martes, 22 de diciembre de 2015

Cine histórico, de espías y de aventuras: “El reinado del Terror”, de Anthony Mann.


                         

El reinado del Terror: La caída de Robespierre vista por Anthony Mann y John Alton en un asombroso ejercicio tenebroso de expresionismo cinematográfico y poderoso ritmo narrativo.


Título original: Reign of Terror
Año: 1949
Duración: 88 min.
País: Estados Unidos
Director: Anthony Mann
Guión: Æneas MacKenzie, Philip Yordan
Música: Sol Kaplan
Fotografía: John Alton (B&W)
Reparto: Robert Cummings, Richard Basehart, Richard Hart, Arlene Dahl, Arnold Moss, Norman Lloyd, Charles Mcgraw, Beulah Bondi, Jess Barker, Wade Crosby, William Challee, Georgette Windsor


   ¡Sorpresa de las mayúsculas! En programa doble del vídeo se me ofrecía Testigo accidental de Fleisher y El reinado del terror, de Anthony Mann. Vi la primera, e incluso la critiqué junto con Con las horas contadas de Rudolph Maté, por mi arraigada predilección por el cine negro; pero ayer quise, para poder retirar el vídeo de los que esperan turno, asomarme con curiosidad a esa visión de la Revolución Francesa que me proponía Anthony Mann, director prolífico y autor de algunas obras de mérito, como El Cid, asesorada por Menéndez Pidal, y, por supuesto su excelente colección de westerns como Horizontes lejanos o El hombre de Laramie. Me temía alguna orduñada, porque el cine histórico es pasto frecuente para el extravío de no pocos directores, independientemente de su acreditada calidad (aún recuerdo con horror Tierra y libertad de Ken Loach, por ejemplo), pero desde el mismísimo comienzo de la película se aventura ya, por la maravillosa fotografía en blanco y negro de  John Alton (Oscar por Un americano en París) que vale tanto como una puesta en escena,  para una historia de traiciones, sospechas, persecuciones, huidas, disimulos, intrigas, suplantaciones de personalidad y los malentendidos de un amor cruzado con la política; desde el marcado claroscuro casi expresionista de los primeros planos, digo, se intuye que quizás estemos en presencia de una obra injustamente olvidada o relegada en la larga filmografía de su autor, quien ese mismo año, por cierto, filmó otras dos:  Side Street y Border Incident.  Ambientada en los años del Terror de la Revolución Francesa, la trama gira en torno a los intentos de algunos revolucionarios franceses, encabezados por Barras, para impedir que Robespierre , principal figura del Comité de Salvación Publica, se convierta en Dictador único de Francia. A través de un agente del Marqués de Lafayette que suplanta la personalidad del sanguinario revolucionario de Estrasburgo, y a quien Robespierre encarga la búsqueda del cuaderno negro donde ha apuntado los nombres de los contrarrevolucionarios que han de ser ejecutados para garantizar el triunfo de la Revolución, se va desvelando una intriga en la que se cruzan los intereses personales de dos personajes históricos de muy distinta catadura, Saint-Just y Fouché. La ambientación, con un París nocturno, prácticamente no hay escenas diurnas en la película: o son nocturnas o son interiores, lo cual, está claro, permite adelgazar el presupuesto de la película, pero esa ausencia de inversión se ha compensado con el ingenio y la iluminación. En la película es muy frecuente, por otro lado, el uso alterno del picado y del contrapicado, de lo cual podría derivarse alguna interpretación ideológica que dejo al albur de cada uno de sus posibles espectadores, pero parece evidente esa intención comunicativa en el director. En lo que no hay ambigüedad posible, a lo largo de la película, es en la denuncia explícita de la dictadura policiaca popular en que se convierte la Revolución a través del gobierno del Comité presidido por Robespierre. La interpretación corre pareja con la iluminación y la sobria pero muy eficaz puesta en escena, que potencia el lado de película de aventuras que rezuma la película, con personajes equívocos, como Fouché, cuyo intérprete, Arnold Moss, a medio camino, físicamente, entre Adrien Brody y Marty Feldman, contribuye poderosamente, junto con  la “iluminada” actuación de Richard Basheart (el almirante Nelson de la entrañable serie Viaje al fondo del mar), como Robespierre,  a elevar poderosamente la categoría de la película. Nadie a quien le gusten películas como Los contrabandistas de Moonfleet, de Fritz Lang, u otras por el estilo, dejará de apreciar en El reinado del terror sus muchos valores cinematográficos y éticos, porque, afortunadamente, la película no se centra en una dicotomía Revolución/Restauración monárquica, sino en una orientación democrática o autocrática de la Revolución, lo que la hace mucho más interesante y compleja. La omnipresencia de Robert Cummings en el rol del agente infiltrado en el Comité, molesta algo, porque no acaba de administrar eficazmente sus recursos interpretativos, sobre todo cuando esboza la media sonrisa de suficiencia y aplomo en las situaciones comprometidas, pero ello no impide que el espectador siga sus pesquisas con curiosidad y pasión por descubrir el paradero del famoso cuaderno negro de Robespierre, sobre el cual renuncio a decir ni una palabra para no arruinar sorpresas bien tramadas.

         La perspectiva histórica de la película es muy respetuosa, incluso con detalles como el de la mandíbula destrozada de Robespierre, antes de ser guillotinado junto con Saint-Just, y, en términos generales, nada da el cantazo de forma clamorosa, ni siquiera la un pelín forzada aparición, al final, de un desconocido Napoleón Bonaparte con quien parece querer enlazarse la tentación autocrática del periodo del terror. En suma, una película muy entretenida y muy imaginativa desde el punto de vista de la realización, con un uso excepcional del primer plano y con una fotografía expresionista que contribuye poderosamente a la plasmación de las intrigas revolucionarias en las que sus participantes se juegan ciertamente la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario