domingo, 9 de julio de 2017

La tentación vive abajo… “La honradez de la cerradura”, de Luis Escobar.


De la ética al cine negro con un gusto exquisito en el encuadre: La honradez de la cerradura o la fragilidad moral en tiempos de escasez y activos bajos fondos.

Título original: La honradez de la cerradura
Año: 1950
Duración: 88 min.
País: España
Director: Luis Escobar
Guion: Luis Escobar (Obra: Jacinto Benavente)
Música: Juan Dotrás Vila
Fotografía: Emilio Foriscot (B&W)
Reparto: Francisco Rabal,  Mayrata O'Wisiedo,  Ramón Elías,  Dolores Bremón,  Pilar Muñoz, María Victoria Durá,  Mercedes Gisbert,  Concha López Silva,  Pedro Puche, Juan Velilla.


Como no siempre tengo tiempo -ni Conjunta aquiescente…- para ver en directo los clásicos olvidados de la Historia del Cine Español  de La 2, en pocos días he revisado dos que me han dejado muy buen sabor de ojo crítico. El primero fue, 091, policía al habla. Ahora toca esta adaptación de la obra de Benavente, La honradez de la cerradura, una muestra escogida del teatro de “denuncia” benaventino, que húbolo. Luis escobar, afamado director teatral y personaje singular del mundillo teatral de la posguerra, no necesita presentación, porque Berlanga lo convirtió poco menos que en un icono nacional a partir de la película La escopeta nacional, donde interpretaba al Marqués de Leguineche, y que tuvo dos secuelas de irregular acierto. Su debut en el cine, del que no tenía noticia, es, sin embargo, por lo visto, el inicio de una prometedora carrera que, no obstante, se truncó tras la segunda película, sobre una soprano famosa en toda Europa, María Malibrán: La canción de Malibrán, de la que apenas he conseguido información y que supongo debió de ser un fracaso de taquilla, porque de otro modo no se explica que Escobar acabará en ella, y en seco, como se suele decir, la prometedora carrera que se intuye en esta película. La trama es sencilla. Una rentista usurera recibe un dinero de su administrados y en ese momento entra la criada, que la descubre contándolo. Temerosa de que se lo robe, decide dejárselo, sin recibo alguno, a los vecinos de arriba, una pareja joven en la que el marido trabaja en un banco y la mujer cosiendo en casa. Se extrañan, pero sucede lo impensable: la mujer aparece asesinada a la mañana siguiente. La criada es detenida, no sin lanzar una expresiva y explosiva mirada silenciosa al “vecino de arriba”, cuando desfila, escaleras abajo, bajo la custodia policial. El matrimonio ha de decidir que hace con ese dinero que “oficialmente” no consta que ellos lo tengan. Ha de decirse que la mujer, antes de llevársela, hizo una lista con los numero de serie de los billetes y se la guardó en la ropa interior. Los pobres vecinos, que pasan más estrecheces que un maestro de escuela, deciden quedarse con el dinero, que empiezan a gastar con cierto rumbo, apreciable en la contratación de una criada , en el vestuario y en los caprichos” que se permiten. Un buen día, sin embargo, aparece el cuñado de la sirvienta detenida y les dice que ha encontrado la lista con los números de serie de los billetes y que, como es lógico, su silencio tiene un precio: compartir el botín. Se inicia así una tortura compartida por los esposos que los llevará al desquiciamiento, casi a la ruptura y a él -una ostentosa interpretación de Paco Rabal en el papel de un pobre hombre, atemorizado, sin recursos,  y devorado por la culpa, secundado con una eficacia total por Mayrata O’Wisiedo, una actriz indisolublemente unida a la mejor época de Televisión Española, a través de programas como Estudio 1,  Hora 11 o Novela, gracias a los cuales conocimos los jóvenes del franquismo un buen número de clásicos inmortales. En esta película, su debut en el cine, no solo le da la réplica perfecta a Rabal, sino que, entre ambos, consiguen que esa culpa que los asfixia adquiera una dimensión moral que va mucho más allá de la simple intriga de cine negro en que se convierte la película así que aparece el chantajista, quizás lo mejor de la película, porque en cuanto desaparece, por estrategia del chantaje, se le echa muchísimo de menos. Ramón Elías borda el papel de chantajista amable y comprensivo que, al final, se convierte en un pistolero que huye de la policía llevando consigo al pobre de infeliz banquero, quien va tras él porque el otro se ha negado a darle el original de la lista de la difunta con los números de serie. La persecución final es una buena muestra de ese cine policiaco que se hacía en aquellos tiempos del franquismo, sobre todo en Barcelona, donde están rodados los exteriores de la película, y el resto en estudio,  y del que hemos dado cumplida cuenta en este Ojo. La puesta en escena de la película, tanto la oficina bancaria, un ejemplo decimonónico de oficina siniestra, como el miserable apartamento de los esposos o el cafetín cantante, cuyas actuaciones mima la cámara de Escobar con la complicidad del especialista y el cariño de quien tiene bien presente las vidas aperreadas de tantos artistas que sobrevivían gracias a sus actuaciones en baratos cafés con espectáculo, de naturaleza muy popular, como el que se nos retrata en la película. En resumen, se trata de una obra muy meritoria, una ópera prima que nada tiene que envidiar a quienes podrían considerarse sus discípulos, Berlanga y Bardem, por acercarnos a las fechas de la película. Me han encantado los planos de interior tomados desde el exterior y ciertas tomas en contrapicado, como el cruce de miradas entre la detenida y el vecino depositario de los dineros, tan expresivas y anunciadoras de la tormenta que se ha de cerner sobre los pipiolos protagonistas. La escena del café con baile en la sierra, donde se “tropieza” el chantajista “accidentalmente” con ellos, es técnicamente impecable y dramáticamente un acierto, porque desde ahí se inicia el tormento que acaba devorándolos con un ahínco que los sitúa al borde de la desesperación y del tango: como juega el gato maula con el mísero ratón…, porque esa es, exactamente, la situación entre el extorsionador y la pareja. En fin, que me ha sorprendido más que gratamente. Y ya estoy deseando tropezarme yo, a propósito, con La canción de Malibrán, para ver si salgo de dudas acerca de la truncada carrera cinematográfica del simpatiquísimo y culto Luis Escobar.

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