sábado, 27 de agosto de 2016

El poder redentor de la música: “El profesor de violín”, de Sérgio Machado.



La música clásica en una película clásica de superación personal y social: Tudo Que Aprendemos Juntos o el accidentado encaje en lo real de los buenos sentimientos.


Título original: Tudo Que Aprendemos Juntos
Año: 2015
Duración: 92 min.
País: Brasil
Director: Sérgio Machado
Guión: Maria Adelaide Amaral, Marcelo Gomes, Sérgio Machado, Marta Nehring, Antonio Ermirio de Moraes
Música: Silvio Baccarelli, Felipe de Souza, Alexandre Guerra, Edilson Venturelli, Edimilson Venturelli
Fotografía: Marcelo Durst
Reparto: Lázaro Ramos, Kaique de Jesus, Elzio Vieira, Sandra Corveloni, Fernanda de Freitas, Hermes Baroli, Criolo, Rappin' Hood, Thogun.

Enterarse a posteriori de que El profesor de violín responde a un caso real, el del Instituto Baccarelli, fundado por Silvio Bacarelli a finales de los 90 del pasado siglo en la favela Heliópolis de Sao Paulo, que se ha querido retratar con respeto y con entusiasmo, confirma al crítico, que lo ignoraba, el valor cinematográfico de esta película a la que el único pero minúsculo que puede ponérsele es la excesivamente rápida evolución virtuosa de la banda juvenil a la que se encarga de adiestrar el protagonista, un músico en crisis, paralizado por ignotos fantasmas interiores que le impiden competir por una plaza de violinista en la orquesta nacional de Brasil. El esquema de la crisis y la superación personal correspondiente pudiera habernos deparado lo que podría considerarse una película “de autoayuda”, acaso como la que pudiera indicar el título de una recién estrenada, Mi vida a los 60; pero estamos, sin embargo, ante una obra que se acerca más, mutatis mutandi, al esquema de la legendaria Rebelión en las aulas. Ese violinista fuera de sí, que parece empeñado, después de haber sido considerado un niño prodigio, en tirar su vida y su futuro por la borda, se ve obligado a reconsiderar su vida tras entrar en contacto con la durísima realidad social, pero también biográfica de todos y cada uno de sus alumnos, en la favela donde entra a trabajar dando clases de música para una ONG. No estamos ante un tratado sociológico sobre cómo salir del subdesarrollo o de la marginación, sino ante el contacto de una vida sin rumbo con unas vidas de escasos horizontes para las que la formación musical clásica supone, como lo confiesa uno los protagonistas, el único remedio para calmar el profundo dolor existencial que, a él en concreto, le ha supuesto, haber provocado la muerte del amigo a quien llevaba como paquete en la moto mientras huía de la policía en una trepidante persecución por el interior de la laberíntica favela donde se desarrolla la acción de la película, un joven delincuente que sufre, además, la amenaza de los mafiosos que imperan en ese territorio sin ley. Carlinhos Brown realizó posteriormente una obra social parecida a la de Bacarelli, pero centrada en la samba, la música tradicional por excelencia del Brasil. En El profesor de violín lo que choca sobremanera es el contraste entre la música clásica y la realidad degrada de la que forman parte los intérpretes adolescentes que conforman la orquesta. Oír a Vivaldi, Bach o Beethoven en ese contexto, y ver el proceso como los jóvenes intérpretes quieren ejecutar dichas partituras -que han de aprender a leer, porque tocan de oído, no de lectura- , de la mano de un profesor que se va involucrando, siempre con una reserva que impide la perspectiva “misionera”, en la vida de sus alumnos, es un espectáculo que eleva el corazón y que permite al director mezclar, de modo muy inteligente, la tragedia, el humor -¡impagable la secuencia del vals de cumpleaños que interpreta la orquesta para la hija del mafioso que controla la favela!- y la objetividad del observador desapasionado, una perspectiva que enriquece la visión de dicha realidad. La realización alterna, a modo de contraste, la vida urbana del protagonista, sumido en un fracaso que lo atenaza y cuyos orígenes nunca acaban de quedar lo suficientemente claros -ese sería el lado débil del guion- y la vida de la favela, mediante los planos en los que el protagonista cruza un puente que parece separar físicamente ambos mundos. La película, buena parte de ella situada en la franja nocturna del día, retrata Sao Paulo con una belleza nocturna muy especial; del mismo modo que el mundo laberíntico, de zoco árabe, de la favela está filmado con un verismo que no excluye ni la belleza de la sordidez ni lo contrario, porque en ese ambiente degradado, difícilmente por sus propios méritos puede descollar la belleza, si no recibe un impulso que la ayude a conseguirlo… Esa es la función, ¡casi sagrada!, del protagonista, quien, como ya hemos dicho, nunca abandona en su menester solidario esa reserva individual de quien aspira a enderezar su propia vida, algo que consigue justo cuando se produce la mayor tragedia de la historia, la muerte del joven violinista en quien él había puesto toda su confianza. La película, pues, va progresando emocionalmente hacia un clímax dramático que supera con pericia y con arte los peligros en los que una película de estas características puede caer hasta hacerse añicos. Se trata de momentos en los que la emoción, acompañada, o propiciada, por la música de Mozart o de Vivaldi hace mella en el más curtido de los espectadores y le arranca el homenaje del corazón en forma de llanto catártico. Es justo no reprimirlo, porque son muy duros los destinos que se han mostrado y tan dolorosas como dramáticas las vidas de esos jóvenes que han de navegar entre la esperanza y la degradación social. A ese respecto, por ejemplo, la escena en el seno familiar del joven violinista que acaba siendo víctima de la policía, cuando su padre se encara con él para obligarlo a olvidarse del violín y forzarlo a buscar un trabajo, tiene un grado de verismo neorrealista sobrecogedor. Supongo que el hecho de que el protagonista, el actor más importante de Brasil, Lázaro Ramos, haya nacido en una favela, contribuye a que todo el elenco de la película nos ofrezca esa intensa vibración de verdad sin ambages que tan hondo llega a la emoción de los espectadores. De hecho, y a título anecdótico, cabe referir que las secuencias de la irrupción policial en la favela hubieron de ser suspendidas varias veces para convencer a los favelistas de que no eran policías de verdad, sino actores, dada la agresividad con que se giraron contra ellos, para susto no pequeño, me imagino, de los actores disfrazados de policía. Se trata de una obra, pues, que se acerca con honestidad y rigor a un esfuerzo de redención social que, por poner un ejemplo lejano en el tiempo y en el espacio, sería equivalente al de los Coros de Clavé, una obra cultural titánica llevada a cabo por Josep Anselm Clavé para apartar a los obreros barceloneses del embrutecimiento del alcohol en las tabernas, y cuyo valor humano y político no creo que haya sido aún suficientemente reconocido. ¡Menuda película hay en la vida de Clavé y su época!

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