sábado, 16 de septiembre de 2017

La doble decepción de los maestros pillados en un renuncio: “Los ojos del diablo”, de Dario Argento y George A. Romero.



La extremada dificultad de un género que se mueve entre el pavor y el ridículo: Los ojos del diablo, dos Poes venidos a muy poco en manos de dos grandes.
  
Título original: Due occhi diabolici (Two Evil Eyes)
Año: 1990
Duración: 120 min.
País: Italia
Director: Dario Argento,  George A. Romero
Guion: Dario Argento, Franco Ferrini, Peter Koper, George A. Romero (Historias: Edgar Allan Poe)
Música: Pino Donaggio
Fotografía: Peter Reniers, Beppe Maccari
Reparto: Adrienne Barbeau,  Ramy Zada,  Bingo O'Malley,  Jeff Howell,  E.G. Marshall, Harvey Keitel,  Madeleine Potter,  John Amos,  Sally Kirkland,  Kim Hunter, Holter Graham,  Julie Benz,  James McDonald,  Jeff Monahan,  Christina Romero, Peggy McIntaggart,  Jonathan Sachar,  Tom Savini,  Martin Balsam.


Parece que la emulación, el ansia de superación o la sana competición entre dos grandes del género de terror no acabó cuajando como debía, porque estas dos adaptaciones de relatos de Poe no pueden ni deben figurar entre lo mejor del género y no sé yo ni si sus autores, con escaso pulso narrativo y poderosa rutina no deberían distanciarse de una autoría que en poco les beneficia, y en un caso, el de Romero, menos que en el otro, que aún mantiene el tipo gracias a la impecable actuación -¡el 100% de la película!- de Harvey Keitel. La reciente muerte de George A. Romero le va a impedir reconsiderarlo, por supuesto, y no me complace nada que esta crítica coincida con ella, porque La noche de los muertos vivientes, donde se fraguó su fama y donde también acabó su genialidad, sí que es una joya inmarcesible del género. Ambas realizaciones tienen un sí sé qué de productos televisivos de muy bajo presupuesto, con actores prácticamente desconocidos, salvo el caso de Keitel y Balsam en el de Argento, aunque con el suficiente para conseguir algún maquillaje tan especial como el cadáver congelado de Valdemar o ciertas escenas impactantes de El gato negro, como la gata emparedada que da a luz con un cadáver del que se alimentan ellas y sus crías, por ejemplo. La narración de Romero es muy plana, con una puesta en escena clásica y con un recurso tópico pero bien utilizado a través de la resurrección vocal del asesinado Valdemar  para quedarse con su fortuna. Como muere mientras esta hipnotizado, y no ha sido despertado, no acaba de morir del todo, lo que les complica seriamente la vida al médico que lo atiende compinchado con la sufrida esposa que quiere deshacerse de él. Todo se desarrolla según los planes previstos por la organización, y salvo algún momento de distraído temblor, la previsibilidad se adueña de la narración y nos lleva camino de un final que, aunque con algo de sorpresa, no deja de ser una autocita con, a mi entender, algo de sutil ironía. ¡Qué decepción! Por su parte, el episodio de Argento, con una puesta en escena mucho más rica y con un protagonista que se lleva el gato al agua de la capacidad de convicción, Harvey Keitel, gana en interés, no solo porque se introduce una dimensión gore curiosa, la fascinación del fotógrafo forense por captar la expresión de la violencia, lo que, lejanamente, entroncaría la película con El fotógrafo del pánico, salvando las debidas distancias, por supuesto, sino porque la película gira en torno al deterioro de la vida matrimonial de una pareja de desigual edad y en la que ella, una profesora de música,  por la perturbación mental del fotógrafo, es asociada con una bruja, lo que da pie a la peor escena de la película, una fiesta aquelárrica ridícula que más parece un happening de hippies trasnochados. En cualquier caso, la deriva del asesinato de la mujer y la investigación de los policías, compañeros de trabajo, que se encargan de averiguar si tiene fundamento una denuncia de la desaparición misteriosa de la esposa, le da algo de vidilla a la película cuando la amenaza diabólica del gato negro deja de ejercer su ascendiente sobre la trama. Ha de reconocerse que Madeleine Potter borda el papel sugestivo de la mujer/bruja amante del gato negro al que cuida con mimo frente al maltrato que ejerce sobre él su compañero. Si traigo esta crítica al Ojo ello se debe a que quiero dejar constancia de mi decepción y por si algún espectador más entregado a las supuestas virtudes de ambos realizadores es capaz de convencerme de que hay mucho de trámite en estas realizaciones y poco del arte que ambos han sabido plasmar en otras películas suyas.

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