domingo, 17 de diciembre de 2017

Una deliciosa comedia hawkscapriana ¡de Douglas Sirk!: “¿Alguien ha visto a mi chica?”


El dinero llovido del cielo se vuelve, pronto, fango de infelicidad en el suelo carcomido de la ambición: ¿Alguien ha visto a mi chica? o una fábula moral eficaz y estéticamente singular.


Título original: Has Anybody Seen My Gal
Año: 1952
Duración: 88 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Douglas Sirk
Guion: Joseph Hoffman, Eleanor H. Porter
Música: Herman Stein
Fotografía: Clifford Stine
Reparto: Piper Laurie,  Rock Hudson,  Charles Coburn,  Gigi Perreau,  Lynn Bari, William Reynolds,  Larry Gates,  Skip Homeier,  Paul Harvey,  Paul McVey, Gloria Holden,  Frank Ferguson,  Forrest Lewis,  James Dean.


Douglas Sirk es conocido por ser algo así como el rey del melodrama, el más convincente director de ese género que ha dado el cine usamericano, aunque él sea alemán de origen, como tantos otros directores que emigraron tras la llegado de Hitler al poder. Aún recuerdo, con nostalgia, el ciclo que, seleccionado por Antonio Drove, le dedicó La 2 a Douglas Sirk y en el que vimos, mi Conjunta y yo, todos sus melodramas. Las películas fueron introducidas por una entrevista que Drove le hizo a Douglas Sirk, y en la que este explicaba los “secretos” del género que le granjeó la admiración de tantos y tantos directores. En modo alguno cupieron, en aquel ciclo, películas como la presente, una comedia tradicional y muy efectiva, o thrillers tan conspicuos como Lured, El poeta asesino, que demostraban, ¡por si hiciera falta!, que Sirk era bastante más que un creador de melodramas, por más que estos le salieran perfectos. ¿Alguien ha visto a mi chica? es una película que no engaña desde los mismísimos títulos de crédito, de John Held Jr., unos dibujos que preludian el tono desenfadado y hasta casi frívolo que va a gobernar una fábula moral que va bastante más allá, como en las películas de Capra, de una trama aparentemente trivial, para convertirse en una reflexión sobre las flaquezas humanas y sus terribles consecuencias. El pórtico de la película, un viejo millonario soltero y solo en el mundo está redactando su testamento, en el que nombra herederos universales a los descendientes de quien fuer su primer y único amor, que decidió casarse con otro -de quien estaba enamorado- y que propicio que el tal señor Fulton se fuera de la ciudad y acabara convirtiéndose, gracias a su esfuerzo, en multimillonario. Antes de que firme el testamento, el abogado y el doctor -en una escena muy graciosa- le sugieren que vaya a conocer a los “afortunados”, no fuera a ser que dejara su fortuna a quienes la malgastaran enseguida y de mala manera. Dicho y hecho, sin barba y bajo el nombre de John Smith, un don Juan Nadie de manual, el millonario -un Charles Coburn que derrocha comicidad de la buena a espuertas y se hace dueño y señor de la película- se presenta en una pequeña y recoleta ciudad media usamericana que recuerda, en sus planos iniciales al orquestado mundo artificial de El show de Truman, algo que la farmacia-heladería y unos números musicales que no estorban en absoluto, confirman enseguida. Es reseñable, a título de anecdotario para amantes del star system, una fugacísima aparición, como joven contestatario, de James Dean, quien comparte reparto con un Rock Hudson, tampoco aún “gran estrella”, a pocos años de coincidir los dos en Gigante, que le valió el Oscar al mejor director a George Stevens. El pequeño mundo de una familia que pasa ciertas estrecheces económicas, como cualquier familia de clase media en los años 20 de la ley seca en que se sitúa la acción de la película, ve cómo, con consumadas malas artes, se les mete en casa un extraño cuya presencia, sin que ellos se enteren, va a traerles lo mejor y lo peor de lo que más anhelan: el dinero.  Desde el arranque de la película se nos dice que no olvidemos que se trata de una película acerca del dinero. Metidos de hoz y coz en el mundo de las fábulas morales, la película evoluciona de manera graciosa, medida y brillante en esa dirección. El multimillonario se coloca como barman en el negocio del marido de la hija de quien fuera su muy querida amada, y, poco a poco, va formando parte del pequeño mundo de las flaquezas de quienes, tras recibir un cheque de 100.000 dólares de un benefactor que se esconde, comienzan una nueva vida en la que quien primero desaparece de ella, lógicamente, es el huésped, quien se acaba hospedando, con el perro de la hija pequeña y con el novio de la hija mayor a quien la madre quiere casar con el hijo de la familia más rica de la localidad. A través de un desarrollo típico de la situación, con una puesta en escena llena de encanto para mostrar el cambio de fortuna que ha experimentado su vida, la acción va discurriendo por diversas situaciones que nos permiten comprobar lo inevitable: que el castillo de naipes gratuitos construido con tanto despilfarro no tardará en venirse abajo. El millonario, que mantiene una hermosa relación abuelo-nieta con la hija pequeña, una maravillosa Gigi Perreau, la auténtica pareja protagonista de la película, con una actuación inolvidable y compenetradísima de ambos, va adquiriendo un protagonismo en la historia que lo convierte en cicerone de la metamorfosis social e individual de la afortunada/desafortunada familia a quien quiere conocer antes de legarles, cuando muera, su fortuna. Aunque no quiero chafarle el final a nadie, no hay que ser muy espabilado para, a partir de todo lo escrito, deducir por dónde irán los tiros de la fábula moral que el director nos ofrece. Me abstengo, no obstante, de revelarlo pero no de repetir la excelente mano de Sirk para conseguir una comedia de altísimo nivel, con una realización que destaca los colores vivos de un mundo “de estudio”, iluminado con una claridad que parece revelar las psicologías en cada plano. Está clara, al menos así me lo parece a mí, la influencia de Capra, pero también la de Hawks, de lo que se deduce que un maestro como Sirk por fuerza no puede no estar a la altura de sus reputados antecesores. “Deliciosa” es un adjetivo propiamente indicado para películas como esta, que mezcla a partes iguales la ingenuidad, la mordacidad y un noble discurso acerca de la verdadera felicidad humana.

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