sábado, 11 de marzo de 2017

El duelo imposible y la condena al sufrimiento eterno: “Manchester frente al mar”, de Kenneth Lonergan.



No me podrán quitar el dolorido/sentir, si ya del todo/primero no me quitan el sentido… o la inefabilidad del dolor por el imperdonable mal causado: Manchester frente al mar, de Lonergan, o la imposible expiación de la culpa.



Título original: Manchester by the Sea
Año: 2016
Duración: 135 min.
País: Estados Unidos
Director: Kenneth Lonergan
Guion: Kenneth Lonergan
Música: Lesley Barber
Fotografía: Jody Lee Lipes
Reparto: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Tate Donovan, Erica McDermott, Matthew Broderick, Gretchen Mol, Kara Hayward, Susan Pourfar, Christian J. Mallen, Frankie Imbergamo, Shawn Fitzgibbon, Richard Donelly, Mark Burzenski, Mary Mallen.


Hay culpas tocadas por la fatalidad que las hacen irredimibles, inexpiables. Manchester frente al mar es una tragedia que se encara como tal desde la ignorancia de la presentación del protagonista, Casey Affleck -casi de un único registro, pero ¡tan inconmensurablemente acertado!-, un encargado del mantenimiento de comunidades de vecinos de insoportable carácter y agrio espíritu a quien iremos conociendo, con una estructura contrapuntística a golpes de flashbacks, a lo largo de dos horas y cuarto de película que casi en ningún momento se revelan como metraje excesivo, porque la sensación de haber penetrado en la vida de los personajes es de un realismo tan vivo que raro será el espectador que pueda contemplar el desarrollo de la acción como algo “ajeno”, como si esos dramas, menores y mayores, porque la comunidad, el pueblo del que es originario el protagonista, Manchester, acaba teniendo también un papel de presencia coral que dicta normas y prescribe comportamientos que afectarán al protagonista, pudieran contemplarse como mero entretenimiento de tarde de sábado. Aviso previo, pues: nadie afectado por una pérdida humana reciente ha de ir a ver esta película, porque advierto que de la exposición al dolor tan inmenso del que se nos habla nadie, en esas circunstancias, puede salir indemne de la sala. Sin pérdida de por medio, yo mismo he sufrido lo mío, por razones que no vienen al caso, y lo he pasado francamente mal asistiendo a la impotencia y al sinsentido de una vida vivida con la inercia propia de lo meramente biológico, y aun me atrevería a decir que es el único punto, no flojo, pero sí incomprensible, de un guion espléndido: que el protagonista haya escogido “cargar con la culpa” y convivir con ella, como la peor condena imaginable, en vez de liberarse por la vía expeditiva del suicidio que, sin embargo, intentó nada más tener lugar los hechos que provocaron la pérdida familiar. No quisiera contar mucho de la historia, porque está planteada como un misterio, como un enigma que explica la personalidad devastada del protagonista, y ya se entenderá que desvelar ciertos extremos no es a todas luces conveniente. Sí señalaré, sin embargo, que, desde el punto de vista de la realización, el director ha primado más la eficacia narrativa que cierto esteticismo que, salvo las tomas panorámicas del pueblo de pescadores, y las escenas náuticas, porque el hijo del hermano, del que el protagonista se convierte en tutor legal por expreso deseo del hermano fallecido, en el lento peregrinar del protagonista por los laberintos burocráticos de la asunción de su tutoría y de las gestiones para enterrar a su hermano, prima, cinematográficamente, la eficacia, lo que en novelística llamaríamos una “escritura transparente” que no busca adornos innecesarios, ya que el contenido de la historia es en sí tan contundente que sobran cualesquiera subrayados estetizantes. Al tratarse de una pequeña comunidad en la que casi todo el mundo se conoce entre sí, la historia nos ofrece una buena perspectiva de lo que eso significa en Usamérica, y cómo uno es un individuo pero también parte de una colectividad, y de los borrosos límites entre una y otra realidad nos habla también la película. La relación tío sobrino es el otro eje sobre el que pivota la película y el único que tiene algunos momentos de distensión al irse enterando el tío de la enredada vida amorosa de su sobrino y de su imperioso deseo de no abandonar el pueblo donde está arraigado para cambiarlo por una convivencia con su tío en la para él inhóspita ciudad de Boston. El progresivo entendimiento entre ambos, el ajustar sus personalidades a una convivencia, sobre cuyo resultado tampoco me está permitido avanzar nada, a la que están obligados es uno de los puntos fuertes de la película. De hecho, hay dos fracasos familiares, los de los hermanos, el recién fallecido y el del protagonista, que presentan muy escasas similitudes circunstanciales pero cuyos resultados, en términos de estricto dolor, pueden considerarse idénticos, si bien son pérdidas de naturaleza diferente la de cada uno de ellos. La película se inscribe en ese subgénero usamericano de los dramas familiares en los términos fijados por la ópera prima de Redford, Ordinary people, “Gente corriente”, con la que ganó el Oscar al mejor director, pero he de reconocer que a mí me ha trasladado a una película que me negué durante muchos años a ver, porque, como padre, no me sentía con fuerzas psíquicas para ciertas empatías, La habitación del hijo, de Moretti, que vi, finalmente, casi ocho años después de ser estrenada. Lo mismo me pasó con un disco, Double Fantasy, que me negué a escuchar tras el asesinato de Lennon durante casi 20 años. Lo refiero a título de ejemplo de lo que el arte le puede deparar a las personas hiperestésicas. No soy traidor. El único pero serio que podría ponerle a la película es el uso de las piezas clásicas en la banda sonora, porque haber usado el archioído y sobado Adagio de Albinoni como rotulador fosforescente de la emoción me parece un error garrafal, de primero de escuela cinematográfica, pero no emborrona el acierto fundamental de la película: trasladar, con toda contundencia, la devastada vida emocional del protagonista a los espectadores.

2 comentarios:

  1. Para mí es la mejor película de este año. La composición del personaje de Casey Afleck es formidable. Quedé conmocionado. Uno termina, cuando conoce sus razones, sintiendo con él. Desgarrada, muy buena. A mí me gusta mucho más que Moonlight sin quitarle méritos a esta.

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    1. Vaya, coincidimos, pues. "Con-sientes" hasta cierto punto, sin embargo, porque no puedes dejar de lado la inconsciencia del personaje y esa manera tan arbitraria y pueril de entender la relación familiar que tiene. El dolor, sin embargo, se hace presente de forma muy intensa y te arrastra. El encuentro con su exmujer es tremendo, por ejemplo.

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