domingo, 6 de enero de 2019

«Hasta el último aliento», de Jean-Pierre Melville o el polar moral.



Prefiguración de un clásico El silencio del samurái, rodada un año después, Hasta el ultimo aliento es un polar canónico rodado con una sobriedad que acentúa la moralidad del perseguido y del perseguidor…


Título original : Le deuxième souffle
Año : 1966
Duración: 144 min.
País:  Francia
Dirección: Jean-Pierre Melville
Guion : José Giovanni, Jean-Pierre Melville (Novela: José Giovanni)
Música: Bernard Gérard
Fotografía: Marcel Combes (B&W)
Reparto : Lino Ventura,  Paul Meurisse,  Raymond Pellegrin,  Christine Fabréga,  Marcel Bozzuffi, Paul Frankeur,  Denis Manuel,  Jean Négroni,  Jacques Léonard,  Régis Outin, Jean-Claude Bercq,  Michel Constantin.

Nada mejor, como alternativa a la cabalgata de Reyes que, mientras los balcones de la casa están atestados y la acera junto al portal invadida, ver a solas un polar de Jean-Pierre Melville cuyo arranque, con la huida de la prisión, con unas tomas “a lo Chirico”, prefiguran ya buena parte de la película: tres fugitivos: uno que consigue encaramarse en la tapia desde la que descenderán por una cuerda hasta la salvación; otro que, lleno de poderío físico, pasa de la valla, cae al vacío y se estrella contra el suelo, sobre el que muere en el acto, sin ue sus compañeros de huida se permitan ni el más mínimo aspaviento o condolencia; y el tercero, nuestro protagonista, Gu, Lino Ventura, que, limitado físicamente por la edad, se agarra del borde del muro y está a punto de caer al patio de la cárcel de no ser por el amigo que lo ayuda a trepar para después descender por la cuerda d forma segura. Que, al margen del azar, se presagia una mal final para esos delincuentes está claro desde el inicio. La película no se centra, sin embargo, en acechar el momento en que se cumplirá esa profecía tan poco arriesgada. El blanco y negro de la película, junto con la introspección del protagonista, su nula locuacidad y su instinto para preservarse de cualquier situación comprometida, nos permiten establecer una clara línea de continuidad entre el protagonista de esta película, un delincuente en las postrimerías de su carrera, cansado, con ganas de dar un buen golpe y “jubilarse” en compañía de la mujer de su vida, y el protagonista de la siguiente, Alain Delon, en El silencio del samurái, una obra casi perfecta, con la que la presente tiene ese punto de contacto en la figura del protagonista. La trama de Hasta el ultimo aliento se desarrolla a través de círculos mafiosos y policiales entre los que se dan  o pocos contactos y situaciones tan divertidas como el largo discurso irónico del comisario en el bar donde acaba de tener lugar un tiroteo al más puro estilo del Chicago de los años 30 y en el que le va explicando a su ayudante cómo nadie de los presente ni sabe ni ha visto ni oído nada de cuanto acaba de ocurrir, aunque haya un muerto tirado a sus pies… : es una de las grandes escenas de la película. La participación de Gu (Gustave) en un golpe llevado a cabo por el hermano de quien es rival suyo y con quien tiene una cuenta pendiente que saldar, que incluye el asesinato, es la última oportunidad para el protagonista de conseguir un buen botín que le permita “exiliarse” -diríamos en términos de Puigdemont- con la mujer de su vida sin tener que ser “mantenido” por ella, que es la dueña de un restaurante y tiene bienes propios. El atraco, otra de las partes excepcionales de la película, en una carretera montañosa y desértica, se lleva a cabo con una limpieza extraordinaria, pero Gus cae en una trampa urdida por el comisario parisino que lo persigue, una interpretación exquisita de Paul Merisse, quien combina la seriedad rigurosa de la técnica policial con un sentido del humor que hace las delicias de los espectadores, y al hilo de la presión que ejercen sobre él, se escapa de sus labios el nombre del cerebro del golpe, Paul Ricci. A partir de ahí se extiende en los círculos mafiosos que se ha convertido en un delator. Consigue escaparse del hospital donde lo han internado tras herirse exprofeso para que allí lo llevaran y, entonces, tiene tres misiones: limpiar su nombre; vengarse del hermano de su jefe, y acabar con el comisario de Marsella que difundió su “delación”. Como advertimos, pues, se trata de un hombre de “honor”, que, al margen de cepillarse a quien se cruce en su camino, cumple con unas normas del código de honor del hampa que le llevan, efectivamente, no solo a acabar con el comisario de Marsella, a quien obliga, sin embargo, antes de liquidarlo, a redactar un nota consignando los medios ilícitos con que han conseguido atraparlo e incriminarlo sin tener ninguna prueba contra él, sino también con el hermano de Paul, Jo Ricci y los otros dos compinches del atraco al furgón con quien tiene una balacera magnífica en una escena dignísima del cine de gánsteres. La película no se prodiga en los diálogos y buena parte de ella se limita a reflejar los modos de actuación, sobre todo del protagonista, y los personajes con quienes se relaciona, pero la narración incluye una selección de encuadres que nos ofrecen una sorprendente variedad de registros, desde el intimismo sentimental contenido de la relación entre los dos amantes, que no se recrea en ningún tipo de romanticismo, a la minuciosa descripción en exteriores del atraco al furgón. Son, propiamente, las maneras silenciosas, hurañas y profesionales del protagonista las que dominan la película, una suerte de construcción psicológica del personaje que, pagado de su honor, se conduce de un modo que pueda relacionarse de tú a tú con su enamorada y que le permita pasear la intachabilidad de su buen nombre en un mundo como el mafioso, al que pertenece, por más que arda ya en deseos de separarse de él para poder retirarse a Italia y empezar una nueva vida, más tranquilo. Lino Ventura es muy distinto de Alain Delon, por supuesto, pero hay una línea que une ambas interpretaciones, las dos sobresalientes, y bien puede decirse que el segundo sea el hijo preferido del primero, el único capaz de comportarse como su antecesor. Sobre el final, de fuerte impacto moral, mejor no digo no esta boca es mía, pero sorprenderá a más de uno, por la elegancia del mismo y por como desenlaza la trama. Está claro que el cine negro usamericano es el rey del género, pero en Europa se ha aclimatado muy bien, como lo prueba el polar francés, un género con una obra hipermaestra, Rififi, de Jules Dassin, y la magnífica escuela de cine policiaco barcelonés de los años 50 y 60. A nadie va a dejar indiferente esta película europea de gánsteres cuya perfección moral solo es equivalente a la grandeza de su indagación moral en los protagonistas de la misma.




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