sábado, 21 de enero de 2017

La guerra y la condición humana: “La vergüenza”, de Ingmar Bergman.




En tiempos de tribulación todo se tambalea, la persona y sus instituciones: La vergüenza, de Bergman, o el descenso al cerebro reptiliano en tiempos de guerra. 

Título original: Skammen
Año: 1968
Duración: 99 min.
País: Suecia
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Fotografía: Sven Nykvist (B&W)
Reparto: Liv Ullmann, Max von Sydow, Sigge Fürst, Gunnar Björnstrand, Birgitta Valberg, Hans Alfredson, Ingvar Kjellson, Vilgot Sjöman.

Película desoladora sobre lo peor de la condición humana en tiempos adversos, como el de la guerra y la consiguiente abolición de los principios éticos y el desarrollo todopoderoso del instinto de supervivencia. Una pareja que vive en una isla, alejados del conflicto que enfrente a las fuerzas gubernamentales contra los guerrilleros en una guerra civil, sin más especificación espaciotemporal que la de producirse en un país nórdico, se dedica a las labores agrícolas y vive de ellas, después de haber abandonado sus respectivos trabajos como músicos y haberse “exiliado” a la pequeña isla para huir de los efectos devastadores de la guerra civil. Cuando comienza la película, en modo alguno parece que ambos jóvenes (dos monumentales actuaciones de Liv Ullmann y Max von Sydow, propias de dos auténticos genios de la interpretación) no sean sino lo que son una pareja con una convivencia sembrada de dificultades por dos personalidades que se marcan nítidamente desde el comienzo de la historia: ella, impulsiva, sociable y solidaria; él, acomplejado, retraído, cobarde y débil. No parece que haya sintonía alguna entre ellos, aunque, de alguna forma, ambos asumen que su unión es lo único real, defectos incluidos, en medio de una situación social que enseguida va a trasladarse del continente a la isla, porque llegan los soldados y comienza la represión de a quienes, con pruebas falsas, como en el caso de la protagonista, se les acusa de colaborar con la guerrilla. Los espectadores, desasosegados por la deliberada falta de información que hurta el guion, y obligados a vivir la situación desde el exclusivo punto de vista de la pareja, queriéndolo o no, se verán inmersos en los horrores e injusticias flagrantes de una situación en que el poder de la fuerza se erige como única instancia “legal”. La suerte del matrimonio es que el representante del gobierno, quien ejerce las funciones de máxima autoridad en la isla mientras los soldados la ocupan, es conocido suyo y han tocado juntos en no pocas veladas, como se nos había mostrado en un plano anterior a la detención de la pareja. Ello permite que puedan ser puestos en libertad y que reanuden su vida, si bien marcada, desde entonces, por la insistente presencia de la autoridad en casa de ambos para seducir a la mujer. A medida que se deteriora la convivencia en la pareja, y cuando la situación bélica da un cambio radical, porque los guerrilleros se adueñan de la isla y comienzan su propia represión, la autoridad consigue acostarse con la protagonista, a cambio de lo cual, le deja en herencia una pequeña fortuna que será, descubierta por el marido, quien rápidamente ata cabos, y más aún después de verlos juntos en el invernadero donde ella decidió que se acostaran, no en la casa, se apropia de los dineros y, cuando llegan los milicianos, que buscan también el dinero del jerarca, se produce una escena de inmensa densidad dramática en la que el protagonista será obligado por los milicianos a acabar con el jerarca para demostrar que ellos no son “colaboracionistas”. Destrozada la casa y después de que el protagonista acabe disparando, más por venganza pasional que por otra cosa, aunque la relación amorosa entre ambos protagonistas ya no existe, y simplemente siguen juntos como estrategia de supervivencia, los milicianos se van y ellos quedan solos, viviendo en el invernadero, a la espera de poder salir de esa isla-prisión en la que están confinados para regresar vía marítima al continente. A medida que la situación se deteriora, el protagonista acentúa su lado despiadado y ella lo acompaña únicamente porque sus posibilidades de sobrevivir solas son menores que en su compañía., aunque esta le provoque un horror y un asco infinitos. Enterado por un soldado desertor, apenas un crío, a quien acaba matando, entre otras cosas para apropiarse de sus excelentes botas militares, de que saldrá una embarcación en los próximos días con destino al continente, ambos esposos llegan, finalmente, a la playa donde, en un bote que en nada se diferencia de los que llevan en nuestros días a los refugiados a través del Mediterráneo, acaban usando la fortuna para poder subirse a él y viajar con el resto de los pasajeros hacia un destino absolutamente incierto, porque, y ese final sí que resulta totalmente desolador, los viajeros quedan abandonados a su suerte y varados entre decenas de cadáveres flotando en el mar que el protagonista pretende apartar del rumbo de la barcaza con el bichero, sin demasiado éxito. La imagen, cuando la cámara se va alejando, y se ve a lo lejos aquel punto perdido en el mar, no puede ser más actual ni trágica ni triste, porque acaso miles de vidas humanas se han perdido de forma idéntica en las aguas del Mediterráneo en ese negocio mafioso de la inmigración ilegal. La película tiene una potencia visual asombrosa, y a ello contribuye la fotografía de un genio de la especialidad como es Sven Nykvist, cuyo espléndido historial es innecesario recordar para los aficionados al cine, sobre todo porque su asociación con Bergman fue de tal naturaleza que costaría mucho discernir qué parte de mérito tiene cada cual en la realización de tantas películas inolvidables del director sueco, pero recordemos, en todo caso, que también trabajó con Woody Allen, quien se ha confesado siempre admirador incondicional del cine de Bergman, y lo hizo, además, en una de sus mejores películas, Delitos y faltas. El blanco y negro de la película tiene un no sé qué de barro y niebla que produce en el espectador una incomodidad soberana. Hay algo más que belleza en la iluminación y en los encuadres, hay, ¿cómo decirlo?, una atmósfera moral que se impone al espectador a través, sobre todo, de los rostros, magníficamente explotados cinematográficamente, de Ullmann y Sydow, ambos en plenitud vital y artística. La degeneración de su convivencia, del espacio, de las durísimas condiciones de vida en que han de sobrevivir, todo, se vehicula a través de ese blanco y negro que recuerda, sin demasiado esfuerzo, el de Rey y patria, de Losey, o el de Senderos de Gloria, de Kubrick, a buen seguro dos obras que auspiciaron la creación de La vergüenza. Mientras que las precedentes exploraban el fenómeno bélico desde dentro del ejército; La vergüenza, y es marca de la casa, lo hace desde el análisis crudo y casi despiadado de la vida de pareja, la gran especialidad de la obra de Bergman. Pues sí, también aquí, en medio de esa circunstancia trágica del enfrentamiento bélico, Bergman sabe descifrar a la perfección los extraños códigos singulares de las siempre distintas, y en parte comunes, relaciones de pareja. No se pretende simbólicamente que sean, los protagonistas, algo así como la “pareja primordial”, pero no está de más recordar que se llaman Jan y Eva, para no ser tan explícito con un Adán cuyas imperfecciones tanto contrastan con las virtudes de Eva. Acaso la película peque bastante de abstracta, por la falta de información reiterada y por la ausencia de un juicio sobre qué fuerza encarna la razón histórica, y ello fuerza al espectador a suspender su identificación, lo cual redunda en la disminución de la emotividad con que se contempla el desarrollo de la acción. Y a veces, hasta desea, el espectador, que acabe ese proceso de destrucción que va animalizando a los personajes y degradando incluso la naturaleza, sometida a la agresión de los bombardeos, etc. Al respecto, es cruel la escena en que los milicianos destrozan la casa de la pareja y se pasa a cuchillo a sus animales, lo cual contrasta, hasta cierto punto, con la menor represión de la autoridad a quien Jan acaba asesinando.  Supongo que el mensaje antibelicista sería fundamental en la concepción de la película, pero lo que queda es más el descenso a los infiernos de la naturaleza humana, capaz de lo peor cuando de sobrevivir se trata, y de ahí el título.

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