viernes, 18 de diciembre de 2015

Deuda comenzada a saldar: “La caja”, de Manoel de Oliveira.


                   

 Un mágico encuentro con Manoel de Oliveira: La caja, el (neo)realismo sucio portugués o la impecable puesta en escena de la fatalidad.


Título original:A caixa  
Año: 1994
Duración: 93 min.
País: Portugal
Director: Manoel de Oliveira
Guión: Manoel de Oliveira
Música: Isabel Ruth
Fotografía: Mario Barroso
Reparto: Luís Miguel Cintra, Glicínia Quartin, Ruy de Carvalho, Beatriz Batarda, Diogo Dória, Isabel Ruth, Filipe Cochofel, Sofia Alves, Mestre Duarte Costa, Paula Seabra, Miguel Guilherme, Antonio Fonseca, Rogério Samora

            Primer encuentro con Manoel de Oliveira, con quien tenía una cita siempre postergada sin ninguna razón especial que lo justificara, salvo la de ese azar que siempre me ha gobernado las inclinaciones y los encuentros. Finalmente, me he sentado a ver La caja, que me ha dejado literalmente clavado a la butaca, y he descubierto lo que, sin duda, será un filón que habré de explorar en el futuro inmediato, para confirmar que el resto de su filmografía tiene la calidad que la de esta La caja, tan extraordinaria. Partamos de un dato que confirma el derroche de imaginación visual de este cineasta portugués, quien estuvo trabajando hasta después de haber cumplido los 100 (murió con 106): toda la obra transcurre en un único escenario, rindiendo tributo al origen teatral de la película: una obra de Hélder Prista Monteiro de mismo título A caixa. Se trata de un dramaturgo de quien también llevó al cine su obra Inquietude. La obra tiene un origen autobiográfico, porque se base en el trayecto que recorría Prista Monteiro en Lisboa a través de las escaleras que iban de la calle de la Madalena hasta la sede de los Socorros mutuos de los empleados de comercio donde Prista pasaba consulta en su condición de médico neumólogo. El dramaturgo portugués inició su carrera como seguidor del teatro del absurdo que se impone en los escenarios europeos en la década de los 50, algo que Oliveira recoge, parcialmente, y al final, en su adaptación cinematográfica, en un giro que se aproxima más al realismo mágico que propiamente al teatro del absurdo.

          La película ha sido rodada en un estado de gracia poético-fílmica que, a pesar de la desgarrada tragedia que se narra en ella, la belleza inunda casi cada plano de ese tramo de escalera, no más de cien metros, en el que se desarrolla la acción, en un prodigio tal de fluidez narrativa que en ningún momento el espectador llega a sentir la claustrofobia de quien durante hora y media no sale de espacio tan reducido. Es cierto que Oliveira se caracteriza por el uso de planos fijos en el seno de los cuales evolucionan los personajes, pero en esta ocasión, desde el mismísimo inicio, hay un sutil juego de perspectivas que consiguen incluso crear la sensación de que hasta hemos cambiado de espacio. El color, el empedrado de la calle, la miseria de las paredes desconchadas y las viviendas más que modestas, junto a los personajes humildes y muy variados, desde la piedad hasta la crueldad extrema, más los respectivos picados y contrapicados desde los que asistimos a la dramática historia del robo de la caja oficial de recaudación de un ciego que vende en el portal de su casa cerillas y otros modestísimos artículos para ganar algo con que contribuir, desde su invalidez, a la economía familiar,  se va a ir complicando progresivamente en una suerte de comedia bárbara valleinclanesca, en la que el odio de la hija hacia su padre y el chulo de su marido, que, camorrista impulsivo, asegura que no cejará hasta dar con los ladrones de la caja de su suegro, a quien maltrata como lo hace su propia esposa. El otro centro de interés en el tramo de escalera es la taberna donde “reside” un perdedor vital que se aferra a su maestría musical con la guitarra, para deleite de todos los parroquianos y, sobre todo, del dueño del bar, otro desengañado sin más dios que su propio miserable negocio. Uno de los momentos mágicos del esperpento, por ejemplo, es el que se produce cuando, tras unas vagas confidencias del maestro Duarte Costa, un músico que se interpreta a sí mismo, este, tras las dudas metafísicas del dueño del bar, le ofrece una versión extraordinaria del Ave María de Schubert, ejecutado con una delicadeza que transfigura la escena hasta que irrumpe la epifanía de lo santo, de la mano de las cuerdas tan sabiamente gobernadas. Es toda la película, tan bárbara, tan cruel, tan desengañada, la que está llena de momentos espléndidos, como la lucha del yerno del ciego contra tres maleantuchos de tres al cuarto en medio de la escalera, una coreografía trágica extraordinaria en la que sorprende, por ejemplo, la presencia de una pintora de calle junto a dos turistas americanas que van comentando el progreso del cuadro y que se ven literalmente arrolladas por la pelea entre los hombres; una escena entre lorquiana y valle-inclanesca resuelta con una simplicidad maravillosa; una escena en la que, además de ellas, también comparecen en escena la mayoría de los personajes de la obra, porque se trata de una obra coral, aunque el centro de atención esté en el ciego y en la caja que, para los donantes, es una suerte de certificado oficial de su minusvalía. Al apresamiento del marido no tarda en sucederle, cuando, después de huir del barrio, llega la noticia de que ha sido detenido y de que lo llevan a la cárcel, el maltrato salvaje al padre ciego y la determinación final de este de suicidarse, ante la amenaza de la hija de abandonarlo a su suerte. Las pasiones desatadas, la pobreza y la miseria honrada de la mayoría de los personajes contrastan con la tragedia del ciego y con la picaresca que rodea a algunos personajes, como ocurre con el encuentro con otro ciego que lleva un lazarillo con una caja “oficial”, y que se revela, haciendo un guiño cómplice a la cámara, un impostor. En fin, que a lo largo del desarrollo de la trama no hay momento en que no haya un destello del mejor cine de siempre, en esta película rodada, por cierto, cuando Oliveira tenía más de 80 años, ¡un chaval!, vaya, teniendo en cuenta que aún rodaba cumplida la centena… No quiero seguir explicando la trama, porque arruinaría una sorpresa curiosa, sobre la que baste decir que tiene relación, a su manera, con esa joya narrativa que es El callejón de los milagros, de Mahfuz; pero no quiero dejar de insistir en la puesta en escena de la película, en ese tramo de escalera en la Alfama lisboeta que adquiere una condición mágica y microcósmica: los olvidados, los nadie, los supervivientes la ocupan y nos muestran sus miserias y sus grandezas. Un hermoso poema trágico.

3 comentarios:

  1. No he visto esta película y no sé si he visto algo de Oliveira. He buscado en la escueta información de la Wikipedia sobre este autor y he visto que esta película tiene entrada pero no contenido. Ya que vas a trabajar sobre él ¿no querrías añadir información a la wikipedia? Es muy valiosa esta labor de adentramiento en la realidad cinematográfica menos conocida ¿por qué no hacerla común mediante entradas en la wikipedia?

    Mañana, tic-tac es el día. Todavía no he decidido mi voto.

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  2. Fui ayer a ver La novia de Laura Ortiz. No sé si piensas verla. Está nominada a doce goyas. He escrito en Filmaffinity un resumen de mis impresiones tras verla. No quiero adelantarte nada. No sé qué pensarás de ella. Si la ves, me gustaría conocer tu opinión. Por cierto, hay en ciernes una película de Paolo Sorrentino que se llama Juventud. Tengo ganas de verla. Lo dicho, si ves La novia coméntame tu visión de esta película singular.

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  3. Te agradezco la sugerencia de lo de la wikipedia, pero apenas tengo tiempo para nada y sería complicarme demasiado. Como en el buscador de Google ya salen mis páginas, aquí pueden encontrar la información, que suele ser fiable, que yo doy.
    Respecto de La novia, he leído una crítica poco favorable y no tenía pensado ir a verla. Me espero a que la pongan por TV. La de Sorrentino sí que la espero incluso con ansiedad, la verdad. Como no pensaba ir a ver La novia, he ido a leer tu crítica en Film Affinity y coincide punto por punto con la impresión que me causaron unas escenas que vi en TV de la pelicula. Con tan poco tiempo disponible, a veces por un par de secuencias en TV juzgo ya si merece la pena ir a ver o no una película. Ayer por la noche, sin embargo, nos sentamos delante de la tele a ver "Mi vida en el aire" de Remi Bezançon y pasamos un rato magnífico, entretenidísimo y muy divertido. Si puedo vere otra que mi hija me ha recomendado, del mismo director: El primer día del resto de tu vida.

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