lunes, 25 de diciembre de 2017

Los poetas de la Generación Beat ante el asesinato (y no como una de las bellas artes): “Amores asesinos”, de John Krokidas



Entre la hagiografía, el biopic, los tópicos y la imposibilidad de llevar a las imágenes el poder creador de la literatura: Amores asesinos o una aproximación honesta a las vacas sagradas de la Beat Generation.

Título original: Kill Your Darlings
Año: 2013
Duración: 104 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Krokidas
Guion: John Krokidas, Austin Bunn
Música: Nico Muhly
Fotografía: Reed Morano
Reparto: Daniel Radcliffe,  Dane DeHaan,  Michael C. Hall,  Ben Foster,  David Cross, Jennifer Jason Leigh,  Elizabeth Olsen,  John Cullum,  Kyra Sedgwick,  Jack Huston, David Rasche.


Llevar a las pantallas la vida de personajes célebres forma parte de la tradición de la Historia del Cine. La biografía, sea la de Lincoln, la de Annie Oakley, la de Buffalo Bill o la del general Patton siempre tiene un público, mayor cuanto más famosa sea la persona biografiada. Los autores de la Generación Beat aquí biografiados en un momento muy concreto de sus vidas, cuando intentan abrir paso a una nueva concepción literaria que se aparte del academicismo estéril que se enseñaba en universidades como en la que los tres coinciden, no son precisamente rutilantes estrellas de las mass media; antes al contrario, son tres perfectos desconocidos, para el espectador medio, lo que, en principio, favorece, más que perjudica, las expectativas de los espectadores y de la propia película, porque los primeros aceptan más fácilmente lo que se les quiere hacer pasar por quienes fueron y la segunda porque, a pesar del trasfondo intelectual, puede sacar partido de una trama que se arma a partir de la base de unos amores prohibidos con la suficiente ambigüedad respecto de los involucrados como para nunca acabar de saber exactamente dónde empieza el instinto básico y dónde acaba la performance de la juventud rebelde que se pone el mundo por montera. La acción gira en torno a un escabroso asunto, el asesinato cometido por un miembro del grupo de intelectuales contestarios que estudian en Columbia, Ginsberg, Burroughs y, al margen, Jack Kerouac, mayor que ellos y con una vida independiente. Pero de sensibilidad literaria y vital muy afín. La película tiene algo de bildungsroman, es decir, de novela de iniciación, película de iniciación en este caso, porque, tomando como punto de vista el del poeta Allen Ginsberg, célebre, tiempo después, por su poema Aullido (Howl), nos muestra el despertar de un joven poeta judío no solo a la confirmación de su vocación literaria, sino al aprendizaje esencial de las relaciones humanas que incluyen el reconocimiento de su homosexualidad y el conflicto ético entre el encubrimiento y la delación, porque su amante es el responsable del asesinato de una persona que lo acosaba desde hacía años, aprovechándose de su inseguridad emocional, por un lado, y de la “necesidad” homosexual del joven rebelde, por otro. La película, por lo tanto, atiende a esas dos realidades, la literaria y la psicosexual  y vemos como se van entretejiendo inextricablemente hasta que, ante la evidencia del asesinato del acosador, Ginsberg ha de vivir un duro dilema ético entre aceptar la responsabilidad de su amante o intentar defenderle a toda costa, asumiendo la tesis del asesinato en defensa propia. Los personajes centrales están bien caracterizados, aunque Burroughs se lleva la palma, si bien queda de él una descripción muy superficial y más cercana al friqui que al autor iconoclasta que todos conocemos. Es un caso extraño de conservadurismo anarquista llevado a sus últimas consecuencias. Ginsberg, en quien se centra la película, va creciendo desde la timidez hasta la convicción que, paradójicamente, necesita, sin embargo, de la aceptación del establishment para sentirse él seguro de su propio camino. Pero el descubrimiento singular de la película es el de quien, protagonista del “suceso”, no llego a ninguna cima literaria, pero ejerció entre sus iguales una ascendencia turbadora y perturbadora. Me refiero a Lucien Carr, algo así, como el núcleo irradiador de esos artistas que quisieron fundar un nuevo movimiento La nueva Visión y que, sin ellos saberlo, orbitaron, durante algún tiempo alrededor d una personalidad magnética que los hechizó, porque fue amante de los tres, hasta que, tras salir de la prisión renunció a las pompas de la transgresión y rehízo su vida completamente alejado de las veleidades iconoclastas y literarias. Incluso exigió a Ginsberg que retirara su nombre de la dedicatoria que este le hizo de su libro-icono: Aullido. He de reconocer que el actor que encarna a Carr, a medio camino entre dos jovencísimos DiCaprio y Truman Capote, no solo tiene el papel más agradecido en el reparto, sino que sobresale entre sus compañeros con una fuerza y una capacidad de sugestión, de seducción y de perversión que, en algún momento, me ha traído a la memoria el recuerdo del actor de Funny Games, Michael Pitt, aunque Dane DeHaan no solo es más actor, con más recursos, sino también una mirada muy peculiar y dueño de una fotogenia en la que la cámara del director se recrea permanentemente a lo largo de la película. No es una película perfecta, porque sobrenada en toda ella una suerte de superficialidad que no acaba de convencerme. Es posible que Daniel Radcliffe, muy limitado como actor, no haya sido la mejor opción de casting para un personaje como Ginsberg, pero junto al resto del reparto consigue que acabemos metiéndonos dentro de la historia y seguirla con el interés que el caso, famoso en su día, permite.

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