martes, 17 de julio de 2018

"Power", de Sidney Lumet: reveladora radiografía de "la política"...


Los entresijos ficcionales del negocio político: Power o la construcción del discurso desde la demagogia para la credulidad...


Título original: Power
Año: 1986
Duración: 111 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Sidney Lumet
Guion: David Himmelstein
Música: Cy Coleman
Fotografía: Andrzej Bartkowiak
Reparto: Richard Gere,  Julie Christie,  Gene Hackman,  Kate Capshaw,  Denzel Washington, E.G. Marshall,  Beatrice Straight,  Fritz Weaver,  J.T. Walsh,  Michael Learned.


En 2011 George Clooney filmó Los idus de marzo, una película sobre los entresijos del poder en la política estadounidense, un subgénero dentro de aquella vasta filmografía, por cierto, porque no son pocas las películas “políticas” que se han dedicado a la “fabricación” y “comercialización” de los políticos en Usamérica. De hecho, El mensajero del miedo, de Frankenheimer también puede encuadrarse en ese subgénero en calidad de obra maestra. Vienen estos recuerdos a cuenta de esta concreción detallada de la abstracción perfecta que representa este título: Power -¡un título brillante!, casi tan bueno como El capital, de Costa-Gavras, para otra joya del cine político-, de Sidney Lumet, que no había visto y que me ha parecido un modelo de cine político de gran impacto. No soy nada favorable a un antiactor como Richard Gere, aunque reconozco que ha logrado buenas interpretaciones, como en Cotton Club, de Coppola; pero reconozco que en esta cumple a la perfección con el “tipo” y da de sí la medida exacta de lo que esos vendedores suponen en el panorama político viciado de la república usamericana. La estructura es relativamente simple, porque el “consultor” trabaja para quien le pague, y no suele mezclar los negocios con sus propias ideas o querencias políticas: pone sus recursos comunicativos al servicios de quienes le pagan y contribuye a su éxito, si lo logra, porque es evidente que hay candidatos de los que es imposible sacar un “ganador” por su propia naturaleza de perdedores. Está claro que la película solo puede complicarse cuando el consultor acaba mezclando sus sentimientos y sus ideas con su trabajo, algo que sucede cuando un senador y amigo h de dimitir por supuestas razones de salud. La esposa del consultor, también amiga de la familia, acaba escarbando en las verdaderas razones de la dimisión del senador y descubre que hay conjura de poderosas fueras económicas para tratar de atajar la política de favorecer las energías renovables frente a los intereses del petróleo, defendidos por un arribista sin escrúpulos, perfectamente interpretado por Denzel Washington y de lo que se nos avisa nada más empezar la película, aunque tan crípticamente que solo bien avanzada la cinta acabamos cayendo en el poder de esa conjura para lograr sus fines empleando todos los medios a su disposición, legales e ilegales, y en ese sentido son verdaderamente inquietantes los avisos que sufre el consultor para desistir del intento de esclarecer las verdaderas razones de la dimisión del senador. El protagonista aparece, sin embargo, como un profesional de éxito que, sin embargo, lleva una vida solitaria en la que no falta un relación con la secretaria que ni siquiera soporta la opa que sobre ella echa el competidor desleal y paradelictivo para reducir el campo de acción del protagonista. Cuando el conflicto se manifiesta en toda su crudeza y él se percata de lo que significa su labor, hay una suerte de retractación general que, aprovechando la irrupción de un candidato etimológicamente real, esto es, totalmente cándido, profesor de Universidad, le permite generar unas expectativas de posible “regeneración” del sistema que no deja de ser un espejismo en el oasis de unas prácticas hiperviciadas, pero que, narrativamente al menos, el espectador lo vive como una esperanza. La película tiene un excelente ritmo narrativo; la puesta en escena, tan funcional como impecable, se ajusta a la perfección al frenesí de una vida exigente, en constante movimiento y actividad, pero con ciertos motivos narrativos, como la vieja silla del senador que el guarda como recuerdo de la honestidad política, que redondean la historia con poderosa convicción. De hecho, el consultor sienta al candidato-trampa que quiere sustituir al senador en la silla de este y enseguida vemos que lo ha sentado en la silla de la verdad, como si se empapara del posible pentotal con que estuviera barnizada y, finalmente, revelara, como así lo hace, la traición que está dispuesto a cometer respecto de los planes del senador. La película puede ser considerada como un curso abreviado pero intenso de ciencia política, y en él destaca, sobre todo, el excelente discurso de Gene Hackman para su candidato universitario, después contrarrestado por el del protagonista dirigido al mismo candidato. A nadie sorprende la sucia política usamericana; a todos ha de sorprenderle la concisión, claridad y contundencia con que Lumet la retrata. Tengo para mí que, dentro de su generación, Lumet y Frankenheimer van a ir consolidándose como lo mejorcito de ella. Y estos dos van a librar un combate muy curioso por la preeminencia, aunque este crítico se rinde a la genialidad de ambos y los reconoce  pares sin primum entre ellos. Recordemos que Lumet, además del testamento oscuro que fue su última película genial: Antes que el diablo sepa que has muerto, fue el autor de Doce hombres sin piedad, Tarde de perros, Serpico o Network… Estamos en presencia, pues, de un excelente cirujano de la vida sociopolítica usamericana, debelador de la construcción de esa fantasía cruel del usamerican way of life, al que le chorrean las sangres de tantas injusticias por los cuatro costados…


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