jueves, 20 de julio de 2017

“Sé a dónde voy”, espléndida comedia romántica de Michael Powell y Emeric Pressburger.


En el marco impresionante de las Hébridas escocesas, Sé a dónde voy,  una divertida comedia romántica sobre el amor, la tradición y el amor a la naturaleza y la tradición. 

Título original: I Know Where I'm Going!
Año: 1945
Duración: 92 min.
País: Reino Unido
Director: Michael Powell,  Emeric Pressburger
Guion: Michael Powell, Emeric Pressburger
Música: Allan Gray
Fotografía: Erwin Hillier (B&W)
Reparto: Wendy Hiller,  Roger Livesey,  Finlay Currie,  Pamela Brown,  John Laurie, Norman Shelley,  Nancy Price,  Catherine Lacey,  George Carney,  Petula Clark.



Con anterioridad al Free Cinema es evidente que también se hacía un cine en Gran Bretaña muy digno de estimación. Esta comedia sentimental, en la que están perfectamente dosificados sus diversos ingredientes: la comedia, el amor, la crítica social, el dibujo psicológico de los protagonistas y unos escenarios que, aun en blanco y negro, cautivan poderosamente al espectador es un buen ejemplo de lo que digo.  He de reconocer que la inteligencia de los títulos de crédito, superpuestos a un encadenado de secuencias que nos muestran a una protagonista en actitud de marcha infatigable desde que nace hasta que se encuentra con su padre en un restaurante, donde le confirma su inminente boda con el rico empresario son un prodigio de imaginación y comicidad, quizás por su propia sencillez. El título no miente, se trata de una joven dinámica que sabe e-xac-ta-men-te lo que quiere en la vida y a ello la supedita entera. Una chica de Manchester que se casa con un millonario a quien no ha visto aún.  Viaja, en otro encadenado de secuencias en los más variados vehículos y en varios trenes para intentar llegar a la isla de Kiloran en las Hébridas escocesas, donde se va a celebrar la boda. Con ella, parte destacada del equipaje, lleva el vestido de boda, los primeros planos del cual ya invitan al espectador a sospechar de que quizás nos hallemos ante un viaje a ninguna parte…, porque un primer plano no es inocente y porque no hay espectador malicioso… Se detiene, finalmente, en Tobermoray, en la Isla de Mull, o mejor dicho, la detiene una galerna le impide viajar para completar la boda físicamente en compañía del magnate, que ha medido todos los pasos para hacerla llegar desde Manchester a la isla y, al final, no puede sortear el último tramo, estando tan cerca del destino, a causa del temporal, de la galerna que la tiene atrapada. Aislada en aquellas tierras inhóspitas, con una gente hasta cierto punto rústica y agreste, la protagonista se aloja en una casa donde coincide con -algo que ella ignorará durante aún buena parte del metraje- el propietario de la isla, quien se la ha alquilada al magnate con quien ella va a casarse para poder pagarla. El soldado disfruta de un permiso de diez días que espera poder pasar también en Kiloran, pero, mientras, entretiene su espera en excéntrica convivencia con algunos personajes que parecen salidos propiamente de las mismísimas entrañas de la tierra, a juzgar por la conexión que exhiben con ella. La película, exquisitamente británica y reivindicativamente escocesa por todos los planos de su metraje, o por la mayoría, que tienen esas tierras septentrionales por marco incomparable, nos permite asistir a una insólita historia de amor justo en el momento en que la enamorada calculadora  está a un paso -en barca…- de hacer realidad su sueño de “triunfar” en la vida a través de un matrimonio si no apasionado, sí muy ventajoso para ella. Una galerna imprevisible, como todas ellas, obliga a la mujer a permanecer hospedada en una mansión en la que convive con la dueña, una mujer varonil y cazadora, secretamente enamorada del señor de Kiloran, el militar de permiso que también se aloja allí hasta que el temporal amaine para poder “pasar a su isla” y con un personaje excéntrico y graciosísimo, biólogo aficionado que ha atrapado y amaestrado a un hermoso ejemplar de águila, porque su especialidad es la cetrería. La película, con un banco y negro que destaca la fiereza de los paisajes hostiles y hermosísimos de aquellas islas, es un canto a la particularidad del terruño, a la fidelidad a los orígenes y al amor a la tierra y a los compatriotas, de ahí las escenas folclóricas, con motivo de una fiesta en que se celebran las bodas de diamante de dos vecinos, contrastadas con las que la protagonista ha de soportar en casa de los familiares de su marido, y de ahí esa suerte de homenaje que se le hace al tiempo atmosférico, un personaje capaz de determinar incluso el rumbo de la vida de las personas, como parece que se quiera demostrar en la película.  De un modo delicado, sin pinceladas de brocha gorda, por sus esperas contadas -que incluyen una decepcionante conversación telefónica con el futuro marido-, toda la férrea determinación de la joven irá debilitándose en el lento fuego de la incertidumbre generada por un insólito sentimiento amoroso que va naciendo incluso contra su propia inclinación, sin ella quererlo, pero, al tiempo, sin poder evitarlo… Cuando llevada por la fragilidad que amenaza acabar con sus planes, decide sobornar a un joven del lugar, necesitado de dinero para poder casarse con su enamorada, decide arriesgarse a enfrentarse a la galerna, a fin de llegar cuanto antes a su destino, el militar decide embarcarse con ella por si fueran necesarios sus servicios, que, no podía ser de otro modo, lo son. Las imágenes marinas del remolino, del maelstrom hacia el que se precipita una embarcación  a la que le falla el motor que pueda sacarla de aquella succión tenebrosa, son literalmente espectaculares y satisfarán la sed de aventuras de todos aquellos a los que tal género suele enardecerlos, o humedecerlos, como en el presente caso.. Con actores y actrices totalmente desconocidos para mí, lo cual confiere a la película una verosimilitud añadida, Wendy Hiller y Roger Livesey están bastante más que convincentes en sus papeles, en apariencia de tan limitado registro, pero es espléndida la pelea entre los dos en la escalera de la mansión donde se alojan cuando ella decide transgredir la prohibición de hacerse a la mar y “compra” al joven sus servicios. De hecho, la enamorada del joven marinero es la única actriz conocida, una jovencísima Petula Clark, que luego destacaría, andando el tiempo, más como cantante que como actriz, ¡quién no recuerda su Downtown, que ella popularizó y que Sinatra acabó de convertir en un clásico, en un standard! Quienes hayan disfrutado con Hombres de Aran, uno de los mejores documentales jamás rodados, seguro que esta película no ha de resultarles indiferente, como tampoco a los aficionados a historias de amor sin aspavientos ni  alharacas ni frases ni momentos sublimes, aunque tiene un final “de leyenda”, y no digo más, para que quien quiera saberlo la vea, porque me lo agradecerá. Para entrar en calor, también pueden ver primero el documental  que Mark Cousin rodó en 1994 acerca del rodaje de la película y los escenarios naturales en los que se rodó: I Know Where I'm Going Revisited 1994 (Powell and Pressburger)

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