jueves, 10 de agosto de 2017

“Barreras de orgullo”, una excepcional adaptación de Simenon por Henry Hathaway


La rivalidad fraterna con base autobiográfica: Barreras de orgullo o la llamada atávica de la misma sangre.

Título original: The Bottom of the Bottle
Año: 1956
Duración: 88 min.
País: Estados Unidos
Director: Henry Hathaway
Guion: Sydney Boehm (Novela: Georges Simenon)
Música: Leigh Harline
Fotografía: Lee Garmes
Reparto: Van Johnson,  Joseph Cotten,  Ruth Roman,  Jack Carson,  Margaret Hayes, Bruce Bennett,  Brad Dexter,  Peggy Knudsen,  Jim Davis,  Margaret Lindsay, Nancy Gates.


Maravillosa adaptación de Sydney Boehm de la novela de Simenon El fondo de la botella, basada en un hecho real: el hermano del autor, alcohólico y colaboracionista de los alemanes, se presentó ante él tras la guerra pidiéndole ayuda para salir del atolladero en el que se encontraba. Que la adaptación se ubique en el sur de Usamérica, en la frontera con México, y que la película adquiera un aire de western relativamente contemporáneo, pone tierra por medio de la novela de Simenon sin perder, sin embargo, ni un ápice del drama que se desarrolla ante los ojos de los espectadores con una intensidad y un grado de veracidad que le dejan clavado en la butaca. Vaya por delante que Van Johnson siempre me ha parecido un actor muy desigual, capaz de lo mejor, en A 23 pasos de Baker Street, también de Hathaway, y de lo peor, como en tantas y tantas películas de circunstancias, al estilo de 30 segundos sobre Tokyo, de Mervin Leroy; pero aquí, indiscutiblemente, me parece que alcanza la cima de su vida interpretativa, aunque, como es obvio no he visto todas sus películas, pero, salvo algunos flojos momentos, como el de la conversación con los hijos que le esperan al otro lado del río que separa Usamérica de Méjico, es difícil conseguir una interpretación más ajustada a un papel que en modo alguno es fácil, todo lo contrario. Joseph Cotten, que prácticamente nunca está mal, haga lo que haga, le da la réplica en este tenso diálogo imposible entre hermanos que han seguido tumbos muy diferentes en la vida, Cotten un representante de la ley y respetable preboste de la comunidad; Johnson un fuera de la ley que acaba de escaparse de la penitenciaría para pasar la frontera y reunirse en Méjico con su mujer y sus tres hijos, quien se presenta en casa de su hermano para ser ayudado por este a pasar la frontera. Que en época de lluvias el río baje crecido e impetuoso, de tal manera que resulte imposible atravesarlo, va a convertir la larga espera para hacerlo en un motivo de enfrentamiento sordo y oculto de dos hermanos que no se presentan como tales a los amigos del matrimonio del hermano rico durante la tensa y equívoca espera. El presidiario, que acaba de superar en la cárcel un serio problema de adicción al alcohol, no tardará en recaer, debido al desarrollo de los acontecimientos y a la amenaza de que a su mujer y a sus hijos los pongan de patitas en la calle por no poder pagar la habitación de la miserable pensión donde se hospedan hasta que él se reúna con ellos, porque adeudan ya una cantidad considerable. Una vez que el demonio del fondo de la botella vuelve a sonreírle, el hermano pobre y el hermano rico se las tienen tiesas, lo que implica que este lo echa de su casa para sacarlo como pueda, aunque sea mal y miserablemente, de su vida, porque, como se sabrá hacia el final, muertos los padres de los tres hermanos, el mayor abandonó a los pequeños para construirse su propia vida, sin llevárselos con él porque, como confiesa, él mismo era apenas un niño. Estamos, pues, ante un drama familiar en toda regla, en el que se ventilan emociones muy profundas y dolorosas que, al menos a mí, me impactaron contundentemente a medida que se iban revelando, porque no sale todo de golpe, sino que vamos conociendo su relación y la verdadera historia, no solo a través del conflicto entre ellos, sino también del conflicto entre el protagonista y su mujer, con quien no atraviesa un buen momento, por su reserva, la de él,  y porque intuye en él la torturante pesadumbre de una culpa cuya naturaleza y alcance ignora. Que él quiera desentenderse totalmente del destino de su cuñada y sus sobrinos acaba generando un conflicto matrimonial a la altura del fraterno, por lo que los frentes se le van abriendo en un desarrollo que acaba sobrecogiendo al espectador. El ritmo del crescendo se mantiene a la perfección y la película, rodada en CinemaScope con unos planos largos y modélicos en los que la acción se fragmenta. El color brillante y, sobre todo, los fieros exteriores del desierto y los más que magníficos del río rugiente y desatado que ambos hermanos acaban intentando atravesar a caballo en el fantástico desenlace de la trama, dotan a la película de una elegancia escénica absoluta. Sí, estamos ya en una premonición de la estética de los 60, por más que la localización sureña de la acción atempere algo la renovación estética que sucede a la década de los 50, tan clásica dentro del cinema, con los modelos del cine negro; pero la decantación hacia un western psicológico hace de la película un notabilísimo ejemplo de un género sureño que, como La gata sobre el tejado de zinc, de Brooks, y tantas otras, se van a adueñar de las pantallas al inicio de esa década de los 60. 

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