martes, 12 de marzo de 2019

«Al caer la noche», de Jacques Tourneur, la delicada transparencia del «noir».



Una lección narrativa de Jacques Tourneur con discreción de serie B y resultados de serie A: Al caer la noche o una variación afortunada del falso culpable. 

Título original: Nightfall
Año: 1956
Duración: 79 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jacques Tourneur
Guion: Stirling Silliphant (Novela: David Goodis)
Música: George Duning
Fotografía: Burnett Guffey (B&W)
Reparto: Aldo Ray,  Brian Keith,  Anne Bancroft,  Jocelyn Brando,  James Gregory, Frank Albertson,  Rudy Bond,  Arline Anderson,  Monty Ash,  María Belmar, Orlando Beltran,  Art Bucaro,  George Cisar,  Lillian Culver,  Bess Flowers.

A pesar de mis predilección por ciertos directores o actores y actrices, no tengo por costumbre perseguirlos para seguir sus trayectorias. Siempre he creído que una afición ha de dejar que obre el azar, que pueda uno ser sorprendido cuando menos se lo espera con un descubrimiento insospechado. Ese método, si es que puede ser llamado así sin pecar contra la propiedad del concepto, permite que vayan apareciendo en mis manos dvds o películas que se suman a una predilección previa, como es el caso de esta película negra de Jacques Tourneur, reputadísimo autor, entre otras maravillas,  de Retorno al pasado, rodada diez años antes. Es curiosa esta vuelta al cine negro de un autor que tiene en su haber semejante joya. La impresión que tiene el espectador es de que vuelve con una humildad impropio de su categoría, que plantea el rodaje de la película casi con expectativas de serie B, como si no quisiera embarcarse en una gran producción y solo quisiera ejercitarse en la narración de una historia discreta pero que acaba contando magníficamente a través del recurso al flash-back para instalar al espectador ante un caso de falsa culpabilidad, todo ello relacionado con un robo a un banco y la desgracia que tienen dos pescadores, un doctor y un diseñador, de tropezarse con ellos. Todo comienza, en efecto, al caer la noche, cuando dos extraños se encuentran, poco casualmente, junto a la entrada de un night club donde el protagonista, Aldo Ray se encontrará con una mujer «en aprietos», la siempre interesantísima Anne Bancroft, que trabaja como modelo. Desde el comienzo sabemos que el extraño es un investigador que sigue al protagonista, e intuimos que será el responsable de la agencia de seguros que habrá desembolsado el dinero que le han robado al banco. S trata de un personaje que va adquiriendo consistencia a medida que progresa la película y que intervendrá activamente en el desenlace. El encuentro entre la modelo y el diseñador, una suerte de extraño flechazo, tiene el aliciente de haber optado el director por un galán inusual, Aldo Ray, cuya principal característica es la voz «rasgada» que lo caracteriza de un modo total: una mezcla curiosa entre un cuerpo atlético, fornido, y una voz aterciopelada, capaz de una ternura muy eficaz en la relación con el sexo femenino. La aparición de los dos sicarios que robaron el banco y que lo persiguen, permite entrar en la acción propiamente dicha. Una vez que ha conseguido desembarazarse de ellos, regresa con la modelo, que le había dado su dirección escrita en un papel que, en la lucha contra los sicarios, acabará en poder de estos, y, por consiguiente, volverán a localizarlo. En esas idas y venidas, los flash-backs pertinentes nos informan de la historia del Doctor, de la insinuada relación adúltera del diseñador con su mujer y del asesinato a sangre fría del doctor por parte de los ladrones, quienes, al escaparse, se equivocan de maletín y se llevan el del Dr. dejando al falso culpable de la muerte del Dr. el maletín con el botín del banco, que él entierra en una cabaña, en la nieve, cerca de un lago helado, en las montañas. Los paisajes exteriores, extraordinarios, se suman, como si se tratara de esas salidas al exterior de Hitchcock, a una puesta en escena muy meritoria, que incluye hasta un desfile de modas planteado casi como la famosa subasta de Con la muerte en los talones, del maestro inglés. La huida del sospechoso y la modelo casi súbitamente enamorada, una Anne Bancroft en un papel discreto, pero muy eficaz -¡qué extraña belleza hipnótica la de esa mujer!-, se realiza en un largo viaje en autobús, no en la Greyhound, pero casi, porque se trata de esas líneas en las que a veces se viaja incluso durante días, a través de paisajes vastísimos por el que se recorta el inconfundible diseño de dichos autobuses, retratados a la perfección en America, la canción de Paul Simon. y en Midnight Cowboy, de Schlesinger, por supuesto, entre otras obras inspiradas en ese icono usamericano. Al llegar al destino es cuando el agente que lo sigue se identifica como quien es y se suma a la expedición en busca del maletín que le ha de ser entregado. Desde el comienzo, la figura del investigador, siguiendo la pista del protagonista e identificándose con él a través de un conocimiento muy íntimo de las costumbres del personaje, nos muestra una variante del voyeur que espía a otros como los espectadores espían las vidas de cuantos aparecen en la trama, un juego en abismo curioso y notable, para una película que diríase rodada sin ambición pero que acaba convertida en un film muy potente. No revelo nada del desenlace, porque sería una jugarreta, pero Tourneur explota al máximo el suspense en la mejor línea del maestro citado. Todo parece llevar por sus pasos contados a un final espectacular en la nieve, y los espectadores agradecemos el modo tenso y angustioso como se resuelve la narración. ¡Menudo sorpresón me llevé al verla! Insisto, Tourneur vuelve al género negro con mucha discreción, como no queriendo hacer ruido, pero le sale el talento por todos los poros y consigue una obra escueta, directa, sintética, efectiva e incluso hermosa.

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