miércoles, 10 de febrero de 2016

José Luis Guerín: “La academia de las musas” o la imagen del deseo y la palabra.




El desafío de Guerín: el cine de la palabra: La academia de las musas.
  
Título original: La academia de las musas
Año: 2015
Duración: 92 min.
País: España
Director: José Luis Guerín
Guión: José Luis Guerín
Fotografía: José Luis Guerín
Reparto: Raffaele Pinto, Emanuela Forgetta, Rosa Delor Muns, Mireia Iniesta, Patricia Gil, Carolina LLacher, Juan Rubiño, Giulia Fedrigo, Giovanni Masia, Gavino Arca.


           Es muy probable que el cine de José Luis Guerin no llegue jamás al público mayoritario, y menos aún a los Premios Goya para cuyos dadores es posible que Guerín no tenga actualmente más entidad que la sombra o la extrañeza prosodemática de una duda ¿Guequién?, a pesar de haberle concedido en el pasado un Goya por esa maravilla documental que es En construcción, porque, si no, no se explica que una obra como esta, tan osada como original, divertida y polémica, haya pasado desapercibida para los miembros de la Academia del Cine. Los cinéfilos, sin embargo, aguardan cada obra suya como se han aguardado siempre las de Víctor Érice o como en Francia se han esperado las de Bresson, Godard o Rohmer, autor, este último, con el que me parece que Guerín tiene no pocos puntos de contacto, y el principal la veneración por el discurso, por la capacidad creadora de la palabra. De hecho, mientras seguía -porque La Academia de las musas es una película que se ha de seguir con una exigente concentración intelectual- un discurso filológico y existencial en que los juegos de máscaras suplantaban la verdadera vida que pugnaba por imponerse a ellos, no hacía más que pensar en aquella incomprendida película de Rohmer, El romance de Astrea y Celadón, cuyo tema principal es la fidelidad, y de la que el inefable Carlos Boyero escribió en su crítica: "Un insoportable bla, bla, bla entre cursis pastorcillos medievales".  ¡No quiero ni imaginar qué crítica hubiera hecho de La academia de las musas!  Esta película puede entenderse como la variante académica de aquel poeta y filosofo marroquí de En construcción. Y todo lo que allí era intuición genuina, de raíz popular, es en La academia de las musas, a través del protagonista, Rafaelle Pinto, profesor de la UB, y del seminario que imparte, y que da título a la película, alta cultura elaborada, un discurso que, pretendiendo hundir sus razones en la cultura clásica y en la naturaleza se nos acaba apareciendo como una coartada para determinadas experiencias humanas comunes que tienen el amor, la fidelidad y la poesía como ejes centrales. La película se inicia como un documental, a partir de las discusiones que la poesía, el deseo, el amor y la transformación de la mujer en musa provoca en el seminario conducido por el profesor Pinto, aunque dicho seminario haya sido idea de una alumna italiana con quien el profesor tiene una relación privilegiada. De hecho, la película podría haberse titulado El profesor y las musas, y ser una ficción -algo que no queda claro, después de haber visto la película, por cierto-, dada la complejidad de la historia en la que también participa su mujer en la vida real, Rosa Delor, con quien comparte, acaso, las mejores secuencias de la película, ya que, frente al discurso exquisito y abstracto del profesor, la mujer representa algo así como el revés de la trama, lo material, lo concreto, la verdad frente a la impostura. Se oponen, en las figuras de ambos, la del poeta y la de la crítica literaria, de ahí que el discurso de la mujer, una auténtica crítica textual del marido, vaya deslizándose, sobre todo de la mitad de la cinta en adelante, hacia el análisis implacable de su relación de pareja, una relación que se ve afectada por la peculiar relación que tiene el profesor con sus musas, que no excluyen viajes-escapada ni infidelidades matrimoniales. Dada la densidad de la exposición académica y la resistencia crítica que el profesor encuentra en sus alumnas, le cuesta trabajo al espectador retener todos los planteamientos que se le ofrecen, si bien no tarda en deducir todo lo que de banal hay en una abstrusa especulación sobre el deseo, la poesía, el amor y la función de la mujer como musa, como muy pronto se encarga de remarcar la mujer del profesor, que parece un personaje construido para que el espectador se identifique con él y pueda relativizar aquel asfixiante caudal de citas clásicas que amenaza con reducirlo a la más palmaria ignorancia, sobre todo si no es un frecuentador de la literatura clásica. El tema central de la película es la nueva concepción de la mujer que propone Pinto a partir del proceso de transformación de la mujer concreta en musa poética, una metamorfosis que ésta ha de revertir para poder empujar al hombre a una nueva concepción de ella en la que se supere la concepción medieval planteada por el dolce stil nuevo de Dante, entre otros, y por la poesía provenzal: la mujer como un ser deseadamente inalcanzable y el matrimonio como la tumba del amor, que únicamente podría prosperar en el campo del adulterio, algo, esto último, que el profesor Pinto cumple al pie de la letra. La minúscula trama, no obstante, pudiera parecerle insulsa o aburrida a no pocos espectadores, pero la grandeza de esta obra de Guerín radica, esencialmente, en la manera como nos la ofrece, porque la selección de encuadres en los planos, la selección de los espacios e incluso la reiteración en la filmación a través de superficies acristaladas, además de la situación de los conversadores en la escena, como la magnífica composición del matrimonio Pinto-Delor con ella en primer plano mirando por la ventana y su marido en segundo plano, oyéndola desde una lejanía cansada, sufriendo las recriminaciones de quien, desde la madurez, amonesta al viejo-joven barroco incapaz de ver el ridículo de su situación, por más que la enaltezca con los ropajes suntuosos de la poesía, el deseo y la libertad. Salvo las escenas en Cerdeña, en las que el profesor y la alumna privilegiada aparecen con un poeta, en la investigación eco-antropológica de la alumna, quien busca grabar la verdadera palpitación de la naturaleza, una suerte de remedo de la música de las esferas pitagórica con que arranca la película en un aula de la Universidad de Barcelona, en todas las escenas de la película aparecen dos personas hablando sobre los temas esenciales tratados en el seminario. La variación de espacios y de encuadres, además de las muchas facetas del discurso que encarnan los personajes, nos acercan a un reducido grupo de personajes de quienes acabamos conociendo una intimidad que se ve afectada por el seminario en el que participan. Los hombres del seminario son meros figurantes, con menos relieve que el de una cañería de PVC, de ahí que el profesor Pinto acabe convertido en algo así como un Sátiro, como el Gran Buco al que la corte de admiradoras/ninfas  rinde pleitesía, excepto su propia mujer, quien, por cierto, es protagonista de uno de los mejores diálogos de la película cuando se “enfrenta” a una alumna, que también lo ha sido suya, a cuenta del viaje infiel que hizo con su marido a Nápoles, patria chica del profesor. La visión cinematográfica de Guerín, tan singular, se encuadra, sin embargo, en una tradición que tiene sus predecesores, Víctor Érice, pero también sucesores, porque autores como Jaime Rosales o, más recientemente, Fernando Franco son prueba irrefutable de la buena salud del auténtico cine, el que construye su lenguaje plano a plano, secuencia a secuencia, con una congruencia que, como ocurre en La academia de las musas, acaba maravillando al espectador. He de confesar que habiendo sido alumno de Filología en esas aulas de la UB mi predisposición hacia la película no puede ser más favorable, pero no olvido que en ese espacio también hube de sufrir la docencia de verdaderos enemigos de lo literario. Es sorprendente que, con un tema tan en principio abstruso, la película tenga un ritmo tan relativamente vivace, algo a lo que contribuye la brevedad de las escenas, separadas por rótulos con la mera indicación temporal, y, sobre todo, las dos salidas exteriores: Cerdeña y Nápoles, el lago del Averno y la gruta de la sibila. Todas las secuencias de Cerdeña, aun teñidas del carácter documental que le imprime a la visita la investigación de una de las alumnas de Rafaelle Pinto, tienen un encanto especial, sobre todo la afirmación de que en el sardo no existe la palabra amore, que eso es “una invención de los italianos”. Como se advierte, pues, los alicientes para ir a ver La academia de las musas no son solo propios para filólogos, sino para todos aquellos espectadores que reconocen, desde el primer plano, la especificidad apasionante del lenguaje cinematográfico y que, además, tienen la mínima sensibilidad estética que el planteamiento cultural de la película exige de ellos. Si concluyo diciendo que es un thriller de ideas en el que todos los personajes aparecen enmascarados quizás se me entienda cabalmente. No quiero dejar de mencionar la conmovedora entrevista entre la poetisa, interpretada excepcionalmente por Carolina Llacher, y el profesor, quien realiza una crítica despiadada de las poesías que la participante en el seminario le ha presentado para recabar su opinión. Se trata de una situación muy común y a la que cuesta sobrevivir cuando el poeta o la poetisa están convencidos de que el crítico vive de espaldas a las corrientes renovadoras y solo valora los grandes hitos sólidamente establecidos. Con todo, hay un aspecto que conviene retener: la oposición entre sentimiento y expresión, porque sin la segunda difícilmente puede valorarse el valor de algo tan común a todos los seres. La individualidad del sentimiento solo se consigue a través de la expresión: estamos hechos de la materia de las palabras, y esto sirve para todos los personajes de la película, pero no para la película, cuyo discurso está hecho de luces, sombras y  sonidos, unos articulados y otros muchos no.
P.S. Un viejo conocido de mi conjunta y mío ha actuado como extra en la película, si bien le sacan un primer plano muy expresivo en el aula de la Facultad. Como hemos hecho juntos recientemente un viaje, nos ha puesto en antecedentes de la historia real de su profesor de italiano, con quien ha compartido muchas lecturas y experiencias. No nos ha dado, sin embargo, ninguna clave que no esté al alcance de cualquier espectador.

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