viernes, 9 de septiembre de 2016

El cine británico, el sindicalismo y la libertad individual: “El amargo silencio”, de Guy Green.





La libertad individual y la clase trabajadora, una película Aynrandiana de Guy Green, un director de fuste: El amargo silencio entre el free cinema y el cine  sobre la libertad.


Título original: The Angry Silence
Año: 1960
Duración: 95 min.
País: Reino Unido
Director: Guy Green
Guión: Richard Gregson, Michael Craig, Bryan Forbes
Música: Malcolm Arnold
Fotografía: Arthur Ibbetson (B&W)
Reparto: Richard Attenborough, Pier Angeli, Michael Craig, Bernard Lee, Alfred Burke, Geoffrey Keen, Laurence Naismith, Russell Napier, Penelope Horner. Oliver Reed.

Guy Green es un director al que hay que descubrir, no solo porque su cine tiene un contenido ideológico muy fuerte, como lo prueban las dos películas que he visto de él completas y, parcialmente, la tercera, Un retazo de azul, en el que el drama de las parejas interraciales se aborda en un melodrama casi perfecto, con un Sidney Potier excepcional y una Shelly Winters que ganó el Oscar a la mejor actriz de reparto, sino porque, siendo él también director de fotografía, junta ambas facetas y consigue unas puestas en escena la mar de convincentes, persuasivas. El mago, basado en la novela homónima de John Fowles, es una película que vio Fritz Perls, el creador de la terapia Gestalt, y a quien le impresionó tanto que volvió a verla al día siguiente, porque se identificó hasta las cachas con el Conchis retratado en la película. La novela, por cierto, es excelente, y merece una lectura detenida y entusiasta. La película, muy bien ambientada, con estupendas interpretaciones de Anthony Quinn y Michal Caine, es buena, pero no acaba de convencernos como sí lo hace Fowles con su prosa poderosa y la concepción de un personaje como Conchis, que tanto nos fascina como nos repele, pero de quien estamos deseando conocerlo todo. El amargo silencio, que de esta película es de lo que hemos venido a hablar hoy aquí, perteneciente al movimiento del Free Cinema, está ambientada en el mundo de las relaciones laborales, dentro y fuera de la empresa, porque el protagonista tiene alquilada una habitación de la casa a un compañero de la fábrica. La película comienza con la llegada a la ciudad industrial de Ipswich de un misterioso personaje a medio camino entre un agente del Partido Comunista inglés, o un agente infiltrado del KGB, en cualquier caso, un agitador en la sombra que quiere provocar una oleada de huelgas al margen de los sindicatos “oficiales”, los reconocidos por el tejido empresarial.  La película se centra en un empleado con dos hijos cuya mujer, la bellísima Pier Angeli, espera un tercero, un hombre superado por su circunstancia y atado y bien atado a una realidad que lo constriñe irremediablemente. El capataz al servicio del agente provocador (nada que ver con Pere Gimferrer, por supuesto) convoca una reunión sindical en la que se describe a la perfección el modo como se puede manipular una asamblea para que sea aprobada una huelga que no parece estar justificada. A partir de esa declaración y de la negativa a secundarla de un grupo de obreros entre los que se encuentra el protagonista, Tom Curtis, la película derivará hacia los métodos mafiosos de sus compañeros de trabajo para lograr la paralización completa de la fábrica, aunque sea a costa no solo de pasar por encima del derecho individual a seguir trabajando, reconocido en la ley, en igualdad de condiciones que el derecho de huelga, sino incluso a costa de utilizar la violencia para “doblegar” a quienes se oponen a la realización de esa huelga ilegal, no lo olvidemos. En cierta manera, hay un eco innegable de La ley del silencio, de Kazan, en este Amargo Silencio, porque el empecinamiento del protagonista en el ejercicio de sus derechos individuales frente al aborregamiento de la masa dispuesta a dejarse llevar por quienes tienen intereses inconfesables es calcado del de la película que consagró a Brando. Richard Attenborough hace un papel tan contenido como efectivo, un hombre que no hace bandera de su derecho a ejercer la libertad de pensamiento sin dejarse amilanar por sus compañeros de trabajo, sino que, sencillamente, se limita a ejercer ese derecho contra viento y marea, aun a pesar de que los huelguistas incluso se atrevan a agredir a su hijo, a quien indisponen contra el padre, en una de las excelentes escenas de la película, llena de muchas secuencias formidables, tensas, como en la que la mujer, Pier Angeli,  le reprocha a su inquilino, pretendido “amigo” de su esposo, que no haya sabido dar la cara por él, y le pide que salga de su casa, que deje libre la habitación, que no quiere compartir el mismo techo con alguien como él, capaz de preferir la manada a la verdadera amistad. La película puede entenderse, incluso, como un epígono del neorrealismo, porque el realismo puro y duro de la vida de los obreros en la Inglaterra industrial, con unas condiciones de vida bastante más que duras nos trae a la memoria no pocas escenas del cine italiano de posguerra. Por otro lado, la película ahonda en una cuestión compleja, cual es la de los límites del derecho a huelga y la licitud de ciertas estrategias sindicales como los piquetes violentos; elementos que se unen, por el otro, a la presión de los dueños de la fábrica para deshacerse del “individualista” que les da problemas y que pone en peligro llegar a un acuerdo con los huelguistas para poder cumplir con el pedido gubernamental que les asegura la actividad y el negocio. Entre dos fuegos, pues, está el protagonista, quien no cede. Se trata de un obrero sencillo, amante del fútbol, de ir mejorando su nivel de vida y de disfrutar de su familia…, no nos las vemos con un “intelectual” como el Gary Cooper de El manantial, cuyo discurso final aplaudiría este hombre modesto y trabajador, porque intuiría, antes que entendería cabalmente, que lo retrataba. De alguna manera, El amargo silencio podríamos considerarla como el reverso de Norma Rae, de Martin Ritt, otro cineasta con fuertes inquietudes sociales. Mientras que en la de Green, el agitador viene para usar a los trabajadores para su fin de agitación política inconfesable, en la de Ritt llega para concienciar a los trabajadores de que han de formar una agrupación sindical para defenderse de la explotación de los amos. En ambos casos, la integridad y la honestidad personal es el patrón que define a la protagonista de Norma Rae y al protagonista de El amargo silencio, aunque ambas historias tengan, a nivel argumental, poco en común.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Una obra estremecedora y eisensteiniana de Julien Duvivier: “Siembra de dolor”.





La feroz segregación del “otro” en el seno familiar: Siembra de dolor, de Julien Duvivier, basada en la novela autobiográfica de Jules Renard, Poil de carotte.

Título original: Poil de carotte
Año: 1925
Duración: 108 min.
País: Francia
Director: Julien Duvivier
Guión: Julien Duvivier (Novela: Jules Renard)
Música: Película muda
Fotografía: André Dantan (B&W)
Reparto: André Heuzé, Charlotte Barbier-Krauss, Fabien Haziza, Henry Krauss, Lydia Zaréna.

No hace mucho hice una crítica de El paraíso de las damas, de Julien Duvivier, y mostré en ella mi admiración por una obra de una actualidad sorprendente y llamativa. Hoy traigo a este Ojo Cosmológico una verdadera y estremecedora obra de arte, Siembra de dolor, Poil de carotte en el original, Pelo de zanahoria, literalmente. Se trata de una historia basada en la novela autobiográfica de Jules Renard, con el mismo título, una obra naturalista en la que se narran las penalidades familiares de un ser marginado y abocado al suicidio a fuerza de indiferencia, malos tratos y un firme desprecio por parte de la madre, dos hermanos y un padre más ausente que presente y ajeno a esa inquina materna que se ceba en el benjamín de la familia hasta hacerle la vida imposible. La obra está centrada en una pequeña localidad rural en la que una madre cruel, descrita como una virago, con su férreo bigote y sus ademanes a medio camino entre el travestí forzudo y la damisela de guardarropía, se ceba en su hijo pelirrojo, ultrapecoso y más amante de la naturaleza que propiamente travieso. Es hermano de otros dos que, haciéndose a su vez la puñeta entre ellos, se unen para burlarse del pequeño y hacer piña con la madre contra él. La llegada de una doncella a la casa será el único refugio del pequeño, del mismo modo que, en la evolución dramática de los acontecimientos, el padre, divorciado de facto de su esposa, aunque convivan en la misma casa, influido por la doncella, acabará cambiando de opinión hasta convertirse en el protector del hijo. La descripción naturalista de un pequeño pueblo acerca mucho la obra a las excelentes novelas de Pardo Bazán Madre Naturaleza y Los pazos de Ulloa, aunque en la de Renard hay un costumbrismo y una descripción de la vileza de las pequeñas poblaciones que aquí en España conocemos perfectamente bien. Técnicamente, la película es una maravilla, no solo por la iluminación, por la puesta en escena que saca un provecho excepcional de los escenarios en que transcurren los hechos, sino porque el director, Duvivier, ha incluido algunos efectos especiales para resaltar la percepción subjetiva de los personajes que, sin ser nada del otro mundo, acercan mucho la realización a las grandes películas de Eisenstein. La sensibilidad de Duvivier, por otro lado, para el paisaje es muy de agradecer, porque las secuencias exteriores constituyen una delicada contemplación de paisajes vistos desde una perspectiva artística, como composiciones pictóricas en las que los personajes, y sobre todo el protagonista, cuando sale de paseo con la doncella, su gran aliada, tiene los únicos momentos de esparcimiento, incluida su amistad con una niñita con quien juega inocentemente desde su ingenua candidez. En cierta forma, la película tiene como tema la segregación del diferente, y me recuerda, por las condiciones físicas del protagonista, las noticias que he leído sobre la represión de los albinos en ciertos países africanos, donde son, literalmente, “cazados” para convertir sus cuerpos troceados en amuletos protectores. Nada hay en la película que justifique la inquina materna excepto el físico de la criatura, su alegre “alocamiento” y una suerte de bondad natural que se confunde con idiotez congénita por parte de la madre y de los hermanos. Hay en la película una historia paralela, el amor fou que siente el primogénito por una cantante de un tugurio capitalino donde estudia el joven, y que permite redondear la atmósfera opresiva que se vive en esos pequeños pueblos. La madre, por cierto, es la preferida del cura y la organizadora del “ropero” de la localidad, lo que da pie a unas escenas extraordinarias en las que las mujeres cosen juntas en casa de la familia protagonista, escenas realizadas con una precisión casi entomológica de las miserias humanas. No hay plano, ni en el interior de la casa, ni en los preciosos paisajes que la rodean, que no esté estudiado al detalle, y hay un uso del primer plano, sobre todo del padre y de la madre cuya profundidad psicológica permite narrar la historia con una densidad semántica que ya quisieran muchas películas del sonoro. Añadamos a eso que en rarísimas ocasiones a lo largo de la película hemos de sufrir la sobreactuación tan típica del cine mudo por parte de un reparto ajustadísimo a la individualidad de cada cual. Si será meritoria la actuación que el espectador se deja arrastrar por ese juego de pasiones cruzadas que es la novela y en el que la peor parte la acaba llevando el inocente ingenuo incapaz de explicarse por qué es odiado en vez de amado. Me ha extrañado que en Filmaffinity ni siquiera haya una crítica de esta joya, aunque quienes la han visto y votado la califican como notable, pero ya se sabe que en esa página hay no pocos rácanos a la hora de puntuar. A mí me ha parecido una obra muy próxima al espectador español, porque aquí, y Arniches en La señorita de Trevelez lo dejo claro, y luego Bardem en Calle Mayor, tenemos experiencia muy directa de lo que en Siembra de dolor se narra, y muchos de sus personajes son trasplantables directamente a lo que fue nuestra realidad, a la que, ¡ay!, aún lo es en no pocos pueblos recónditos de nuestra también hermosa geografía.
Siete años después, Duvivier hizo una versión sonora de su película muda, que no he visto, pero está claro que no solo no me importaría hacerlo para “cotejar” cómo se plantean las mismas relaciones estando la voz de por medio, tan enemiga, a veces, de las imágenes, sino que, desde hoy, me aplico a la búsqueda de esa versión. Por lo que he leído al respecto, el personaje de la madre está desprovisto de las severas tintas ridiculizadoras con que está visto en la película muda, y la participación del padre en la acción es levemente distinta de la de la versión de 1925. Las fotografías de los planos de la película hablada me parece que “dulcifican” algo la brutalidad del original mudo, pero, y no hay otra manera de decirlo, “está por ver”.