martes, 26 de diciembre de 2017

Del amor, el respeto y la enfermedad de vivir: “Un pasado en sombras”, de David Hare.


 La temida (y gemida) “contención” emocional británica: Un pasado en sombras o la dificultad de aceptar, sin máscara, el fracaso vital.

Título original: Wetherby
Año: 1985
Duración: 102 min.
País: Reino Unido
Dirección: David Hare
Guion: David Hare
Música: Nick Bicât
Fotografía: Stuart Harris
Reparto: Vanessa Redgrave,  Ian Holm,  Judi Dench,  Marjorie Yates,  Tom Wilkinson, Penny Downie,  Marjorie Sudell,  Patrick Blackwell,  Robert Hines,  Christopher Fulford, Stuart Wilson,  Tim McInnerny,  Suzanna Hamilton.


David Hare es un famoso hombre de teatro, experto guionista, director de televisión, pero con escasa obra fílmica, apenas tres películas, l primera de las cuales, es decir, su ópera prima, es este drama sobre los amores rotos y el fracaso existencial que no solo está dirigido con una sensibilidad casi teatral, a juzgar por lo que el director sabe extraer de su magnífico plantel de intérpretes, sino que el guion es casi como una pieza de relojería de la que nos van dando, en entregas sucesivas, diferentes piezas que no acaban de tener sentido hasta que vemos el reloj con suficiente perspectiva. Utilizando la técnica del flash back, que remontan la historia al primer amor juvenil de la protagonista -una Vanessa Redgrave siempre haciendo honor a la saga familiar de actores a la que pertenece-,  ahora en esa frontera delicada que separa la vida adulta, en su  máximo esplendor, del próximo inicio de la vejez, poco a poco, a partir de un hecho traumático, se nos irá contando la historia de esa mujer y de quienes comparten con ella su vida, amigos y colegas, en una pequeña ciudad donde ella trabajada como profesora de inglés. Permítanme un brevísimo excurso: las clases de la profesora Jean Travers nos muestran la abismal concepción que tienen los países anglosajones de la enseñanza de la propia lengua respecto de nuestros usos tradicionalistas que hacen de la gramática el eje académico, en vez de situar, en primer lugar, el razonamiento y la interpretación de los textos. Cierro paréntesis. En una cena informal de amigos se cuela un extraño que, aprovechando el saludo de presentación a una de las amigas, acaba sentándose a la mesa en un malentendido que no se irá aclarando sino a medida que transcurra la acción, porque ese joven sonriente, de maneras delicadas y de pocas palabras se presenta al día siguiente en la casa de la profesora y después de cruzar unas breves palabras con ella, se descerraja un disparo de pistola en la boca que acaba con su vida en el acto. Para sorpresa inmediata del espectador, que queda en estado de choque, y, acto seguido, para sorpresa de la propia profesora, de sus amistades y, por supuesto, de la policía que investiga el caso sin pista alguna que pueda aclararles los motivos de la decisión del joven. No tarda en aparecer, casi con el mismo sigilo que el suicida una compañera suya de facultad que quiere compartir con la maestra su experiencia con el joven que la acosaba en la Universidad porque él estaba convencido de que ella era su alma gemela. Se instala unos días en casa de la profesora e incluso acude con ella a una reunión de padres en el Instituto y allí tiene un enfrentamiento con un padre, quien, al parecer, acaba cortándole en la mano por otro supuesto malentendido: él la acosaba a preguntas y ella se sintió acosada y le entró el pánico. Estamos, pues, ante unos personajes que exhiben una colección de heridas emocionales sin cicatrizar que condicionarán totalmente la vida de los mismos, sobre todo, porque hay alguno de ellos que no se conforma con pasearse, sí, con la herida abierta, por la vida, como es el caso del policía que investiga el caso y que no deja de darle vueltas hasta que consigue una confesión de la profesora que explica, siquiera mínimamente, algo del estado moral del suicida, aunque ciertas lecturas desplegadas sobre la mesa de la cocina de la profesora permiten intuir la confusión intelectual y emocional de un sujeto con tendencias depresivas. Hay dos ejes narrativos constantes a lo largo de la película: los amores juveniles de la profesora y su presente. En el pasado, además, es la propia hija de Vanessa Redgrave, Joely Richardson, quien la interpreta en el primer amor con un joven cuya ambición no es otra que la de ser piloto, razón por la que se alista en el ejército para conseguir ese objetivo. La futura profesora es consciente de que respetar el deseo de su pareja significa el peligro de que él no regrese, y aunque está siempre al borde de exigirle que, si la ama, no se vaya, considera que no tiene derecho a “torcer” la vida del hombre al que ama. Lo esperará desarrollando ella misma su propia carrera académica. La entrevista con los padres de él, por ejemplo, entra dentro de las escenas antológicas de ese britanismo básico que hemos visto en tantas películas y, sobre todo, en series televisivas anteriores al boom de las series, como las impagables de Dennis Potter, Lipstick o El detective cantante, ambas extraordinarias. No vamos a esconder que estamos ante una película triste, llena de una cáustica ironía que se enseñorea de unas vidas que, en ese umbral difícil del que hemos hablado antes, aún están a tiempo de rescatar alguna explosión de vida que acabe dando sentido a la suya particular. En la película aparecen actores y actrices de los que han consolidado la excelentísima tradición de una escuela británico-irlandesa que no ha dejado nunca de darnos auténticas estrellas del séptimo arte. La presencia, aunque limitada, de Judi Dench o de Tom Wilkinson, por ejemplo,  ayuda lo suyo a conferir a la película un estatus que eleva la calidad de la cinta muchos enteros; tantos que incluso consiguió el Oso de oro del Festival de Berlín. Acostumbrado al cine clásico, digamos hasta finales de los 60, sentarme a ver cualquier película de los 80, como la presente, me parece, a menudo, una osadía por mi parte. Aparcado el prejuicio, lo cierto es que Un pasado en sombras es una película magnífica que. Sin hacer pasar un “buen rato”, sí que nos estremece lo suficiente como para que las clásicas preguntas existenciales se agiten de nuevo en nuestro interior. 

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