Jane?, El emperador del norte o la que hoy traigo a este Ojo cosmológico, El asesinato de la hermana George, deja entrever la disparidad de géneros que ha abordado y el interés subyacente en todos ellos por las complejas relaciones de dominio y sumisión que suelen establecerse entre las personas. El título de esta película induce a engaño, y muchos de los espectadores de la tenebrosa película protagonizada por Bette Davis y Joan Crawford en un duelo interpretativo que tiene su perfecta emulación en los llevados a cabo por Beryl Reid (que fue su exitosa intérprete en el teatro y a quien Aldrich hubo de convencer para que lo interpretara en la pantalla, un papel por el que movió sus influencias Bette Davis para conseguirlo, por cierto…) y Susannah York, pensarán, como a mí me pasó, que nos disponíamos a ver una suerte de secuela de esa extraordinaria y oscurísima película que es ¿Qué fue de Baby Jane? Pronto se sale del engaño, ciertamente, pero no de la tensión en que Aldrich sumerge al espectador desde los mismísimos títulos de crédito y hasta el tremendo final.
En el título de la crítica ya he indicado algo sorprendente relacionado con esta película: que no haya sido estrenada comercialmente en España. Que sea una obra de tema abiertamente lésbico, con una escena de sexualidad explícita que fue suprimidas en su momento explica suficientemente que así fuera en su momento, pues, a pesar de la revolución liberadora de las costumbres que supuso la “Década prodigiosa”, ciertos tabúes no solo entonces, sino también ahora, siguen sólidamente establecidos. De hecho, la película fue catalogada como X en las pantallas americanas. La película, una dura vivisección de la relación entre dos mujeres de muy distinto carácter pero sólidamente unidas por el afecto y la conveniencia, antes que por el amor, se mueve en el ámbito de obras bien conocidas que también exploraron, antes y después, un tema tan tópico como atractivo bien por lo morboso bien por la inmersión a que obliga en las tenebrosas simas de las complejas motivaciones del comportamiento humano: El sirviente, de Losey; La escalera, de Donen (rodada el mismo año que la de Aldrich, pero sí estrenada comercialmente, tras la muerte de Franco, sin embargo…, que tantas similitudes guarda con la de Aldrich) o Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de Fassbinder, por citar algunas de fácil recuerdo. La trama está ambientada en un género, el de las series televisivas y sus entresijos, del que Sidney Pollack  nos ofrecería una más que interesante vuelta de tuerca en Tootsie, con un espléndido Dustin Hoffman.
Sister George es un personaje alrededor del cual gira una serie de televisión de éxito en Inglaterra, pero la actriz que lo protagoniza es el reverso de las virtudes que la hermana muestra en pantalla. De ser, en la pantalla, un personaje que encarna los ideales positivos políticamente correctos, en su vida privada nos encontramos con una alcohólica, lesbiana y malhumorada mujer a la que le resulta un duro trago el proceso de envejecimiento y las sospechas de infidelidad por parte de su compañera, Childie, una mujer aniñada con quien mantiene unas relaciones de dominación y afecto muy complejas. Con ese carácter, un auténtico “todo un carácter”, que suele decirse,  no es de extrañar que los celos, la afición al alcohol y la lascivia le acaben acarreando problemas que acabarán alterando definitivamente su vida cotidiana, la amorosa y la profesional: tras un incidente en el que se sobrepasa con dos novicias en un taxi, se le comunica que su personaje será “asesinado” y, para colmo, su compañera acabará siendo seducida por la ejecutiva del canal de televisión que le anuncia su “muerte” televisiva, coincidiendo, eso sí, con un descenso en los niveles de popularidad del personaje en beneficio de otro compañero de reparto, con quien mantendrá una rivalidad resuelta cómicamente en el amargo desenlace de la película.
         Como espectador, lo que llama la atención es que el lesbianismo se nos presente de una manera tan oscura y en unos personajes cuyos desequilibrios psicológicos son tan notables. Es evidente que la felicidad es más que sosa para el arte, y que las psicologías enrevesadas son una fuente de misteriosa atracción para el espectador, pero lo cierto es que el personaje que “ha” de interpretar Susannah York resulta, como mínimo, sorprendente, si bien hay una explicación verosímil que se nos ofrece en la tensísima secuencia final de la película, cuando la ejecutiva seduce a Childie y esta decide irse con ella y romper definitivamente con “George”, a quien llama con el nombre de su personaje en la serie como demostración del modo como el personaje ha vampirizado la persona, pero a título anecdótico y paradójico, porque las crudísimas relaciones entre ambas mujeres llenan la pantalla en una sucesión de escenas que encogen el ánimo del espectador más cuajado. La humillación de la colilla del puro que Childie se ha de tragar, siguiendo un ritual establecido entre ellas, y que convierte, sin embargo, poco menos que en un orgasmo sexual, es una de ellas; pero la secuencia supuestamente cómica de ambas mujeres encarnando a Laurel y Hardy para representar un número en un club lésbico de Londres, el famoso Gateways Club, desaparecido a finales de los 80, es otra. Hay en la película muchos primeros planos en los que se dinamitan las ficciones de Childie y de George, y que contribuyen a insertar una perspectiva del género de terror que crea una tensión malsana en el espectador, siempre pendiente de que dicha tensión se resuelva por la vía del asesinato del título entendido literalmente, en vez de simbólicamente, que es como en realidad funciona.
         No es una película “amable” ni “deliciosa” ni “maravillosa” ni “estupenda” ni “fantástica” o “curiosa”, por ejemplo, porque cuando se toca tan en lo vivo ciertas flaquezas humanas mejor podemos hablar de dura y amarga experiencia que de “espectáculo”. Aunque más en la línea “cruda” de Haneke, no es menos cierto que guarda una extraordinaria similitud de fondo con La escalera de Donen, donde se nos narra una historia de los duros tiempos de decadencia de una pareja gay, con dos espléndidos protagonistas, Rex Harrison y Richard Burton. Dos directores norteamericanos para dos películas británicas, y muy británicas, sobre la homosexualidad. Eso sí que es curioso.

         La película de Aldrich tiene una puesta en escena muy curiosa, porque nos ofrece la visión de un Londres que se aparta del tradicional, y la tortuosa psicología de las protagonistas se nos sugiere en unos magníficos títulos de crédito en los que la cámara va siguiendo durante el camino del pub a casa de la protagonista por los estrechísimos callejones de Heath Street y Hampstead Grove, si bien la casa de las protagonistas está ubicada en Knightsbridge. Así mismo, es preciso mencionar la aparición de un pub cuya tradición se extiende hacia atrás hasta el siglo XVII , The Holly Bush, y en el que, sin que haya sufrido muchos cambios la decoración, bebieron personajes como el inefable Dr. Johnson y su biógrafo, James Boswell, por ejemplo. La presencia de la televisión y de las imágenes de la serie en las pantallas, contrasta con las escenas del rodaje en estudio, donde se recrea la pequeña localidad británica donde está ambientada la serie. El juego entre la realidad y la “fábrica de sueños” se va acentuando a medida que progresa la acción, y tiene su momento climático cuando se le ofrece una despedida en dichos estudios a la “recién asesinada”, a quien, para coronar la defunción, una productora le ofrece el papel de “voz” de una vaca de dibujos animados… La película no acaba en la casa de las protagonistas, donde la envejecida, colérica y celosa “George” ha contemplado la escena de sexo explícito entre Childie y la “glamurosa” productora de la cadena, una escena hipnótica en la que se mezclan a partes iguales, la pasión y la frigidez, la entrega y el rechazo, sino en los estudios donde acaba destruyéndolo todo, antes de acabar, sentada en un banco y mugiendo en la penumbra de la irrealidad escenográfica de lo que fue su vida, de lo que es su realidad truncada.
        La actualidad de la obra original, de Frank Markus va más allá de la película, por cierto, porque no hace ni dos años que Kathleen Turner la llevó de nuevo a los escenarios, atraída por la complejidad del personaje protagonista. Ignoro si alcanzó la excelencia que demostró Beryl Reid sobre las tablas y en el plató, pero lo que hubiera dado por comprobarlo...

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