sábado, 4 de noviembre de 2017

Auténtico CINE político: “Las manos sobre la ciudad”, de Francesco Rosi.


La cara no por conocida, menos depravada y miserable de la política: Las manos sobre la ciudad o cuando los negocios gobiernan a los políticos. 

Título original: Le mani sulla città
Año: 1963
Duración: 105 min.
País: Italia
Director: Francesco Rosi
Guion: Francesco Rosi, Raffaele La Capria, Enzo Provenzale
Música: Piero Piccioni
Fotografía: Gianni Di Venanzo (B&W)
Reparto: Rod Steiger,  Salvo Randone,  Guido Alberti,  Marcello Cannavale, Angelo D'Alessandro,  Carlo Fermariello,  Dante Di Pinto,  Alberto Conocchia, Terenzio Cordova.


Me he visto obligado a poner CINE así, con mayúsculas, para destacar que el hecho de que la historia escoja un caso político para llevarlo a las pantallas no empece en absoluto para que Rosi haya dirigido una película que, como tal, más allá del género al que pertenece es un asombro constante y un prodigio de ritmo, capacidad de descripción y de captación de ambientes y de psicologías que, eso sí, son estandarizadas, pero, aunque haya tipos, la fuerza poderosa de los planos, los encuadres, el blanco y negro contundente y una música electrizante, propia del mejor de los thrillers usamericanos, permite acabar individualizando cada uno de esos personajes que sí, responden a tipos clásicos: los políticos corruptos, los políticos cínicos, el empresario ambicioso y sin escrúpulos, el izquierdista combativo y exultante de buenismo, el profesional dubitativo y presa de la demagogia del poder, pero que en la película de Rosi alcanzan momentos de intensa individualidad, y ahí está la excelente interpretación de Steiger como constructor sin conciencia ni dignidad. La película se abre con unos planos aéreos y casi abstractos de la colmena ciudadana, los mismos con los que se cierra, auténtica tierra de pasto de la especulación de los constructores sin escrúpulos. Cuando un edificio se derrumba, a resultas de cual mueren dos vecinos y hay algunos heridos graves, de los barrios pobres de Nápoles, ciudad a la que no es ajena una realidad como la de la mafia, y que aquí no aparece aún, estamos en la etapa inicial del despegue económico italiano, excepto que consideremos como tal el gobierno mafioso de la ciudad, elegido en las urnas, eso sí; cuando se produce ese accidente del que es responsable la empresa de Nottola, el empresario interpretado por Steiger,  se abre en el ayuntamiento una investigación para determinar las responsabilidades y poner las denuncias correspondientes. Y aquí es cuando entra en juego el vívido relato de la angustia del empresario por que la mayoría gubernamental a la que pertenece eche tierra sobre el asunto y le permita seguir adelante con un proyecto de viviendas sociales de las que aspiran a llevarse un beneficio de 500%, como se explica al inicio de la película. Las imágenes de la tumultuaria vida política de una institución italiana de aquellos años 60 a la fuerza hubiera debido de parecer algo extraño a los espectadores de un franquismo cuya democracia orgánica era algo que nada tenía que ver con la in orgánica de allende los Pirineos. Vista hoy, lo primero que llama la atención es que ese mundo político sea “exclusivamente” un mundo de hombres. De hecho, toda la película es una película de hombres, en la que, deliberadamente, no parece haber lugar para la mujer, porque aún ni siquiera ha ascendido al estatuto de protagonista activa de la Historia común. Desde ese punto de vista, la película es asfixiante y nos retrotrae al mundo antiguo de las intrigas palaciegas de la época clásica de Augusto y familia. El nervio con que está rodada la historia, casi acezante, y el poder de una banda sonora que va puntuando eléctricamente la acción, nos sumergen en una especie de persecución y de huida que ha de resolverse en ese campo minado de la política y las alianzas oportunistas que permiten a unos capear el temporal y a otros, la oposición, no llegar nunca a poner en entredicho la parcialidad manifiesta de la mayoría. Durante la visión de la película no podía quitarme de la cabeza ese prodigio del timing y el suspense que es Siete días de mayo, de John Frankenheimer, también criticada, aquí, en este Ojo. Advierto un mismo impulso narrativo en ambas, y un uso del blanco y negro que transmite una atmosfera e incluso unos estados de ánimo perfectamente definidos. El director de fotografía de Las manos sobre la ciudad, Gianni Di Venanzo, había acabado de trabajar para Fellini en 8 ½, por lo que los buenos aficionados sabrán apreciar ya lo que puede dar de sí  el inconmensurable trabajo de Venanzo, que dota a la película de una cualidad formal no frecuente en el cine político, al menos hasta las películas de Costa-Gavras, también un perfeccionista de la realización. Cine político, dije al principio, y lo vuelvo a decir al final, pero cine de mucha envergadura fílmica. La escena, por ejemplo, en que el Alcalde deja entrar a las mujeres que han ido a quejarse de las desgracias del derrumbamiento del edificio y comienza a repartir billetes de nos e aprecia cuántas liras, a tiempo      ue se gira, cínico, hacia un compañero de partido fuera de cámara y le dice: ¿Ves?, así se hace la democracia… Con todo, las mejores secuencias son las de las reuniones tumultuarias en el pleno del Ayuntamiento, y que tanto me han recordado a las de la Bolsa que nos regala Antonioni en El eclipse, imposibles de olvidar. No sabía con qué me iba a encontrar, a pesar de la reputación de Rosi, pero esta película me ha parecido un peliculón de urgente visionad para todos aquellos que la desconozcan. Verán el retrato más inmisericorde de la política de la corrupción que parece rodado anteayer a propósito de la que ha corroído el PP en España. ¡Qué diferencia tan abismal entre este cine político y el cine politizado de Godard en su etapa maoísta! Mientras allí  hay disección, casi Einsensteniana, de los mecanismos oscuros y opacos del poder; aquí hay eso que ahora llamamos postureo y que no hace mucho llamábamos revolución de salón. Técnicamente, además, son muy distintas. Si el cine de Rosi se acerca al clasicismo en forma y fondo de lo mejor del cine denuncia de la corrupción social de la sociedad usamericana; en Godard hay una exploración casi pop de las posibilidades del color, el encuadre e incluso el metacine, una opción valiente y con resultados a veces extraordinariamente hermosos y avanzados para su época, pero que pasaron desapercibidos, dada la debilidad intrínseca del planteamiento narrativo.

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