domingo, 7 de enero de 2018

De la pasión por las atracciones fatales: “El demonio de las armas”, de Joseph H. Lewis.


De la femme fatale a Bonnie y Clyde: Deadly is the Female o el delictivo amour fou de dos miembros antisociales de la Asociación Nacional del Rifle…

Título original: Deadly Is the Female
Año: 1950
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Joseph H. Lewis
Guion: MacKinlay Kantor, Dalton Trumbo, Millard Kaufman (Historia: MacKinlay Kantor)
Música: Victor Young
Fotografía: Russell Harlan (B&W)
Reparto: Peggy Cummins,  John Dall,  Berry Kroeger,  Morris Carnovsky,  Annabel Shaw, Harry Lewis,  Nedrick Young,  Trevor Bardette,  Mickey Little,  Russ Tamblyn, Paul Frison,  David Bair,  Stanley Prager,  Virginia Farmer,  Anne O'Neal,  Frances Irvin, Robert Osterloh,  Shimen Ruskin.


Desbordado por el almacenamiento de DVDs a consecuencia de mis visitas a Tallers 79 y ante la imposibilidad de ocupar espacios que no existen, mi Conjunta me ha persuadido para subscribirnos a Filmin, una plataforma donde por una módica cantidad mensual podemos ver películas no vistas y de sumo interés. La presente, por ejemplo, esta desconcertante película de títulos tan opuestos en inglés y en castellano, sin ser excluyentes: El demonio de las armas y Deadle Is the Female, La hembra mortal, también titulada Gun crazy, La locura de las armas, primera que veo de Joseph H. Lewis y una gran sorpresa: cine negro del mejor con dos interpretaciones de gran altura y un ritmo narrativo trepidante. La película tiene un prólogo en el que  se narra la inclinación espontáneo de un niño hacia las armas de fuego y cómo no puede vivir sin poseer una. En pocos minutos se nos traza un retrato que incluye no solo esa pasión por lar armas, sino también las nefastas consecuencias de su mal uso. A raíz de habérsele incautado una pistola que lleva a las clases, el adolescente, ni corto ni perezoso, decide romper el escaparate de la armería del pueblo y robar un revolver expuesto en él. El juicio, una curiosa modalidad informal, atendiendo al conocimiento que el juez tiene de todos los participantes en los hechos, acaba con el internamiento del joven en un reformatorio. La continuación, ya de adulto, incluye un pasado en el que el joven aficionado a las armas fue militar e instructor de tiro. Vuelve al pueblo, aun sin oficio ni beneficio, salvo los ahorros de su estancia en el ejército, y en la feria a la que asiste con sus dos amigos de infancia, entran en una de las casetas, donde una experta tiradora inglesa, una deslumbrante Peggy Cummins, desafía a los palurdos de la localidad para sacarles los cuartos. Animado por sus amigos  competir, el experto tirador vence a la artista y a partir de entonces cae claramente bajo el hechizo de su belleza y de la camaradería que enseguida se establece entre dos devotos de las armas de fuego. Acepta formar parte del número con ella y desde ese momento se inicia una potente historia de amor en la que se mezclarán los orígenes humildes de ella, el hecho de haber matado a un cliente y su decidida voluntad de vivir, por encima de todo, con un tren de vida a la altura de sus desmesuradas ambiciones, para lo que cuenta con la colaboración de su nuevo compañero, a quien, literalmente, arrastra a una espiral de acciones delictivas que van creciendo en importancia y que acabarán incluyendo, también, algún asesinato, algo que a él le horroriza y le hace cuestionar su permanencia al lado de una mujer tan fría y calculadora, el viejo molde tópico de la mujer fatal dispuesta  a todo y, sobre todo, a salvarse a sí misma. La historia parece reproducir fielmente la conocida aventura de Bonnie y Clyde, los legendarios delincuentes jóvenes que preludiaron, con su aventura, la mezcla fatal entre delincuencia y eco en los media. La presencia de John Dall -una suerte de Lee Marvin en versión ingenua y sentimental- es fundamental para entender la complejidad del personaje y la historia de necesidad recíproca entre dos perdedores que acaban anteponiendo su amor y su más que previsible desastre final a la posibilidad de huir cada uno por su lado para evitar el cerco policial a que están sometidos tras su último golpe frustrado, saldado con dos muertos. Acababa de rodar La soga, de Sir Alfred y, después del atormentado papel de esta película, tuvo una vida cinematográfica corta, porque solo le ofrecían papeles de psicópata, algo así como lo que le pasó a Anthony Perkins tras Psicosis. La atmósfera de poderoso cine negro, la acción trepidante, las psicologías complejas de los personajes y una historia de pasión por las armas a cuyo hechizo acaban sometiéndose los protagonistas nos ofrecen una de las joyas escondidas -para mí al menos así ha sido- del mejor noire. La persecución final a través de la montaña, con una niebla de madrugada que los envuelve en un paraje solitario en el que no pueden distinguir nada, salvo los ruidos que los alertan de lo irremediable es una muestra extraordinaria de fina sensibilidad estética. Me reservo la revelación del final porque, en el último momento, aún hay tiempo para la sorpresa, y es justo que la descubran por sí mismos los espectadores. La relación del protagonista con su hermana y con sus amigos, que reaparece cuando él ya es un delincuente famoso por la prensa y, acorralado por la policía, trata de refugiarse en el único lugar donde hallar algo de ayuda, es determinante para el desenlace de la trama y ofrece una veracidad escalofriante, sobre todo por lo que hace a la hermana. Es evidente que la historia está narrada desde el punto de vista del protagonista, con quien se induce permanente al espectador a simpatizar, pero la complejidad de la relación de la pareja deja en suspenso esa deriva empática. No ha lugar a engaños mutuos: a él le horroriza el daño contra las personas y los animales que pueden causar las armas, y ella es mala y egoísta, y dispuesta incluso a matar si va en ello su propia libertad o su beneficio, y de ahí el título en inglés; pero la magia de los amores imposibles que luchan contra las evidencias de las adversidades que militan contra ellos se abre paso en ambos seres atormentados y a él son fieles sobre todas las cosas. De hecho, después de abandonar ambos el número de feria, resolviéndose un supuesto triángulo amoroso que no era tal, por la parte del feriante, sino un vulgar chantaje por el encubrimiento de la muerte causada por ella, la película casi se convierte en el retrato de una pareja a la deriva, como una road movie de la desesperación, que halla en la vida delictiva, a través del uso de las armas, su especialidad, el único modo de ganarse un miserable vivir. La puesta en escena: baretos de ala muerte, pensiones de mal vivir, muchas escenas de coche, etc., fotografiada con un mimo especial, se une con un uso del primer plano frontal en el que ambos miembros de la pareja se desnudan ante los espectadores con una convicción total: se reclaman juguetes trágicos del destino, pero escriben disparo a disparo el guion de sus propias vidas…. ¡Todo un descubrimiento!

No hay comentarios:

Publicar un comentario