lunes, 24 de julio de 2017

“Las manos de Orlac”, de Robert Wiene, un clásico eclipsado por “El gabinete del Dr. Caligari”.


El rechazo moral al trasplante: Las manos de Orlac o “el otro” (demoníaco) en mí.

Título original: Orlacs Hände
Año: 1924
Duración: 92 min.
País: Alemania
Director: Robert Wiene
Guion: Louis Nerz (Novela: Maurice Renard)
Música: Película muda
Fotografía: Hans Androschin, Günther Krampf (B&W)
Reparto: Conrad Veidt,  Alexandra Sorina,  Fritz Kortner,  Carmen Cartellieri,  Fritz Strassny, Paul Askonas.


Haber dirigido El gabinete del Dr. Caligari tiene tanto de bendición como de maldición, porque diríase que Robert Wiene no tiene más obra que ese hito fundamental en la Historia del cine. Tenía yo ganas, sin embargo, de echarle mi Ojo a Las manos de Orlac, y, en verdad esas ganas se remontan al año de la tana en que leí Bajo el volcán, de Lowry y se me quedó la obsesión del protagonista, de Firmin, por la película cuyo cartel ve repetido, verdadero leit motiv en el texto, una y otra vez, por lo que el lector ha de entender que juega un papel importantísimo en la narración. Y así es. En su momento, hube de contentarme con la sinopsis de la película; ahora he tenido la gratísima experiencia de poder verla y descubrir, así mismo, que la desesperación existencial del Cónsul alcohólico tiene un nexo evidente con la del pianista Orlac que, una vez que le han sido trasplantadas las manos de un asesino, se siente incapaz de siquiera sobrevivir a semejante maldición: todo lo que toca corre peligro, su mujer la primera, y siente nacer en su interior unos impulsos criminales que ignora a dónde pueden acabar llevándolo. No es fácil en nuestros días, excepto en plataformas de pago que no frecuento, porque prefiero el sólido azar de Tallers 79, acceder al visionado de películas que, por ser mudas, además, poco menos que han sido estigmatizadas incluso por los programas dedicados al cine, entre los que pueden contarse con los dedos de una mano las películas al año, en abierto, que, anteriores al sonoro, pueden verse en las pantallas de televisión , ¡y no digamos ya en los cines de estreno o reestreno!, a no ser que se cuele alguna rareza como The Artist, de Hazanavicius. A mí, lo confieso, y sé que nado a contracorriente, cada vez me gustan más las películas mudas y cada vez voy descubriendo verdaderos hitos cinematográficos sin los que es muy difícil explicar el arte del cinematógrafo en nuestros días. Curiosamente, y aunque conserve ciertos rasgos expresionistas, como algunos decorados, la iluminación, la distorsión de espacios y las tomas desde ángulos insólitos, Las manos de Orlac se acerca más al género del terror tradicional, pero no cae de lleno en él, porque la deriva psicológica del rechazo al trasplante de las manos de un asesino y el asesinato del padre del protagonista, que no quiere ayudar a su hijo y su nuera cuando estos se encuentran empobrecidos por la falta de ingresos del pianista, que se niega a tocar con esas manos, acerca más la película al género del thriller, sin que por ello el género del terror deje de estar presente, en la variante de los experimentos médicos y sus secuelas psicológicas y morales. Lo que si es expresionista hasta la médula es la interpretación de la pareja protagonista, Conrad Veidt y Alexandra Sorina. Ambos viven la película como un estado de ansiedad y horror mezclados y permanentes. Primero, en unas escenas llenas de vigor narrativo, cuando la mujer, que se acerca a la estación a recibir a su marido, se entera de que su tren ha tenido un accidente, un choque con otro y decide seguir camino hasta el lugar del accidente y buscarlo, junto con el chófer. Esas escenas, logradísimas, tienen, ya digo, un vigor tremendo. Hallado el cuerpo del músico famoso, y corriendo grave peligro su vida por un golpe en la cabeza, es llevado al hospital donde, a requerimientos de su mujer, de salvarle las manos, porque son “toda su vida”, incluso por encima de ella, el doctor decide lo único posible, trasplantarle las manos de un asesino al que acaban de ejecutar. El reencuentro de los esposos, fugaz, y lleno de intensidad, tiene su segunda parte en el descubrimiento, por parte del músico, de unas manos que “no son las suyas”. Cuando finalmente se entera, porque un chantajista se encarga de que llegue la información a su conocimiento, de que no son “sus” manos, y del origen de las mismas, el músico entra en una crisis de identidad absoluta que se manifiesta de muchas maneras y en una interpretación extraordinaria por parte de Veidt, quien consigue, exclusivamente a través del trabajo corporal, que seamos capaces de disociar su cuerpo y ver las manos como las manos de “otro”, como si tuvieran vida propia, ¡a tal extremo llega la calidad de la interpretación de Veidt! La desesperación de la esposa, a quien el músico se ve incapaz siquiera de acariciar, de abrazar o de simplemente tocar, es el perfecto contrapunto del dolor casi metafísico que experimenta el músico que se considera “invadido” por la aciaga personalidad del “otro”, de un asesino. Wiene consigue, gracias a esos trabajos portentosos de interpretación, que empaticemos totalmente con ambos personajes y en situaciones opuestas. Cuando la película deriva hacia el asesinato del padre, supuestamente obra del hijo, por la presencia de las huellas de Orlac en la casa  y en el mango del cuchillo con que lo han matado, se nos presenta un giro en el guion que, si hace más vulgar la trama, más trivial, no es menos cierto que introduce una ligera brizna de humor en el acezante drama vivido por ambos esposos. Es reconfortante ver en pantalla una actriz como la bellísima Alexandra Sorina cuyo tipo corporal la aleja de modelos ulteriores que, andando el tiempo, establecería el cine casi como una censura del suyo. La película es un prodigio de ajuste a la historia y de concentración en el motivo narrativo que le da sentido. Hay muchísimas escenas logradísimas, sobre todo en los decorados de la casa de la pareja y la casa del padre, estudiados con una obsesión fantástica por la puesta en escena. Remito, en todo caso, a la escena del “sofá”, un sofá art decó de diseño monumental, en el que Veidt está sentado en escorzo y llega la criada -introductora del chantajista en la casa, para mal de sus señores- a sentarse a sus pies, momento en el que el músico, se abandona a una suerte de cuadro de la Pietà a la inversa e intenta acariciar a la criada…¡Indescriptible, tanta belleza! Sí, Las manos de Orlac es un drama moral y una anticipación de ciencia-ficción de un logro médico que aún está en mantillas, como quien dice… Y no digo más, aunque me gustaría, porque, dado ese componente de thriller que tiene la película, conviene que no les chafe a los posibles (y deseo que muchos) espectadores la resolución de la trama.

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