lunes, 24 de octubre de 2016

La identidad, el medio, la memoria y la familia: “La propera pell”, de Isaki Lacuesta


Adolescencia, memoria,  ficción y culpa: La propera pell, un drama realista, contundente, plurilingüe y de altura. 

Título original:La propera pell
Año: 2016
Duración: 103 min.
País: España
Director: Isaki Lacuesta, Isa Campo
Guión: Isa Campo, Isaki Lacuesta, Fran Araújo
Música: Gerard Gil
Fotografía: Diego Dussuel
Reparto: Àlex Monner, Emma Suárez, Sergi López, Bruno Todeschini, Igor Szpakowski, Mikel Iglesias, Greta Fernández, David Arribas, Pablo Rosset, Guillem Jorba.

Me chocó, ante la taquilla, que la película se anunciara subtitulada en castellano, pero quise entender que, ¡así lo espero!, no habrá una “versión” en castellano para el resto de España y que, en consecuencia, aun siendo tan fácilmente comprensible el catalán de la misma -salvo cuando habla Sergi López, un caso singular de antivocalización cinematográfica, da igual que sea en catalán que en francés que en castellano (aunque en este caso la tosquedad del personaje parece que requiera ese registro ininteligible)-, los poco dados a hacer esfuerzos de comprensión tengan una referencia más o menos exacta de lo que se dice, aunque tampoco, dado el realismo cotidiano que respira la película durante la mayor parte del metraje sea de vital importancia lo que se dice, frente a lo que se hace y, sobre todo, frente a lo que se calla. Es muy de agradecer que, como suele ocurrir en lugares de frontera, las lenguas convivan armoniosamente, porque el afán comunicativo se impone sobre torpes y estériles debates identitarios. Así, francés, catalán y castellano se usan en la película con esa naturalidad de quien ni siquiera repara en el hecho, lo cual otorga a la historia un plus de realismo que beneficia mucho a la cinta. La historia es, hasta cierto punto, sencilla: el encargado de un centro de internamiento de jóvenes con problemas cree haber podido rastrear con una mínima dosis de certidumbre el origen familiar de uno de los internos y le propone el regreso al hogar del que ha desaparecido desde los 9 hasta los 17 años actuales, para sorpresa, lógicamente, de una madre que lo daba por desaparecido y quizás por muerto, por el modo como desapareció, a través de las montañas del Pirineo un día de invierno. El regreso de Martin Guerre y su remake Sommersby se nos vienen enseguida a la memoria, pero, ¡afortunadamente!, pronto advertimos que la trama sigue otro rumbo, el de la dificultad de asumir la memoria de un pasado traumático y el del enfrentamiento con los demonios familiares a los que el protagonista, el joven Gabriel, Leo en su “exilio” francés, porque llevaba una camiseta de Messi cuando lo encontraron y con ese nombre se quedó, ha de enfrentarse desde esa suerte de doble personalidad que refuerza la presencia del encargado francés que lo acompaña durante unas semanas para garantizar la viabilidad del reencuentro. A lo largo de la película se juega constantemente con la ambigüedad y ni siquiera cuando se produce el desenlace sale el espectador de la sala convencido de que el joven no sea un impostor, por más que haya imágenes de inequívoco significado que parecen indicios más que convincentes. Desde la llegada del joven al pueblo de alta montaña donde transcurre la acción, la historia va acumulando, en un crescendo perfectamente dosificado, extrañas contradicciones que mantendrán la alerta de los espectadores respecto de lo que se le propone en pantalla, aun siendo, a veces, más que sorprendentes, como la atracción homosexual entre los primos, por ejemplo, de tan súbita irrupción en la trama, muy diferente de la previsible relación entre el tío y la madre del protagonista, por ejemplo, o la insinuación de seducción incestuosa en un par de escenas, en el baile de la fiesta de entrega de trofeos al mejor cazador y cuando la madre está apoyada en el regazo del hijo mientas ven películas familiares de su infancia. La película comienza, como suele ocurrir en las buenas películas, y esta lo es, sin duda, con una poderosa imagen metafórica: el deshielo de los carámbanos en unas rocas, ese lento gotear del hielo de las cumbres que acaba alimentando los ríos, los de la naturaleza, pero también los de la vida, con sus vueltas y revueltas, sus rápidos y su discurrir tranquilo, sus turbiedades y sus transparencias. La puesta en escena en un pueblo de alta montaña, con estación de esquí, con un tipo de vida centrada en el contacto con la naturaleza, con relaciones humanas adensadas en pasiones acaso condicionadas por el propio medio, con aficiones como la caza, tan presente a lo largo de la película, con una manera de tratarse unos a otros algo arisca, etc.; esa presencia poderosa del medio como, si de una película “naturalista” a lo Zola se tratase, me induce a poner en relación esta película con la más que magnífica de Joaquim Jordà Un cos al bosc, que he visto no hace mucho, y de ahí que la tenga tan presente. Ambas, y  esta aún más por la presencia de esa variante francesa de la trama, me parecen de inequívoca estirpe chabroliana, lo cual ha de entenderse como un merecido elogio. Hay ciertas tosquedades en la historia y algunas escenas, sobre todo la de los jóvenes y las fantasías que el protagonista despliega ante su auditorio “paleto”, como él dice en un momento, que tienen un ligero toque de impostura, de ausencia de naturalidad que, sin embargo, se recupera, por ejemplo, con todo su poder de convicción en la aventura homosexual de los primos en compañía de la novia del primo del protagonista. La relación entre madre e hijo y la desconfianza lógica del tío, que es amante de su cuñada, hacia el aparecido casi como por arte de magia, compone un trío de relaciones cuya evolución mantiene en vilo al espectador. Curiosamente, Emma Suárez, que en la última película de Almodóvar representa una madre con una historia muy parecida a la de esta, realiza aquí una interpretación brillantísima, muy alejada de la artificiosidad del personaje de la del manchego que, a mi entender, no se creía de ninguna de las maneras, y de ahí que su actuación, allí, se resintiese tanto y aquí, sin llegar a conmover, porque ni siquiera lo pretende, sí consiga auténticas escenas que conectan enseguida con el espectador. Alex Monner, por su parte, sobre quien descansa toda la película, sale del paso con una solvencia que ya quisieran muchos veteranos. Seis años de rodajes le han dejado un poso de buenas maneras que aquí alcanzan una cumbre interpretativa particular que lo catapultará al Goya a la mejor interpretación, me imagino. Lacuesta, además, explota visualmente su fotogenia y consigue primeros planos por los que no pocos actores y actrices estarían dispuestos a trabajar gratis. La voz ronca y “maltratada”, en consonancia con esa supuesta vida llena de experiencias insólitas con las que impresiona a sus jóvenes convecinos, contribuye no poco a la dimensión transgresora de un personaje atormentado, con terribles problemas psicológicos que calma con autoagresiones físicas. El personaje es complejo, y Monner sabe transmitir convincentemente esa mezcla de orfandad y prepotencia que se van alternando a lo largo de la historia. Que hasta Sergi López quede algo eclipsado a su lado en el duelo interpretativo que ambos mantienen creo que ya lo dice todo. Me gustaría extenderme por esos recovecos oscuros que la trama siembra con una dosificación extraordinaria y que conducen a un desenlace impactante, pero, por encima de mis deseos está no desvelar aquello que ha de ser recibido tras la morosa preparación de la hora y media previa. Aun siendo tan poderosa la trama, en el plano de los sentimientos y en el de la reflexión sobre la identidad, lo que, al final, se queda en la memoria de la retina del espectador es la magnífica fotografía de la montaña en invierno, y esa suerte de niebla húmeda que otorga a la vida del pueblo un aire de fantasmagoría que se cruza, en parte, con la propia historia de Gabriel, un nombre simbólico sobre el que, a buen entendedor…, me abstengo del más mínimo comentario. Que conste, para acabar, que la otra película que vi de Lacuesta, el documental sobre Ava Gardner, La noche que no acaba, me aburrió solemnemente; me pareció tan soporífera como estimulante y visualmente impactante me ha parecido La propera pell.

1 comentario:

  1. Tómo nota! Una película con mis tres lenguas familiares no ocurre cada día. Me gusta eso de "el afán comunicativo se impone sobre torpes y estériles debates identitarios.". Se nos olvida demasiadas veces que las lenguas están para eso, para comunicar. A Alex Monné lo vi en Pulseres Vermelles. La serie no me enganchó por el uso musical excesivo y edulclorado, pero el ejercicio de convertir a los pacientes, y no a los médicos, en protagonistas (como ya hiciera Planta 4ta) me parece un ejercicio muy digno. No sé si Spielberg acabó haciendo el remake americano que prometió. En fin, decía: Alex Monné me parece un actor instintivo y carismático. Además con Emma Suárez (Reconciliada de Julieta) y el gamberro de Sergi Lopez (cuántas veces habré visto la francesa "Harry, un amigo que os quiere"?). Esta película me apetece.

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