jueves, 28 de diciembre de 2017

Un polémico western político de Michael Curtiz: “Camino de Santa Fe”.


Los pródromos de la Guerra se Secesión en USA: Camino de Sante Fe o la lacra del racismo en un país en construcción.


Título original: Santa Fe Trail
Año: 1940
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Michael Curtiz
Guion: Robert Buckner
Música: Max Steiner
Fotografía: Sol Polito
Reparto:  Errol Flynn,  Olivia de Havilland,  Raymond Massey,  Ronald Reagan,  Alan Hale, Van Heflin,  Ward Bond,  William Lundigan,  Guinn Williams.


Lo sé, Errol Flynn fue un germanófilo, simpatizante de Hitler y aun hasta algunas fuentes dicen que espío para su Régimen, pero ¿hay otra sonrisa como la de sus héroes en pantalla, usualmente, además, al servicio de los desfavorecidos?, ¿algún sentido del humor como el suyo, que comienza por dudar de su propia misión heroica? Por otro lado, ha de reseñarse también en su quehacer cinematográfico, que su último proyecto fue Cuban Rebel Girls  (1959), un alegato pro-castrista escrito, coproducido y narrado por él mismo, lo que muestra la indudable complejidad de su persona. Para mí Flynn es la encarnación del perfecto galán cinematográfico, sobre todo del cine de aventuras, su especialidad, y habremos de esperar hasta el triunfo de Cary Grant para descubrir un perfecto émulo de ese carisma que  erige, al poseedor, en una estrella indiscutible del séptimo arte. Aquí lo tenemos, haciendo dúo con De Havilland, como en tantas otras películas, protagonizando un extrañísimo western como cadete recién salido de West Point, después de haber protagonizado un alboroto castrense al enfrentarse a puñetazos a un defensor del abolicionismo que le restregaba su condición de sudista poseedor de esclavos. Ese cadete abolicionista acabará, después de ser expulsado por haber intentado hacer propaganda política en la Academia -¡el peor de los delitos!, en palabras del director de la Academia- , uniéndose a la patria de John Brown un mesiánico abolicionista que, harto de que no se aboliera la esclavitud por medios pacíficos, decide empuñar las armas para lograrlo por la fuerza. Los hechos de la película son históricos y constituyen una oscura página de la Historia usamericana, a juzgar por los detractores y defensores del mesiánico y rígido abolicionista dispuesto a conseguir por la fuerza el derecho a la libertad de los esclavos negros, a los que va liberando y llevando a un estado, Dakota, que aún no pertenece a la Unión. Es llamativa la presencia de jóvenes cadetes como Custer -interpretado nada menos que por Ronald Reagan, quien llegaría a ser Presidente de Usamérica- y Jeb Stuart, interpretado por Flynn  quienes, poco tiempo después, militarían en bandos opuestos en la Guerra de Secesión. El western es excelente. Tiene una fotografía llena de claroscuros que lo acercan a un ti bio expresionismo y una mezcla de drama y comedia que recuerda mucho las películas de John Ford, en quien seguro que Curtiz se inspiró. Hay una historia de amor en forma de trío, Stuart y Custer se disputan el amor de De Havilland, que está metida como con calzador, porque la trama gira en torno a las acciones de fuerza de John Brown y a los intentos del ejército de controlar la expansión de bandas al margen de la ley que hagan imposible la vida en los territorios, tanto en los esclavistas como en los unionistas. A la película se la ha acusado de prorracista, por el modo maniqueo como se presenta al abolicionista Brown, sobre quien Thoreau escribió un alegato en su defensa –( http://www.famous-trials.com/johnbrown/618-thoreauplea)- que viene a rectificar en gran medida la presentación que se hace n la película de Brown como un loco fanático que se cree el instrumento de Dios para liberar Usamérica de la esclavitud. La película es una película de acción, y las escenas de las cargas de la caballería del ejército y las diferentes luchas contra Brown son muy meritorias e impactantes. Hay lugar incluso para una situación de desenlace imposible, acorralado en un pajar al que los abolicionistas prenden fuego para matar al espía -Flynn- que busca la ruina de su santa causa, muy lograda;  pero, insisto, lo más llamativo de la película es la galería de personajes que o bien simpatizan con el esclavismo o lo contemplan desde un lado paternalista, como en el caso de Flynn, pero del que todos ignoran que, como predice una adivina india, acabará enfrentando a quienes hasta ese momento forman parte de un único ejército. Esa escena de la predicción de la india, en la que los rostros van cambiando a medida que intuyen el aciago porvenir que dibuja la profecía, y que acaba en un estallido de risas a las que no le cabe otro calificativo que el de “nerviosas”, porque son las típicas risas que quieren ser descreídas para no delatar la preocupación de que lo profetizado acabe convirtiéndose en verdad, como así fue. Es evidente que la película asume el punto de vista de la institución militar, garante de la supervivencia de la Unión, y que, en consecuencia, a Brown se le presenta como un forajido cuyo objetivo es trastocar el orden social liberando a los esclavos negros y alterando, por consiguiente, un orden económico en el que el uso y abuso de los esclavos garantizaba el poder a los propietarios de raza blanca sureños. La escena del tren, por ejemplo, es clave: dos racistas quieren que los negros no viajen en su mismo vagón, a pesar de que sean ciudadanos libres. Su guía, que los lleva a Kansas, para que puedan llevar una vida libre, alejados de los estados del sur, acaba disparando y matando a quien quiere echarlos del vagón, del que el se lanza para acabar presentándose ante Brown, quien solo le reprocha que haya abandonado a la familia negra a su suerte, lo que prueba el compromiso inequívoco en pro de sus ideales, nobilísimos, aunque los defienda de una manera fanática y equivocada, a través de la violencia. De algún modo, el caso de Brown tendría su equivalente en el terrorismo que busca conseguir objetivos políticos mediante la violencia, porque por sus pasos contados en la paz jamás llegarán a alcanzarlos. Camino de Santa Fe, así pues, es una extraña película política en clave de western y con una floja historia de amor que no condiciona el excelente ejercicio de cine de acción que Curtiz nos ofrece. Curtiz, por otro lado, era un profesional de la dirección, y el hecho de que en Casablanca queden tan claras sus preferencia políticas nos permite abstenernos de achacarle a él un planteamiento que sin caer en la apología del racismo tampoco defiende, como hubiera sido menester, la causa del abolicionismo, y de esa cojera es de lo único que se resiente la película, por lo demás, ya digo, una cinta de acción rodada con nervio y escenas espectaculares que satisfarán a los aficionados al género y a cualquier cinéfilo. Si añadimos las secuencias cómicas, que haylas, Curtiz nos permite intuir qué hubiera sido capaz de hacer John  Ford con ese guion tan ambiguo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario