domingo, 5 de junio de 2016

La ciencia-ficción candorosa y apasionada: "La bestia de otro planeta", de Nathan Juran.




La ingenuidad recompensada: La bestia de otro planeta, un Saurio de Venus, con efectos especiales del gran Ray Harryhausen


Descubrir las viejas películas de ciencia-ficción, como las de Quatermass o El hombre con rayos X en los ojos, con un estupendo Ray MIlland, es siempre motivo de alegría para quien de niño y adolescente pasó tantas horas en el cine. Nadie desconoce el valor que en el mundo del cine ha tenido el trabajo de Ray Harryhausen como un mago de los efectos especiales. Y en esta película, comercializada en vídeo con el título de A 20 millones de  millas de la Tierra, pero estrenada como La bestia de otro planeta, se advierte el encanto de esos efectos con todos sus aciertos y sus defectos que no lo fueron, aunque ahora lo son, dada el espectacular avance que han experimentado dichos efectos especiales. La película, un poco al estilo de la invasión de los ultracuerpos, tiene una trama que gira en torno a la llegada de la vida extraterrestre a nuestro planeta. Ambientada en Sicilia y en Roma, la película nos narra la aventura de un ser con aspecto de reptil que crece progresivamente en contacto con nuestra atmósfera hasta adquirir dimensiones ciclópeas. La intervención del ejército usamericano es decisiva para intentar rescatar con vida esa otra forma alienígena de vida, pero el azar acaba estropeando la aventura científica para desembocar en una supuesta película de terror en la que la caza de la bestia se impone a cualquier otra consideración. Como está en Roma, el monstruo se acabará paseando por el Foro romano y por el Coliseo donde, finalmente será abatido, no sin antes haberse llevado por delante no pocas personas y monumentos. La existencia de una trama amorosa mínima y casta se superpone a la aventura científica y militar con estupenda naturalidad. Ha de reconocerse que la realización es muy decorosa y que el director consigue un ritmo narrativo excelente, en ningún momento entorpecido, por el cambio de escenarios y por la persecución de la bestia, primero por los bosques de Sicilia y luego por la ciudad de Roma. Como en otras películas similares, también en ésta se repite la lucha entre dos animales gigantes, en este caso el saurio extraterrestre y un elefante, en las calles de Roma, cerca del castillo de Sant'Angelo, cuyo puente, ene memorable escena rompe el saurio para salir del río donde se ha escondido y de donde lo obligan a salir lanzándole granadas. Es evidente que estas películas antiguas solo pueden verse con los ojos de la niñez o de la adolescencia, no con los del adulto, y que del mismo modo que uno podía estremecerse con la aventura de KIng Kong, puede hacerlo ahora con la de este saurio venusino que, a su manera, acaba recreando la aventura urbana de King Kong. En Nueva York el simio gigante se sube al Empire; en Roma, el saurio se sube al Coliseo.Me ha llamado la atención, curiosamente, y en eso sí que no se repara en la niñez, la política de transparencia informativa del ejército usamericano, dando cuenta detallada de los pormenores de una expedición nada menos que a Venus y con invitación incluida para saber in situ cómo se trabaja con la bestia y qué resultados se van obteniendo.  En tiempos de Guerra Fría esta claro que la película admite otras lecturas, como la metaforización de la amenaza comunista, pero eso es un sendero sobre el que, aún hechizado por la contemplación de una obra tan peculiar y, a fuerza de ingenua, apasionante, que prefiero quedarme con a agradable sensación de haberme dejado arrastrar por esa aventura venusina. En nuestros días, hasta podría leerse, en clave electoral, como si el saurio, ¡criatura de Venus!, fuese metáfora de Podemos y su revolución del amor y las sonrisas, pero no me lo perdonaría... Recomiendo vivamente que, quien la tenga a mano, le eche una mano y destierre los prejuicios sobre la tosquedad de ciertos efectos, porque películas como esta solo pueden verse desde el afecto al género.

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