miércoles, 4 de enero de 2017

La gran vena cómica de Tony Curtis en la ópera prima de Norman Jewison: “Soltero en apuros”.


El espléndido debut de Norman Jewison en una comedia familiar e inteligente, remake de Little Miss Marker  (Dejada en prenda) (1934), de Alexander Hall. 

Título original: 40 Pounds of Trouble
Año: 1962
Duración: 106 min.
País: Estados Unidos
Director: Norman Jewison
Guión: Marion Hargrove
Música: Mort Lindsey
Fotografía: Joseph MacDonald
Reparto: Tony Curtis, Suzanne Pleshette, Larry Storch, Howard Morris, Edward Andrews, Stubby Kaye, Warren Stevens y la colaboración especial de Phil Silvers.


Llevo algún tiempo considerando la posibilidad de abrir un subblog para agrupar en él las críticas de las óperas prima por las que siento verdadera devoción, sobre todo cuando se trata de autores consagrados de quienes ignoraba cuál pudo haber sido dicha obra; pero la dificultad técnica y la más que segura opción de tener que abrir otro exclusivamente para esas óperas primas me temo que me reduzcan a seguir sin dar un paso cibernético que acabe complicándome en exceso la existencia, ya de por sí ajetreada con los tres blogs que hasta la fecha voy sacando adelante a no pocos trompicones y más que moderada (pero selecta) audiencia (a la que recomiendo que, en el entreacto, visite nuestro bar…).  Hace unos días tuve la suerte de ver la ópera prima de Norman Jewison, un autor de dos musicales que fueron grandes éxitos en su momento, El violinista en el tejado y Jesucristo Superstar, aunque excelente director en otros géneros también, por supuesto, como la oscarizada, seis, En el calor de la noche, con la ahora celebérrima canción de Quincy Jones, de idéntico título, cantada por Ray Charles o la comedia de estereotipos como ¡Que vienen los rusos! Con una producción de Tony Curtis, Soltero en apuros varía lo suficiente el clásico en el que se inspira para lograr una película diferente y en la que la situación del protagonista, un seco Mr. McCluskey, a quien prácticamente en ningún momento se dirige nadie por otro nombre que por el apellido, se ve envuelto entre dos complicadas situaciones: cómo hacerse cargo de una niña cuyo padre la deja abandonada en un casino en Nevada, una presencia, la de la menor en ese local,  penada por ley y la tentación seductora de la sobrina del jefe del casino, un maravilloso mafioso interpretado por Phil Silvers con gracia inigualable. La sobrina en cuestión, una cantante que debuta en el casino del tío, es nada más ni nada menos que Suzanne Pleshette, con lo que puede explicarse a la perfección el serio dilema que significa para Curtis, que está saliendo de un divorcio en el que se le acusa de no querer pagar la pensión a la rica heredera de la que se ha divorciado, con la consiguiente prohibición de salir de Nevada si no quiere ser detenido y puesto a disposición judicial. Como se aprecia hay una gran dosis de ligereza en las situaciones, todas ellas tomadas desde un punto de vista cómico que evita cualquier planteamiento realista, salvo en la resolución de la trama, en la que la realidad hace acto de aparición, precisamente para poder resolver el enredo previo. La película sigue la estética de muchas películas de Jerry Lewis, tanto por lo que hace a la puesta en escena, como al uso privilegiado del plano americano y la cámara fija ante la que se van encadenando gags centrados en la tumultuosa relación de los personajes con las cosas, como ocurre cuando la “invitada”, una Claire Wilcox de excepcional naturalidad y simpatía, menos “sobrada” que Shirley Temple y más espontánea, usa el cuarto de baño del “soltero de oro” Tony Curtis, para desesperación de este, quien se convierte, de repente, en un cómitre que obliga a la condenada a galeras a ir recogiéndolo todo y ordenándolo, pues el tal McCluskey es, en efecto, una maniático del orden y la eficacia, de ahí que la intrusión de la niña suponga un quebradero de cabeza que acabará trastocándolo todo. Apenas se entera de la muerte del padre en un avión, toma la decisión de, junto con la sobrina del gánster, llevar a la niña a Disneyworld, donde, gracias a la presencia impagable del agente judicial que lo quiere detener, tiene lugar una persecución que reúne dos motivos de interés, uno, la propia persecución, al estilo slapstick (policías incluidos, por cierto, figurantes del parque), y dos, ser la primera vez que se autorizaba un rodaje de cine en Disney, lo que aprovechó Jewison para, con la colaboración fantástico del gran payaso que también fue Tony Curtis, recorrer prácticamente la totalidad de las secciones temáticas del parque, una visita nostálgica y casi arqueológica al primer parque abierto por la empresa Disney. La película, ¿aún no lo había dicho?, es un remake de Dejada en prenda, de Alexander Hall,  interpretada por  Adolphe Menjou y Shirley Temple, aunque, ya digo, el apostador profesional en los hipódromos es cambiado aquí por un gerente de casino cuya fría eficacia al margen de los sentimientos se irá derritiendo a medida que las complicaciones le vayan “devorando” la agenda. Casi veinte años después de la original versión de Jewison, Walter Bernstein dirigió El truhan y su prenda, con un excepcional Walter Matthau y dos coprotagonistas de lujo, Julie Andrew y, si, también Tony Curtis de nuevo, aunque, ahora, en un papel de gánster malvado que nada tiene que ver con el dandy sensible y de tierno corazón que protagoniza en Soltero en apuros. Las películas con niño, niña en este caso, siempre son un serio problema para cualquier director, pero la pequeña Claire Wilcox debió de nacer en un camerino, no en un hospital o en su casa, porque el desparpajo de su actuación es de tal naturaleza que ni siquiera la pizpireta Shirley Temple de la primera versión sale bien parada de la comparación. Suzanne Pleshette ha de poner el tipo y el rostro preciosísimo y poco más, porque, a pesar de sus magníficas cualidades de actriz, aquí tiene un papel casi de terciaria, más que de secundaria; en cualquier caso, otorga verosimilitud a la disparatada situación y contribuye, en algunas secuencias en escogidos exteriores, a redondear la parte de comedia romántica que tiene, también, la película. Entiendo que haya quien no comprenda que quepan en el gusto de un crítico obras tan dispares como la Belinda criticada hace escasos días o la presente, pero el cine está lleno de géneros, los géneros de reglas y las reglas de excepciones. De todo ello hay en Soltero en apuros para quien vea el cine sin anteojeras.

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