sábado, 29 de julio de 2017

"Los visitantes", de Elia Kazan, un complejo ajuste de cuentas.


La delación y Kazan: una película indie e intimista sobre la ética y la venganza en el marco de la posguerra de Vietnam. 

Título original:  The Visitors
Año: 1972
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Director: Elia Kazan
Guion: Chris Kazan
Música: Johann Sebastian Bach
Fotografía: Nicholas T. Proferes
Reparto: Patrick McVey,  Patricia Joyce,  James Woods,  Steve Railsback,  Chico Martínez.

La penúltima película de Kazan, con  guion de su hijo, sorprende al espectador actual por el aire indie y moderno de película inteligente rodada con un bajísimo presupuesto. Recordar Funny Games, de Haneke, teniendo en cuenta la trama de la película, parece algo obligado, aunque hay muy serias diferencias de contenido entre ambas. En la película de Haneke estamos en presencia del mal arbitrario; en la de Kazan, de la venganza calculada. En la de Haneke todo nos sorprende y os horroriza, no solo la agresión, sino, fundamentalmente, la arbitrariedad y la impunidad que lo ampara. En la película de Kazan, rodada con  una fotografía “sucia”, llena de penumbras, de una iluminación que más parece tender a difuminar los personajes que a destacarlos, en un escenario doméstico un punto agobiante, como cuando se “incomodan”, más que acomodan, los visitantes y el padre de ella, en el sofá para ver un partido de fútbol americano, y con un ritmo desesperantemente lento, como el de los prolegómenos de una ejecución capital; en la de Kazan, digo, todo está claro desde el principio: no hay la más mínima  posibilidad de sorpresa, de que todo no acabe como la descripción de los motivos de la visita de los visitantes obliga a imaginar, a proyectar, en realidad. La habilidad de la cinta cae del lado del fugaz cambio de papeles que se verifica a través del contacto de la pareja protagonista con los visitantes y el padre de ella, en cuya casa vive la pareja, con su hijo, sin estar casados. James Woods debuta en la pantalla y los otros actores no son especialmente conocidos. Steve Railsback, también debutante, no engaña, por lo que a la encarnación de la maldad respecta, y representa un villano de excelentes recursos histriónicos para consumar su venganza. De hecho, su papel debió de impresionar, porque cuando participó en The stunt man (Profesión: el especialista), de Richard Rush, el personaje que encarna tiene una historia de veterano del Vietnam calcada de la de esta película. Por otro lado, este papel lo encasilló, artísticamente, porque en él pensaron para representar nada menos que a uno de los grandes asesinos mediáticos, Charles Manson, en la miniserie televisiva sobre su vida y depravada obra. Digo todo esto como elogio de su actuación, por supuesto, porque el desasosiego que introduce su personaje en la película, en contraste con su compañero, quien no guarda rencor al viejo delator de la violación que cometieron en Vietnam y que les supuso varios años de cárcel, es de tal magnitud que se convierte en uno de los principales atractivos de la película, muy por encima del papel del Woods, una persona que encarna valores éticos que están en las antípodas del que representa el padre de su mujer, un escritor de novelas del oeste que defiende el culto a la violencia, al machismo y que está en su salsa conviviendo durante unas horas con dos veteranos como él lo es de la Segunda Guerra Mundial, una camaradería muy trumpiana, para entendernos. Que no pueda ver a su yerno y que acoja con entusiasmo a sus compañeros de armas que sí le entienden, va preparando suavemente la vía de la venganza a través de la “rendición” del adversario, de la adversaria, en este caso, porque los planos no engañan y, desde que llegan a la casa y se “instalan”, sin saber exactamente ni cuánto se quedarán, ni qué rumbo llevan, ni a qué piensan dedicarse, tras salir de la cárcel, excepto la “necesidad” de visitar a su antiguo delator para ajustarle unas cuentas que no caducan, advertimos, por los encuadres en los que se destacan los jóvenes y frescos encantos de la protagonista, que la violación vengadora será inevitable. Mantiene al espectador en la intriga el desconocimiento de con cuánta violencia se llevará a cabo dicha venganza, y es algo que, por si las moscas en las manos de algún incauto cae este DVD, no revelaré. No me abstengo de decir, no obstante, que en la situación de partida se plantean varias tensiones que acaban mezclándose con los motivos de la visita, lo que permitirá progresar hacia el previsible final. La película tiene no poco de claustrofóbica, y los planos en el interior de la casa donde vive la pareja con el niño  lo van reforzando constantemente, porque tenemos la sensación de que el contacto, el roce, el choque entre los cuerpos que pululan por ella ha de ser inevitable y va a tener consecuencias. El paisaje nevado y el frío glacial contribuyen a destacar una hostilidad general que forma parte de un ambiente que se va consolidando progresivamente pero del que participan todos los personajes, sobre todo con los largos silencios que chocan con los diálogos tópicos y banales del padre y los visitantes. La película pasa por ser la primera que atiende al fenómeno de los veteranos de Vietnam, si bien la historia particular entre antiguos compañeros de armas es lo esencial, no aquel salvaje conflicto de las postrimerías del imperio usamericano. No aporta nada a la consolidada filmografía de Kazan, pero demuestra un saber hacer narrativo que es capaz de atrapar a los espectadores en esa tela de araña vengativa y amoral que se va tejiendo alrededor del “justo”. Que pueda o deba ponerse en relación con la historia personal de Kazan y sus delaciones ante el Comité de Actividades antiamericanas me parece de todo punto necesario, sobre todo por el destino del delator. Desde este punto de vista, la película tiene algo de expiación a destiempo, aunque todos sabemos que Kazan hizo de la necesidad virtud y siempre defendió sus delaciones como prueba de su insobornable amor a su nueva patria.


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