lunes, 26 de junio de 2017

Amaneramiento entre fantasmas: “Personal shopper”, de Olivier Assayas




Del lastre de lo previsible y otras incongruencias de calado en Personal Shopper o las inverosimilitudes se pagan, por modernas y cool que se pretendan. 

Título original: Personal Shopper
Año: 2016
Duración: 105 min.
País: Francia
Director: Olivier Assayas
Guion: Olivier Assayas
Fotografía: Yorick Lesaux
Reparto: Kristen Stewart,  Lars Eidinger,  Nora von Waldstätten,  Anders Danielsen Lie, Pamela Betsy Cooper,  Sigrid Bouaziz,  David Bowles,  Ty Olwin,  Leo Haidar, Benoit Peverelli,  Fabrice Reeves,  Abigail Millar.


Dicho de un artista o de un escritor: Exagerar en su obra rasgos artificiosos que la apartan de la naturalidad. Esa es la definición de amanerarse, y ella nos sirve para abrir con un juicio previo, que  no prejuicio, está claro, esta crítica. Es más, iba absolutamente predispuesto a disfrutar poco menos que de una revelación cinematográfica en mi bautismo assayesco, pero pronto se me enfrío el entusiasmo y la cosa fue sobreviviendo a muy duras penas hasta llegar a un final archiprevisible –“Nena, ¡ojalá no sea quien los dos sabemos que será!”, le dije a mi Conjunta, y sí, sucedió según la previsto, que es la peor manera de ver una película, hacerte un chafado (spoiler en cool...) que te deja bailando en la cuerda tonta del si lo llego a saber no vengo… ¿Por qué fue que, en el paseo desde el cine a casa, lo primero que se me vino a la cabeza fue el famoso código secreto que Houdini, el gran escapista, concertó con su mujer para desenmascarar a los charlatanes de los contactos con los habitantes del “más allá”? Con mi predisposición poco favorable a este tipo de “realidades” fantásticas, queda claro que mi grado de aceptación de dichos asuntos está en relación directa con el grado de ficción capaz de naturalizarlos en una trama que da por sentado que nos hallamos en el ámbito de la ficción, o de la fantasía gótica o como se quiera llamar.  De hecho, las escenas “con fantasma” de la película me parecieron, visualmente, muy conseguidos, y aun  en algunos casos, estremecedoras, como los reflejos esquivos en la pared o algunos efectos paranormales, aunque no así la vomitona del ectoplasma, por ejemplo, demasiado “vulgar” y tópica. Hasta cierto punto, esas presencias fantasmales me recordaron a los cefalópodos gigantes que se nos presentan como aliens en la controvertida película de Villeneuve, Arrival. El planteamiento del gemelo “escindido” de su pareja -con el mito platónico del andrógino detrás-, que sufre por esa separación y no sabe ni quién es realmente, por haber sido desgajado violentamente de su otra mitad, es lo suficientemente atractivo como para seducir al espectador, pero dicha seducción no se produce, antes al contrario, el espectador -este, mi menda veyenda, claro está-, se va desenganchando de esos patéticos sufrimientos de la gemela viva y en modo alguno se siente interesado por una trama de thriller cuyo desenlace conoce desde que se abre el teléfono con el inquietante mensaje. Por cierto, igual que en los premios literarios se recurre mucho al diálogo tipo: -Hola, ¿qué tal? -Bien, ¿y tú? -Voy tirando. -Sí, es lo que hay. -Muy duro, todo. -Ya lo creo. Oye.- ¿Qué? .Verás… para “cubrir” la extensión requerida a los originales en las bases de los concursos, últimamente no hay película en la que los diálogos a través del móvil no tengan su buen espacio, y, la verdad, entiendo que se ahorra mucho en actores, en extras, en permisos de rodaje y en puesta en escena, pero seguir un diálogo de pantallas en la pantalla del cine no deja de ser un tostón de marca… Otra cosa fue lo que sucedía en Her, pero allí nos movíamos en el terreno de la Sci-fi, casi distópica, y aquí, y ahí es donde advierto yo uno de los errores garrafales de la película, el director nos sitúa en la más real de las realidades, si bien hay ciertas incongruencias que arruinan la posibilidad de que nos tomemos esa realidad tan en serio como se la toma la protagonista. Dejo de lado las diferentes elipsis que nos ahorran un conocimiento detallado de la vida del médium, su hermano, que ha muerto, y con quien la hermana hace lo posible y lo imposible para reunirse con él y poder concluir el duelo por su muerte, teniendo la seguridad de que “sigue vivo” como alma inmortal. Hay una afectación de la normalidad que resulta difícil de admitir que lo relatado se produzca “realmente” en esos términos. Por ejemplo, ¿cómo es posible ser una personal shopper teniendo un gusto tan horrendo para el propio atuendo, y la propia apariencia física, más allá del drama íntimo que soporta la protagonista?  ¿Se es una persona de tantísima confianza para quien jamás entra en contacto contigo?  ¿De que faceta de su personalidad doliente emerge esa curiosidad malsana por seguir un diálogo “peligroso” con un desconocido a través del móvil? Son preguntas legítimas que en modo alguno invalidan  una narración con imágenes muy poderosas, que es lo que se le ha de exigir, como mínimo, a quien dirige una película; pero no es menos cierto que esas preguntas sobre un guion demasiado complaciente consigo mismo nos ponen en la senda de la explicación del porqué del relativo fracaso de la película. La cuidadísima estética de Assayas esconde en su perfección formal una insustancialidad de fondo que evita al espectador generoso, como yo creo serlo, renunciar de buen grado al principio de verosimilitud, porque la propia historia, con su fe ciega en los contactos paranormales, induce a ello, en primer lugar, y porque de esa premisa se deriva, al menos a mi parecer, la explicación de la paupérrima interpretación de la gemela abandonada (en este valle de lágrimas). Moviendo información descubro que está casado con Mia Hansen-Løve, de quien escribí la crítica de su película El porvenir, con Isabelle Huppert, a quien, curiosamente, parece sucederle en su película lo mismo que a Kristen Stewart en esta: deambulan por la historia sin saber casi nunca a qué atenerse y sin saber, exactamente, qué quieren. la directora y el director, de ellos. Yo entiendo que el cine de autor implica, por lo general, una suerte de “misión” artística: uno tiene un guion que quiere traducir en imágenes y no hay manera de que se trabaje “en equipo”, esto es, que haya otros ojos que descubran “lo que no funciona” en un guion que, adecuadamente pulido, nos permitiría hablar de una película muy notable. Hay pequeños destellos de lo que podría haber sido, como la conversación con el nuevo compañero de la mujer que lo fue de su hermano gemelo desaparecido, porque hay en esos instantes, una capacidad de generar inquietud que atrae al espectador de un modo poderoso; pero, en términos generales, la película deriva por una visión de la modernidad mezclada con el rancio tópico del espiritismo que consigue aburrir y en algunos momentos hasta irritar, al margen, ya digo, del exceso de planos de pantalla de móvil o de ordenador, elementos de los que nos e puede prescindir, lo entiendo, pero que hay que dosificar con cuentagotas. La crisis de identidad de la gemela es evidente y real, pero tiene un desenlace casi de chiste en película cosmopolita y de turismo de lujo; el thriller que discurre paralelo al drama íntimo, se cae de puro previsible; y la supuesta “renovada visión” del mundo del espiritismo acaba convirtiéndose en algo no muy lejano de la hilaridad, por más que -¡y cómo las agradecí!- las secuencias de la protagonista en la casa donde vivía el hermano, adonde llega para intentar el “contacto” con él, saben crear una atmósfera propia de ese cine de “lo paranormal”, a medio camino entre el cine de terror gótico clásico y el cine de terror psicológico, al estilo de algunas obras de Polanski. No me cabe duda de que Assayas o ha dirigido o dirigirá alguna película importante, pero ni he visto su obra anterior ni tampoco me siento excesivamente motivado para esperar las próximas, acaso debido al injustificado entusiasmo con que he ido a ver la presente.

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