martes, 6 de junio de 2017

“Túnel 28”, de Robert Siodmak o el dominio del tempo narrativo.


Película de “evasión” de una Alemania comunista que devino estado/campo de concentración: Túnel 28 o una excelente muestra de un género clásico de la Historia del Cine.


Título original: Escape from East Berlin
Año: 1962
Duración: 89 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Siodmak
Guion: Gabrielle Upton, Peter Berneis, Millard Lampell
Música: Hans-Martin Majewski
Fotografía: Georg Krause (B&W)
Reparto: Don Murray,  Christine Kaufmann,  Werner Klemperer,  Ingrid van Bergen,  Carl Schell.


Ha de agradecérsele a Robert Siodmak, quien saltó a la fama cinematográfica con un documental, Los hombres del domingo, que retrataba la vida de los berlineses de 1930, realizado en compañía de nombres tan señeros del arte cinematográfico como los de Ulmer, Wilder oZinneman, que se planteara la película del intento de evasión de la Alemania comunista como una película de acción y suspense, alejada de la crítica ideológica de brocha gorda o el discurso propagandístico. Que el protagonista del intento de evasión ayude a los demás a irse, pero decida continuar en la Alemania oriental porque, como él dice, “aquí tengo mi vida”, y no está descontento con ella, sirve de contrapeso para un deseo de libertad del resto de los personajes que no soportan vivir sometidos a un régimen de control de sus vidas tan estricto, al margen de las deplorables condiciones de vida de una Alemania respecto de la otra, por supuesto. Siodmak es un director muy sólido, como he tenido la ocasión de comentar en este Ojo al hacer las críticas de El abrazo de la muerte y A través del espejo, solidez que puede extenderse a la recientemente visionada La escalera de caracol, un solvente cuento gótico con planos notabilísimos; pero me temo que no tan popular como otros “alemanes” o centroeuropeos de los tantos y tantos que hicieron fortuna en Hollywood. En cualquier caso, buena parte de su obra contribuyó al éxito universal del cine usamericano en los años 40 y 50 del pasado siglo. Es más que discutible la elección de Don Murray para el papel protagonista, un Murray que acababa de rodar Tempestad sobre Washington, de Preminger, aunque, al final, es capaz de sacar adelante su complicado papel, pero hay algo en la manera de actuar, en su forma de moverse, en una “vitalidad” nada alemana, y menos en aquella época, que “usamericaniza” al personaje, convirtiéndolo poco menos que en un joven rocker, o poco menos, en comparación con el espíritu marmóreo del resto de los personajes, incluida la protagonista, Christine Kaufmann, quien, sin embargo, se ajusta maravillosamente a su papel. Salvada esa pequeña dificultad, la historia que narra la película es sencilla. Una joven cree que su hermano ha logrado atravesar el muro y pasar a vivir “al otro lado”, pero la realidad es que su compañero de trabajo, a quien va a ver para preguntarle si sabe algo de él, le oculta que ha sido ametrallado por los guardias fronterizos que patrullan la extensión del muro permanentemente. Que la película se haya rodado en inglés, además, le resta “empaque” a la película. Oía el inglés y subconscientemente, me convencía de que estaban en un alemán extraño, porque es absurdo que una película como esta se haya rodado en inglés, al margen de las exigencias de producción, claro está. Lo que sí es impecable es la recreación en estudio del lado comunista y haber conseguido reproducir la particular atmósfera viciada por la delación y la sospecha que convertía la vida en la Alemania comunista en lo que vimos, horrorizados, en La vida de los otros y tantas otras películas, como la reciente de Spielberg, El puente de los espías, con la que esta comparte no pocas cosas. La trama se desarrolla con un ritmo no diré frenético, pero sí vertiginoso, porque se centra en el plan de evasión y se ciñe a él escrupulosamente sin más desviación que las exigencias laborales del protagonista. El hecho de que quienes planean evadirse vayan a ver a los padres de la chica cuyo hermano fue asesinado al intentar hacerlo y que estos no duden ni un segundo en denunciar los planes desertores de su hija añade a la película una ingenuidad y una monstruosidad, la de quienes creen que los padres comparten los deseos de los hijos y la de los padres para quienes el Partido y el Estado está por encima del propio amor a los hijos. Como la vivienda donde transcurre la acción está a menos de veinte metros del muro recién levantado, el plan de quienes quieren fugarse pasa por la construcción de un túnel que les lleve al otro lado de ese muro. Las penalidades, las alertas, las amenazas, los temores a ser descubiertos… se suceden ininterrumpidamente desde que el joven decide esconder en su casa a la joven que quería pasar el muro, a la que la policía busca por haberlo intentado, como demuestra el jirón de abrigo que se dejó en la alambrada. La colaboración de una vecina y de un pretendiente de la hermana del protagonista, que descubre lo que están haciendo, pues los avisa de que serán descubiertos si no refuerzan la estructura del túnel, que había provocado el hundimiento de un poste de la alambrada, contribuye a la creación de una brigadilla que se releva para hacer las excavaciones porque, -el género lo exige- al final, es inevitable que surja una fecha límite tras la cual, si no han logrado evadirse, acabarán siendo descubiertos. La puesta en escena, tanto por lo que hace a la casa central, como por los alrededores del muro y del propio túnel, está muy conseguida y se tiene la sensación de que hayan rodado en la “zona prohibida”, dado el nivel de verosimilitud que se alcanza. El guion no enfatiza las tensiones dialécticas entre el protagonista y el resto, pero queda claro que, una vez denunciados, el protagonista ha de tomar una decisión y, ante la previsible de ser represaliado, opta por sumarse a quienes se fugan. El timing del intento de abortar la fuga y la fuga en sí es perfecto y al espectador no le llega la camisa al cuerpo mientras la policía entra violentamente en la casa y los fugados están recorriendo el túnel que les lleva a la libertad. Se trata de una película en deliberado “tono menor”, muy ceñida a la anécdota épica de la fuga, pero realizada con un blanco y negro que deviene poco menos que un juicio moral del nuevo régimen alemán que, para sobrevivir como tal, hubo de recurrir a convertirse en un gigantesco campo de concentración. Cualquier intento de evasión, como es lógico, se gana todas nuestras simpatías.

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