lunes, 25 de abril de 2016

“Thérèse”, de Alain Cavalier: la santidad por de dentro: la “Historia de un alma”.




Thérèse o el prodigio visual de la biografía de una santa, Teresa de Lisieux, rodada por un agnóstico amante de la pintura  y de la mística.

Título original: Thérèse
Año: 1986
Duración: 94 min.
País:  Francia
Director: Alain Cavalier
Guión: Camille de Casabianca, Alain Cavalier
Música: Gabriel Fauré, Jacques Offenbach
Fotografía: Philippe Rousselot
Reparto: Catherine Mouchet, Aurore Prieto, Sylvia Habault, Ghislaine Mona-Hefre, Helene Alexandridis, Clemence Massart, Jean Pelegri, Nathalie Bernart, Beatrice DeVigan, Noele Chantre.

 Que una película como Thérèse tardara veinticinco años en aparecer por las pantallas españolas después de su estreno me parece propiamente un misterio que alguien habría de resolver, máxime dada la historia católica de nuestro país, y el hermoso origen místico de la orden en la que profesó, las Carmelitas descalzas, la creada por Teresa de Jesús, y a la que también perteneció Juan de la Cruz, en su rama masculina. Que el director no sea creyente, o no lo fuera, al menos, cuando la rodó, según confesión suya, permite acercarnos a la vida de la santa desde una perspectiva alejada del proselitismo en el que a veces suele caer el cine de carácter religioso, propenso al enaltecimiento en vez de la objetividad. A su manera, y aunque sean películas muy distintas, sobre todo formalmente, la obra de Cavalier me ha recordado la de Fesser, Camino, en esa actitud desprejuiciada desde la que se contempla un proceso de “santidad”, un “camino”, en el caso de Alexia González Barros, un “caminito” -como ella lo describe en su libro “Historia de un alma”-, en el de Thérèse Martin. La lectura de ese libro es lo que está en el origen de la película de Cavalier. ¡No quiero ni pensar qué maravillosa película hubiera hecho, de haber leído la autobiografía de Teresa de Jesús, una de las cumbres de la literatura española de todos los tiempos! La película de Cavalier es, desde el punto de vista formal de la realización y de la puesta en escena, una película muy atrevida, porque ofrece la vida de la santa con una economía de medios que acerca la película al teatro, pero en aquella atractiva versión de la dramaturgia que fue el teatro de la pobreza de Grotowski, aunque el trabajo del director de fotografía, Philippe Rousseleot, quien lo fuera de esa joya cinematográfica que es Big Fish, de Tim Burton, resulta determinante para poder valorar el mérito técnico de la película. La austeridad formal de la puesta en escena, aunque llena de detalles propios de la vida conventual que logran impactarnos visualmente como pocas películas lo hacen, establece una correlación evidente con el voto de pobreza de la orden, aunque ello no obsta para que se advierta una “riqueza” visual en tantos objetos de la vida cotidiana, como en los propios hábitos de las hermanas carmelitas, en la textura de cuyas telas se recrea la cámara con unos primerísimos planos que nos provocan una verdadera sensación tangible. Cavalier nos va revelando la personalidad de Thérèse en familia y en el convento, aunque para poder profesar hubiera de peregrinar incluso a Roma para pedirle licencia al Papa, teniendo en cuenta las dificultades que le ponían por ser tan joven, 14 años, cuando se le metió entre ceja y ceja que había de profesar. La imagen de dulzura de la santa, una santa, además, de la renuncia a los “grandes gestos” y la devoción a lo minúsculo de los actos de la vida cotidiana, sobre todo en relación con sus hermanas de orden y con la vida conventual, además de la dedicación a sus escritos, que le han granjeado el título de Doctora de la Iglesia, que comparte con la fundadora de la orden, contrasta con la férrea determinación de quien, cifrado un objetivo, no cejaba hasta conseguirlo.  Ha de tenerse presente que la heroína de Thérèse no fue tanto su fundadora, Teresa de Jesús, cuanto Juana de Arco, a quien idolatraba y a quien quería emular, en el campo del apostolado, aunque nunca se movió de su convento. Prueba de esa devoción son estas fotografías tomadas con motivo de representaciones teatrales conventuales con obras, en algunos casos, de su propia producción.
Compartiendo el agnosticismo con el autor, puede parecer sorprendente la atracción que ejerce sobre mí el mundo de la vida retirada de quienes entran en religión, pero apartarse del mundo, renegar de él, y someterse a una disciplina espiritual de semejante envergadura, amén de otras labores gratas como puedan ser el trabajo intelectual, la gastronomía, la horticultura y la artesanía, siempre me ha parecido una sensata y sabia decisión, incluida la austeridad extrema e incluso los padecimientos físicos anejos. Amante como soy de la práctica deportiva intensa, advierto en ello parte del fundamento de la simpatía que siento por esa vida retirada.  La vida de Thérèse Martín, marcada por el ansia de llegar a ser santa, de establecer, como todos los místicos quieren, una relación privilegiada con Cristo, va desarrollándose ante nuestros ojos con una fluidez narrativa que nos permite abarcar su breve existencia de principio a fin, pero desde el interior de la joven santa apasionada. La obra no rehúye la presentación de las ambiguas relaciones conventuales, que van desde las ojerizas y animadversiones hasta los celos y los amores que rozan el lesbianismo, pasando por la solidaridad extrema, la humillación deseada y la obediencia total. Es paradójico cómo la personalidad de la santa va afianzándose a través de la negación de sí misma. De hecho, parte esencial de su personalidad y de su santidad fue buscar el apartamiento, la oscuridad, el silencio, para hacer de su relación con Cristo un amor alejado de la contemplación y la crítica ajenas. Eso sí, sin desdeñar los clásicos recursos ascéticos a que tan acostumbrados nos tiene la historiad e la mística: todas las privaciones y castigos físicos son pocos para domeñar las pasiones humanas y liberar el alma en toda su pureza para poder entrar en contacto con Dios. Más allá, con todo, de la fidelidad histórica de la película, que es admirable, Cavalier ha conseguido realizar una película que nos asombra tanto, visualmente, al menos, como pueden hacerlo las pinturas de Zurbarán o las de Van der Weyden, como el calvario, recientemente exhibido en el Prado, con un éxito total de público. El mismo placer visual va a encontrar el espectador de esos cuadros en la película de Cavalier. Es evidente que sin las actrices con las que ha contado Cavalier hubiera sido imposible que la película adquiriera ese grado de verdad tan impactante. La protagonista, Catherine Mouchet, en su primer papel para el cine, logró el César a la mejor actriz revelación, pero, al mismo tiempo, dada la asociación de su rostro con el de la santa, tuvo no pocas dificultades para seguir lo que puede entenderse como una carrera normal, y hasta casi siete años después de la película no comenzó a “volver” a recibir ofertas. Eso sí, su trabajo en Thérèse es de una sutileza y una riqueza interpretativa maravillosas, como, en su vertiente extrovertida, lo fue el de la niña Nerea Camacho en Camino.


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