sábado, 11 de febrero de 2017

Ha muerto una estrella: “La señora sin camelias”, de Michelangelo Antonioni.



Una aportación, en el ámbito del cine, a la antropología de la vida de pareja o la terrible vida sentimental de una mujer en busca de su autonomía: La señora sin camelias, de Antonioni, o la coacción impune del machismo.

Título original: La Signora Senza Camelie
Año: 1953
Duración: 105 min.
País: Italia
Director: Michelangelo Antonioni
Guion: Michelangelo Antonioni, Suso Cecchi d'Amico, Francesco Maselli, P.M. Pasinetti
Música: Giovanni Fusco
Fotografía: Enzo Serafin (B&W)
Reparto: Lucia Bosé, Gino Cervi, Andrea Checchi, Ivan Desny, Monica Clay, Alain Cuny, Anna Carena, Enrico Glori, Laura Tiberti, Oscar Andriani.


Es curioso advertir, viendo sus primeras obras, como La señora sin camelias, el proceso de estilización  formal que sufrió el cine de Antonioni sin que se viera afectado el contenido de sus historias, la mayoría de ellas en torno a las relaciones de pareja, casi siempre conflictivas, como es el caso de esta Dama sin camelias que debería haber traducido más propiamente el juego del título con la inolvidable obra de Dumas, cuya referencia cinematográfica aparece, aunque sin demasiado énfasis, en un plano en el que destaca una foto de Greta Garbo en el papel de Margarita, colgada en la pared de un restaurante en el que entran los protagonistas. La historia es sencilla, un productor descubre por azar a una joven dependienta a quien consigue convertir en una estrella del cine popular que quiere explotar su contundente aura erótica, algo que enseguida agiganta los celos de quien, para tenerla más bajo su control, decide casarse con ella, sin que entre ellos se haya manifestado, hasta la propuesta, ante los ojos del espectador, ningún tipo de relación apasionada. Un estrepitoso fracaso comercial desata las hostilidades, que incluye la violencia física contra la mujer, y, a partir de ese momento, asistiremos a la descomposición del matrimonio, al fracaso de la carrera de productor del marido, lo que lo lleva al suicidio fallido y los intentos de liberación de la protagonista y la nueva dirección que quiere imprimir a su carrera cinematográfica, dedicándose a estudiar para convertirse en una verdadera actriz, al tiempo que va afianzando su relación sentimental con un joven diplomático que, en el momento de la verdad, comprometerse matrimonialmente con ella, flojea y la deja en la estacada. Es tortuoso y humillante el camino que recorre la protagonista después de alejarse de un marido celoso, explotador y violento para, en un final espléndido de la película, acabar pidiéndole trabajo en unas escenas rodadas en Cinecittà que son una auténtica joya cinematográfica, sobre todo por el baño de realidad, entre los figurantes que allí trabajan, que ha de sufrir la actriz no venida a menos, sino venida a nada, de ahí que, tras rechazarla el marido, se vea obligada, por la ley de la supervivencia, pues está arruinada, a aceptar un contrato para rodar películas B cargadas de erotismo y ningún interés narrativo. Si a ello añadimos la reanudación de su relación con el diplomático, porque su marido se ha emparejada con la mejor amiga de ella, quien, aprovechando una visita que él le hizo para buscar consuelo, logró engatusarlo y hacérselo suyo. La frialdad del banco y negro de las escenas en los estudios cinematográficos, la puesta en escena con los decorados-fachada, y la fauna de personajes, personacos y personajillos, que acaso se le hubiera ocurrido decir a Passolini, redondean la visión desolada de una perdedora con quien el productor ha jugado hasta convertirla, como suele suceder, en otro juguete roto de la fama y el arte de masas. Lucía Bosé está espléndida, y dota de una verdad a su personaje que resulta difícil no intuir que se haya podido sentir identificada con él, de ahí, por vía contraria, la excelente carrera que tuvo, apareciendo siempre en películas de inmarcesible recuerdo, como esta misma. A diferencia de otras películas posteriores de Antonioni, hay un realismo de base, centrado en el mundo del cine y en todo lo que lo rodea, que adquiere a veces un tono documental y, otras, una perspectiva costumbrista. La figura de la madre, entrometida, como mediadora, entre la hija y el marido, por ejemplo, en unas escenas telefónicas excelentes, son un ejercicio casi de comedia, del mismo modo que ocurre cuando ruedan en un palacio, y ello contribuye a relajar un drama que, sin embargo, la protagonista nunca vive como tal, sino, cuando finalmente se separan, como una liberación; del mismo modo que se muestra serena en la aceptación de su insignificante carrera y en la aceptación de una relación extramatrimonial, en la institucionalización, podríamos decirlo así, de la aventura sin más futuro que su presente de pasión efímera. Es probable que esta película primeriza de Antonioni les sea más llevadera a quienes aprecien su cine pero teman someterse a la abstracción figurativa de sus obras posteriores. Estamos en pleno apogeo del neorrealismo, está claro, y, a su manera, estaría en la línea de Los inútiles, de Felline, por ejemplo, aunque con muy diferente temática, por supuesto. La propiedad  del título, ya para acabar, se manifiesta, a mi entender, en esa renuncia a la tragedia y en la aceptación de un tibio melodrama que acaba en triste crónica neorrealista de la supervivencia.

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