martes, 16 de mayo de 2017

“La influencia”, ópera prima incomunicada de Pedro Aguilera.




Una morosa ficción de realismo fantástico sobre la fragilidad humana: La influencia o de como las imágenes jamás sustituyen al guion.

Título original: La influencia
Año: 2007
Duración: 83 min.
País: México
Director: Pedro Aguilera
Guion: Pedro Aguilera
Música: Thomas Tallis
Fotografía: Arnau Valls Colomer
Reparto: Paloma Morales,  Romeo Manzanedo,  Jimena Jiménez,  Claudia Bertorelli Parraga.


A una meritoria práctica de fin de carrera es a lo que más se acerca la ópera prima de Pedro Aguilera: La influencia. Partiendo de la realidad stricto sensu, aunque con un ritmo de plano fijo semieterno,  repetidos ad náuseam, Aguilera quiere construir una narración “realista” de un proceso autodestructivo en el que se sume una mujer a la que todo en la vida parece salirle mal: el trabajo, una tienda de productos de belleza “en la que nunca entra nadie” y de cuyo local la desahucian por falta de pago, lo que conlleva no poder pagar un colegio privado en el que seguía manteniendo a los hijos, a pesar de su deprimente situación económica, etc. Se me dirá que lo importante no es la realidad cominera, sino el proceso psicológico de una mujer frágil, impotente e incapaz de luchar contra la adversidad, pero los espectadores tenemos la mala costumbre, ante cualquier historia, de hacernos preguntas, muchas preguntas, y hay películas que se empeñan en no darnos ninguna respuesta y en plantarnos ante acciones irracionales cuya oscura lógica ni siquiera la perturbación psicológica es capa de explicar Técnicamente la película, excepto la reiteración de los planos fijos, está muy bien construida y saca partido de los espacios por los que transita, aunque esos tránsitos no sirvan para constituir una narración propiamente dicha. Se fía todo al primer plano, al gesto imperceptible, a la decisión insólita -como el ligue en la farmacia con polvo ipso facto-, a una suerte de huida hacia adelante que no excluye el robo no impelido por la necesidad, sino por el capricho, etc.  La relación de la madre con dos hijos muy distintos, una adolescente que se inicia en el alcohol y en las tentaciones propias de su edad y un niño pequeño rebelde y casi autista que vive en su mundo de superhéroes, va de la incomunicación a la indiferencia y de la severidad al rechazo. La lenta descomposición del núcleo familiar por la depresión severa de la madre, que, al final, ni se levanta ya de la cama, tiene más encaje en el cuento fantástico que en la realidad, porque cómo, si no, puede entenderse que vivan en semejante aislamiento que su desaparición del colegio no cause ningún tipo de alarma o que no tengan ninguna familia que esté al cabo de la calle de los serios problemas económicas de la madre. Cuesta aceptar el planteamiento, pero si la narración tuviera una lógica interna que nos convenciera, estaríamos dispuestos a aceptarlo. No es así, sin embargo. La película está llena de secuencias hermosas, como la excursión a las dunas o un travelín lateral contra un muro que parece propiamente un decorado de estudio, con una luz peculiar, casi abstracta, me atrevería a decir, si se me entendiera que con ello quiero significar que la escena parece como que no sea de este mundo, sino de un sueño o de un espacio mágico que no coincide con la realidad chata de la cotidianeidad. La película, que comienza con el plano moroso de la cabeza de la protagonista, enfocada por detrás, en una farmacia, tiene no pocos momentos visuales excelentes, pero hay en ese virtuosismo, como una falta de sentido narrativo que los reduce a mero esteticismo. Dejo de lado la escasa calidad de las interpretaciones de los actores secundarios, algunos de los cuales ni deben ser profesionales, siquiera, aunque con uno de ellos, el cantante de copla en el bar, algo así como el Palomino de la Barceloneta, consigue un momento inspiradísimo que me ha recordado al mejor Betriu, el de Furia española, e incluso a Kaurismäki, por el hieratismo de la escena. Aguilera me ha parecido un autor en la línea de Fernando Franco, La herida, con la que esta película comparte una aproximación al síndrome depresivo, y de Javier Rebollo, en La mujer sin piano, una magnífica película con una exploración del espacio y de la psicología de la insatisfacción vital que tan próxima es también a La influencia. La diferencia de calidad entre estas dos y la de Aguilera, sin embargo, es muy notable, acaso por disponer de más y mejores medios, la película de Aguilera es prácticamente una heroicidad presupuestaria, pero también por la existencia de unos guiones muy trabajados, algo de lo que la película de Aguilera adolece.

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