domingo, 22 de octubre de 2017

El antibildungsroman de Jacques Audiard: “Un profeta”.


Descenso ad inferos en el sistema penal francés: Un profeta o un film de gánsters canónico. 

Título: Un prophète
Año: 2009
Duración: 150 min.
País: Francia
Director: Jacques Audiard
Guion: Jacques Audiard, Thomas Bidegain (Idea: Abdel Raouf Dafri)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Stéphane Fontaine
Reparto: Tahar Rahim,  Niels Arestrup,  Adel Bencherif,  Reda Kateb,  Hichem Yacoubi, Jean-Philippe Ricci,  Gilles Cohen,  Pierre Leccia,  Antoine Basler,  Foued Nassah, Jean-Emmanuel Pagni,  Frederic Graziani,  Leïla Bekhti,  Alaa Safi.

No hay quinto malo, asegura el dicho, y bien podemos extenderlo, en el caso de Audiard a su filmografía, pues ese es el puesto que ocupa en ella Un profeta. Audiard supongo que tendrá tanta fama de director de películas violentas como prueban De latir mi corazón se ha cansado o De óxido y hueso, y acaso desde esa perspectiva casi de género, podríamos establecer un cierto paralelismo entre Audiard y Tarantino, por ejemplo, pero es un abismo, sin embargo, el que, finalmente, separa  a ambos autores y, en el caso particular de Un profeta, acaso estaríamos más cerca del Scorsese de Uno de los nuestros, mutatis mutandi,  o del mismísimo Coppola de El padrino II, porque la evolución de Malik es, sin forzar la comparación en absoluto, muy similar a la Michael Corleone, cada una en su ámbito por supuesto, el de Michael en la flor y nata de la mafia y el de Malik en el sistema carcelario francés. En el título de la crítica me he referido a la aventura de Malik como un atibildungsroman, es decir, un esquema opuesto radicalmente al de la novela de formación, que eso significa la palabra alemana, o sea, una degradación que es, al mismo tiempo, un cruel ejercicio de supervivencia Enel más hostil de los ambientes imaginables. Malik llega a la prisión con apenas20 años y sin formación alguna, desvalido y susceptible de convertirse en lo que acabará convirtiéndose: una víctima. El jefe del clan delos corsos en la cárcel se encarga enseguida de hacerle ver cuál ha de ser su papel en la cárcel si quiere llegar vivo al final de su condena. El jefe corso somete al recién llegado a una serie de pruebas-asesinato incluido- que demuestren la lealtad incondicional del joven árabe a su persona, lo que le permitirá tener una vida “agradable” en prisión, dado el poder que el jefe corso tiene sobre los funcionarios corruptos que tiene a su servicio y que le permiten conducirse em el presidio como si él fuera el alcaide del mismo. La fotografía, deliberadamente oscura, pero sin llegar a ser tenebrosa, permite resaltar la puesta en escena casi angustiosa de esas existencias sometidas a mil violaciones de los derechos humanos y a la desesperación de jugarse el pellejo por cualquier nimiedad o por el capricho sádico del jefe corso. La inmediatez de los primeros planos y los planos cortos que se llenan enseguida con la claustrofobia de las habitaciones, las duchas e incluso el mismísimo patio que, con ser espacio al aire libre, intuimos que los internos lo perciben como un espacio al aire prisionero, refuerzan la incómoda sensación que padece el espectador ante unos destinos tan severamente castigados con la privación de libertad. A medida que avanza la película, y a través de los silencios eternos del protagonista, advertimos que nada le pasa desapercibido a este de la situación en la que vive, y se especializa en sacar partido de ello. Cuando llega el tiempo de las primeras salidas con vuelta a dormir a la prisión, el horizonte de los encargos se amplía y ello contribuye a profundizar aún más en el conocimiento de los mecanismos mafiosos del clan de los corsos, de los que Malik saca sus buenas conclusiones con una intención que solo hasta el final de la película sabremos cuál es y que yo me abstengo de revelar por ese pacto de lealtad entre el crítico y los espectadores para no arruinar el visionado de una película. Desde el punto de vista del cinéfilo, capaz de volver sobre una misma película las veces que haga falta, ciertas revelaciones de la trama son realmente inocuas, pero entiendo que haya quien exija que no se las hagan en una crítica. Si la película fuera de esas que solo vemos tres y el acomodador, aún, pero estamos ante un thriller en toda regla que no admite esas excepciones. La película tiene un doble mensaje: la crueldad de la lucha por la supervivencia, sobre todo extramuros de la ley, y la loa de los recursos humanos para salir airosos de ciertas situaciones capaces de hundir en la miseria al más osado. Desde la perspectiva literaria, es evidente que Un profeta enlaza, a su extraña manera, con aquel Lázaro de Tormes a quien una calabazada del ciego en el puente le hace exclamar: me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer. Poco hemos cambiado del XVI al XXI, la verdad. Lo que sí conviene que revele es el magnífico conjunto de interpretaciones que consiguen darle un realismo propiamente sobrecogedor a la narración, además del dúo protagonista, Tahar Rahim y Niels Arestrup, este último habitual en el cine de Audiard, quisiera destacar el impresionante papel de  Reda Kateb, quien nos sorprendió con su interpretación en Hipócrates, de Thomas Lilti. Ya digo que acaso sea injusto destacar a los anteriores, porque sin los secundarios de lujo que llevan a cabo una actuación coral impecable, la película probablemente no hubiera alcanzado los niveles de calidad que alcanza y que exigen un visionado de todas todas, y a pesar de la dureza de muchas de sus imágenes.

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