jueves, 28 de junio de 2018

“Fear and Desire”, de Stanley Kubrick o sus primeros pasos bergmanianos.



El antibelicismo perpetuo de un director único: Fear and Desire o la búsqueda de las humanísimas raíces del odio.

Título original: Fear and Desire
Año: 1953
Duración: 68 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Stanley Kubrick
Guion: Howard Sackler
Música: Gerald Fried
Fotografía: Stanley Kubrick
Reparto: Frank Silvera,  Kenneth Harp,  Paul Mazursky,  Steve Coit,  Virginia Leith,  David Allen.

Encontrarse, por azar, con la primera película de Kubrick por fuerza ha de ser motivo de alborozo para cualquier aficionado al cine. No es aún el Kubrick que será, pero en su primer trabajo, con nula repercusión comercial, se advierten líneas narrativas y estéticas que caracterizarán su cine cuando dé el salto de profesionalidad que significó en su carrera Atraco perfecto, su primera obra maestra. Hay, en Fear and Desire, mucho de tanteo, de prueba, de “vamos a ver qué somos capaces de hacer” con tan poco dinero, bastante imaginación y la convicción de que una reflexión existencialista sobre la guerra, en aquellos años de apogeo de la Guerra fría, suponía afirmar una posición que sería vista con desagrado en su país, pero que Kubrick mantendría hasta el final de su carrera, con La chaqueta metálica, un  duro alegato antibelicista en las postrimerías de su carrera.. Lo mismo le pasó,  tres años más tarde, cuando, con Kirk Douglas empeñado en el proyecto, rodó Senderos de gloria.  De hecho, incluso Espartaco, a cuyo frente se puso tras haber sido despedido Anthony Mann, podríamos decir que forma parte de ese pensamiento antibelicista del autor. Miedo y deseo, aunque ignoro si la película se ha estrenado comercialmente en España,La película deriva hacia lo simbólico y hacia una exploración formal del espacio y de la psicología humana enfrentada a situaciones de desconcierto, miedo y, como taza el título, deseo, porque la captura de una mujer y su retención por parte del pelotón que busca cómo orientarse en la isla para poder salir de ella sin ser hechos prisioneros por las fuerzas enemigas, a las que se observa a través de los prismáticos, pero que no parecen representar un peligro inminente para la patrulla perdida. De hecho, hasta son capaces de incursionar hasta su territorio y liquidarlos certeramente, mientras el joven soldado acuciado por el deseo sexual se queda al cargo de la prisionera que han hecho y que no parece entender su lengua, razón por la que los primeros planos de ella, ¡estupendísimos!, puro Bergman, buscan transmitirnos, y a fe que lo consiguen, las reacciones de la mujer ante los avances sexuales del joven soldado, quien, acuciado por el miedo a quedar abandonado en la isla por el resto de sus compañeros, va perdiendo poco a poco contacto con la realidad hasta que se figura que ella, la prisionera, está deseando corresponderle sexualmente, razón por la cual la desata, para facilitar “ser abrazado” y consolado de su angustia. Lo que ocurre, sin embargo, es que ella echa a correr, después de quitárselo de encima de un empujón y él no duda en disparar contra ella y matarla. El blanco y negro de la película consigue una extraordinaria tonalidad brillante mediante la iluminación, lo que favorece una nitidez fotográfica que recuerda mucho la fotografía de las primeras películas de Bergman, en quien seguro que Kubrick se inspiró para acercarse a una estética de la imagen como la que pretendió mostrar en esta película que quiso destruir para que nadie la viera. Es cierto que la “aventura” de esta patrulla perdida, mezclada con ciertas reflexiones de sus componentes que parecen refritos de muchas otras películas, Obetivo Birmania, entre ellas, con la que esta película guarda no pocos puntos de contacto. Si no recuerdo mal la película de Walsh se rodó en la finca del productor y en un jardín botánico, y Kubrick escoge unos exteriores bastante neutros que hacen las veces de una isla, desde donde la patrulla ha de salir en una balsa. Las imágenes de la locura del joven soldado arrastrando la balsa sobre la que yace, muerto, otro compañero del pelotón son decididamente de lo mejor de la película, junto con las escenas de la torpe seducción de la joven. El guion casi brilla por su ausencia, y a la película le falta un hilo narrativo poderoso y una creación de clímax hacia el que avanzar. Con todo, el “ensayo” cinematográfico de Kubrick no merecía el desdén por su parte de pretender evitar a toda costa que nadie la viera. Se ve, eso sí, como el balbuceo de quien llegó a ser después, y poco más, aunque no falta el perfeccionismo técnico que caracterizará casi todas sus películas. Se trata, como dicen los historiadores, de una película que costó unos 13.000 dólares, aportados casi en su totalidad por su tío, Martin Perveler, que solo pidió a cambio aparecer en los títulos de crédito como productor ejecutivo. Ninguna película con la firma de Kubrick puede ser una obra totalmente fallida, y su primer película es una prueba evidente de lo que digo. Y ando ya con ganas de ver su segundo largo, El beso del asesino, a cuyos productores pudo, tras sus triunfos, reintegrarles el dinero con que la financiaron…, no digo más.





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