sábado, 19 de marzo de 2016

“Fellini Satiricón”, una visión, desde el siglo I d. de C., de la torrencial inventiva del director italiano.




Una orgía visual, una interpretación libérrima: Fellini Satiricón. La apoteosis de los excesos de la imaginación.


Título original: Fellini Satyricon  
Año: 1969
Duración: 129 min.
País: Italia
Director: Federico Fellini
Guión: Bernardino Zapponi & Federico Fellini
Música: Nino Rota & Varios
Fotografía: Giuseppe Rotunno
Reparto: Martin Potter, Hiram Keller, Lucía Bosé, Capucine, Alain Cuny, Max Born, Salvo Randone.


          Acabo de ver Fellini Satiricón y aún me dura el impacto estético que me ha elevado a un éxtasis visual incomparable. Que la película se llame así, Fellini Satiricón y no simplemente Satiricón es indicio inequívoco de que lo de menos es la libre adaptación que Fellini hace de la novela de Petronio, que no se conserva entera, sino en estado fragmentario y sí la visión que de ella tiene Fellini en relación con su propio mundo de personajes, temas e imágenes.  La novela, muy poderosa, como dejé escrito en la crítica que de ella hice aquí, en mi Diario, es un excelente pretexto para que Fellini desarrolle su capacidad imaginativa, de una fecundidad como pocos directores en la historia del cine la han tenido. Se suele criticar que Fellini, sobre todo el de la última época, sea “solo” imágenes… ¡Como si el cine estuviera hecho de otra cosa que no sean imágenes! Ellas sí que son la verdadera materia de los sueños… El caso es que, desde el comienzo, la road movie que es, en el fondo, el peregrinaje de Encolpio, primero en busca de su amado Gitone, y, después, una vez perdido, un recorrido por todas las realidades sociales de su época, especialmente las relativas a las liberales costumbres amatorias, sin prescindir de otras historias que, metidas en la trama como las novelas del Quijote, nos permiten tener una visión de conjunto de la vida romana del siglo I d. de C.; desde el comienzo, digo, la pautadísima sucesión de imágenes y secuencias alcanzan tal calidad estética y cinematográfica que deja asaz pequeños cualesquiera intentos de esteticismo que hayan podido venir después, incluidos Lynch, Kubrick, Tarkovski, Malick o demás hijos visuales del genial director romano. 

Quienes no hayan podido olvidar, por ejemplo, el mar de plástico por el que navega Donald Sutherland en su interpretación de Casanova, sabrán a qué me refiero. Una película como Satiricón no sería lo que es sin la trabajadísima escenografía, el fastuoso vestuario y una fotografía que, junto con la música, la convierten, propiamente, en una obra de arte más colectiva de lo que el cine ya suele serlo.
A pesar de que la puesta en escena es obra de Fellini, sin Danilo Donati, que también es el encargado del vestuario, y Luigi Scaccianoce,  su realización hubiera sido muy otra, del mismo modo que sin la fotografía espectacular de Giuseppe Rotunno, es probable que la película hubiera acabado pecando de pretenciosa.  La luz se hace cuerpo, en este Satiricón felliniano, y la milimétrica disposición de los personajes en el plano parece responder a una coreografía minimalista que acentúa el carácter ritual de aquella época lejana. En Roma, Fellini nos descubre, en las obras del metro, una casa romana cuyos frescos, por efecto del aire que entra en ella, tras 2000 años de oscuridad, se desvanecen. En Satiricón vemos con un rigor documental excepcional esa misma vida, compuesta con una dimensión pictórica, de “fresco”, que afecta a casi todos los planos de la película, en la que, a pesar del recorrido del personaje, apenas hay acción que pueda ser entendida como usualmente solemos hacerlo, lo que no significa que no haya un discurso desengañado y algo nihilista que responde estrictamente al original, del que se recuperan tiradas en latín, del mismo modo que se oyen lenguas diversas de los esclavos que estaban en la base del edificio social romano. En cualquier caso, la anteposición de su nombre al del texto que le inspira es lo suficientemente elocuente de que nos hallamos ante una harto más que extravagante galería de personajes, a medio camino entre personas y monstruos, que responden fielmente a los que vemos en la gran mayoría de películas del director. En el caso del Satiricón esa exhibición se enmarca en una escenografía impactante que reproduce, a veces con fidelidad rigurosa, a veces con una dimensión surrealista inequívoca, la vida romana del siglo I. Me cuesta destacar, de los variados episodios que reproduce Fellini en su película, alguno, pero las secuencias del banquete de Trimalción, las del suicidio de los nobles caídos en desgracia o el episodio de las espléndidas de la boda en el navío de guerra quizás fueran las mejores candidatas. Con todo, no hay episodio irrelevante y, por supuesto, no hay ni un solo plano de toda la puesta en escena de la película que no tenga un valor estético propio.
                                

Se trata de una película que no se agota en un visionado y que exige volver una y otra vez a la contemplación de ciertas partes de la misma para apreciar el virtuosismo cinematográfico que hay detrás. La novela de Petronio, en su momento, tenía una poderosa intención paródica y satírica. Fellini respeta aquella intención primigenia y la multiplica con tanto tacto artístico como crueldad sarcástica: las miserias expuestas pueden ser leídas como las propias del presente, porque la vejez, el dolor, la superstición, la impotencia sexual, el desamor, la aberración y el desengaño no son asuntos de ayer ni de hoy, sino eternos, como la belleza inmarcesible de esta desinhibida y lúcida visita al mundo antiguo que Fellini ha llevado a cabo en compañía de esos artistas mencionados sin cuya colaboración esta película no sería, sin duda, la que es: un placer visual imposible de encontrar en el cine de nuestros días, salvo contadas y raras excepciones. Como lector de la novela de Petronio, he echado de menos, sin embargo, la bella historia de licantropía que aparece en el original, pero no en la adaptación felliniana. Se trata, es muy posible, de la primera aparición de un tema tan literario, ¡y cinematográfico!, en la cultura europea. En fin, ¿se advierte, por lo antedicho, que le resulta incomprensible a quien esto escribe no apresurarse a ver, o revisitar, este Fellini Satiricón? Y después vendrá I clowns, si la encuentro en mi videoteca particular de la calle Tallers, claro está.

3 comentarios:

  1. Creo que he visto todo el cine de Fellini desde sus primeras películas, pero hay tres que no me han gustado: El Satiricón, Roma y La ciudad de las mujeres. No sé por qué. Quizás ese exceso que a ti te atrae. Igual que no me ha gustado el tema romano. Prefiero las películas ambientadas en su tiempo, en su realidad de las que soy un entusiasta absoluto.

    Una recomendación. Te sé conocedor del cine de Fellini, pero te hay una película no fácil de ver que se llama "El director de orquesta". Creo recordar que dura una hora. Insoslayable. Creo que te entusiasmará.

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    1. A pesar de mi entusiasmo por este Satyricon que está en consonancia con lo mucho que me gustó la novela de Petronio, no dejo de reconocer que La Strada es mi película felliniana favorita. Trataré de ver "Ensayo de orquesta". Promete, è vero.

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    2. Sí, efectivamente se titula Ensayo de orquesta. Yo la tengo en DVD bajado de internet, por si no la encuentras.

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