miércoles, 9 de enero de 2019

«Mirando hacia atrás con ira», de Tony Richardson o rebelde con múltiples causas.



El individuo entre la sobrestimación de sí mismo y la inacción como fuentes de conflicto psicológico: Mirando hacia atrás con ira o la mirada desenfocada. 

Título original: Look Back in Anger
Año: 1958
Duración: 99 min.
País: Reino Unido
Dirección: Tony Richardson
Guion: Nigel Kneale (Obra: John Osborne)
Música: John Addison
Fotografía: Oswald Morris (B&W)
Reparto: Richard Burton,  Claire Bloom,  Mary Ure,  Edith Evans,  Donald Pleasence, Gary Raymond,  George Devine,  Nigel Davenport.

Hay que ver, de haber hablado tanto del título, porque, además, ha devenido un lugar común (¡bendito destino de algunos títulos, pocos, que alcanzan más éxito que las propias obras a las que presiden!: La decadencia de Occidente, Sin novedad en el frente, entre otros muchos…), tenía el convencimiento de haber visto esta película tan célebre. Para mi sorpresa, nada de cuanto ocurría, y mucho menos la presencia de Richard Burton, me resultaban familiares, y no he esperado más de cinco minutos para deducir que o bien la vi de muy joven y no me impresionó lo más mínimo o bien no la había visto nunca. He concluido que lo razonable es lo segundo. Una formación deficiente te permite siempre estas sorpresas, acercarte a obras maestras con una gran experiencia de obras maestras vistas que quizá te ayuden a valorar mejor la que te había pasado desapercibida. De igual manera que Rebelde sin causa, otro título emblemático, Mirando hacia atrás con ira pretende ser una película de las que llamamos generacionales”, es decir, que la trama trasciende al o los protagonistas para mostrar un estado de ánimo común, en este caso, a muchos jóvenes británicos que se enfrentan, a pocos años de la posguerra, a un destino poco o nada atractivo, en parte por la falta de oportunidades, en parte por la falta de iniciativa para transformar los anhelos de cambio en acciones decididas que permitan abrir nuevos caminos de realización profesional o d expresión artística.el protagonista, un joven casado que regenta un puesto de glosinas en el mercado, financiado por quien lo recogió siendo niño y a quien cuida con el mimo del agradecimiento eterno, el mismo que no recibió de sus propios padres y que es incapaz de ofrecer a su propia esposa, quien se queda embarazada y le oculta el hecho, temeroso de que él la obligue a abortar, porque sus censuras contra ella presiden, de hecho, su relación. Tan es así que, después de instalarse con ellos una amiga, aspirante a actriz, y liarse su marido con ella, decide irse a casa de sus padres. Al personaje no parece importarle lo más mínimo el cambio de mujeres en su vida, porque se trata de un ególatra que maldice su destino sin hacer nada para cambiarlo, a pesar de su solida formación y de su exquisita condición de músico, trompetista, una de cuyas actuaciones abre la película. De que esté peleado con el mundo, porque le cuesta horrores no solo entenderlo, sino, sobre todo, entenderse a sí mismo, se derivan todos los malentendidos y la crueldades que salpican la relación con su mujer y con quienes lo rodean, excepto su madre de acogida, a quien le rinde sincero homenaje en vida y en muerte. La complejidad del personaje y sus muchas habilidades, para la Revista, por ejemplo, y a ese respecto son fantásticos los dos números musicales que protagoniza con su compañero de profesión y compañero de pensión , hacen del todo incomprensible la “postración” en que vive el personaje, su escasa iniciativa para buscar una salida laboral o artística más allá de regentar el carro de chuches en el mercado. Pero difícilmente parece que haya algo en esta vida capaz de empujarlo en la dirección de la acción o del pensamiento positivos: una suerte de nube negra de melancolía parece cegarlo e impedirle realizarse como sujeto activo de su propia vida. Es cierto que la pobre habitación en la que vive con su mujer, su propia abulia y los pacatos valores tradicionales que enfrentan a las clases, como las respetivas familias de ambos cónyuges, los de ella de clase media alta, y los de él de clase obrera, no contribuyen precisamente a que su desprecio de la sociedad en la que están insertos les permita progresar en la vida o sentirse útiles o vitalmente completos o capaces, en última instancia, de mantener un matrimonio en el que la felicidad brilla por su ausencia. Solo cuando la mujer regresa, y confiese a su amiga, con quien se reconcilia, que ha perdido el bebé que esperaba, se atisba un futuro para la relación entre ambos, si bien con la renuncia expresa de la amiga a seguir siendo la cuña que los separa. En ese momento, y en el marco de una estación de ferrocarril se produce el “encuentro” mágico entre ambos esposos, ese momento en que se reconocen el uno en el otro y deciden darle una oportunidad a su matrimonio, ese momento en que él parece haber renunciado a la crítica radical de cuanto lo rodea, como si los trenes que parten fueran la metáfora de su vida y él ignorara cuál fuera el destino ignoto hacia el que parten. La obra transcurre casi toda ella en interiores, en perfecta fidelidad al origen teatral de la historia, pero cada vez que sale a la calle, la película se empapa de un realismo no muy distinto del neorrealismo italiano, aunque sin tantas emociones a flor de piel en juego. Richardson, un experto en trazar psicologías complejas y torturadas, halle en Richard Burton un excelente intérprete aunque tal vez algo sobreactuado y, al decir d algunos críticos, demasiado mayor para el papel, en lo que les doy la razón, porque la desorientación vital del personaje, su rebeldía juvenil, no casa con la madurez de Burton en ese momento de su vida, aunque su interpretación es excelente, como la de las dos mujeres que entran en su vida, Mary Ure, en aquel momento esposa del dramaturgo autor de la obra John Osborne y Claire Bloom, que tiempo después sería la esposa de Philip Roth, de quien se separó poco amistosamente, por cierto… El trío de actores ofrece una interpretación que sube enormemente el nivel de la película, porque el proceso de seducción del marido por parte de la aspirante a actriz cuando la mujer le cede el espacio con su huida es uno de los muchos puntos fuertes de la película. Richardson se mueve con elegancia en los limites impuestos por los interiores y consigue tomas de mucho mérito y muy descriptivas psicológicamente, porque el tira y afloja del matrimonio exige un tenso uso del plano contraplano no siempre con primeros planos, sino con planos generales con profundidad de campo para mostrar las reacciones de ambos en la lucha tortuosa que mantienen, en la que su compañero de profesión y confidente de su mujer juega un papel meramente episódico.

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