domingo, 3 de marzo de 2019

«Bohemian Rhapsody», de Bryan Singer, la historia de Queen y Freddie Mercury.



Historia de un héroe pop  de barrio: Freddie Mercury o la soledad del diferente: Bohemian Rhapsody o la inseguridad ontológica del triunfador desclasado con vocación universal.

Título original: Bohemian Rhapsody
Año: 2018
Duración: 134 min.
País: Reino Unido
Dirección: Bryan Singer
Guion: Anthony McCarten (Historia: Anthony McCarten, Peter Morgan)
Música: John Ottman (Canciones: Queen)
Fotografía: Newton Thomas Sigel
Reparto: Rami Malek,  Joseph Mazzello,  Ben Hardy,  Gwilym Lee,  Lucy Boynton,  Aidan Gillen, Tom Hollander,  Mike Myers,  Allen Leech,  Aaron McCusker,  Jess Radomska, Max Bennett,  Michelle Duncan,  Ace Bhatti,  Charlotte Sharland, Ian Jareth Williamson,  Dickie Beau,  Jesús Gallo,  Jessie Vinning.

Del director de Sospechosos habituales, que no del de sus numerosas películas de superhéroes, accedo finalmente a ver Bohemian Rhapsody, un biopic sobre el grupo Queen y, especialmente, sobre su alma: Freddie Mercury, de quien se cuenta la vida desde que entra en contacto con un oscuro grupo de barrio Smiles, hasta que, ya diagnosticado de SIDA se reúne de nuevo con la banda para actuar, magistralmente, en el concierto Live Aid organizado por Bob Geldof para combatir la hambruna en África. A pesar de las recomendaciones insistentes de mis sospechosos cercanos, íntimos y familiares…la película, aun siendo muy entretenida, sobre todo para quien, como yo, no ha estado al tanto de los pormenores de la vida del grupo ni del propio Freddie Mercury, en modo alguno me ha parecido tan extraordinaria como las recomendaciones no dejaban de decirme. Sin ir más lejos, no sería corta la lista de películas que superan con creces este “reportaje dramatizado” de la vida de Queen y de su vocalista. The Doors, de Oliver Stone, con un apabullante Val Kilmer, por ejemplo, le moja algo más que la oreja a la presente; y no hablemos ya de Sid y Nancy, de Alex Cox, con un Gary Oldman at his best. O sea, que conviene tener la vara de medir bien ajustada, a la hora de lanzarse al homenaje entusiasta. Dicho todo lo cual,  Bohemian Rhapsody es una excelente película que agradará no solo a los seguidores musicales del grupo o el ídolo, sino a quienes aspiren a ver un retrato que indague en la psicología de un personaje tan controvertido como Freddie Mercury, cuya desorientación sexual y existencial puso en peligro en un momento dado la existencia el propio grupo Queen. Lo que a este crítico le ha gustado más ha sido la primera parte de la película, es decir, los orígenes de protagonista, sus años de joven empleado del aeropuerto con una explicable sed de triunfo y confianza inmensa en su propio valer, esa suerte de endiosamiento que se diría necesario para desarrollar unas potencialidades que uno percibe en su interior y a las que quiere dar salida expresiva del mejor modo posible, porque sabe que lo llevarán al “estrellato”. Su intensa y estrechísima relación con Mary Austin, a quien, a su muerte, acabó nombrando heredera de la mayoría de sus bienes, está trazada con respeto y aparente fidelidad. Esa “prehistoria” no fue tan corta como se ha sintetizado en la película, como cualquiera puede comprobar incluso en la Wikipedia, pero narrativamente está muy conseguida. Alcanzado el estrellato, a mitad de la película, comienza la fase “caprichosa” del ídolo, que coincide con el descubrimiento de su homosexualidad y el fracaso consiguiente de su relación con Mary, con quien convivió 7 años, los suficientes para sellar una amistad íntima indestructible a lo largo de la ajetreada vida del cantante. La actuación de Rami Malek, a pesar de haberse pasado el equipo de maquillaje en la caracterización dental del protagonista, es determinante para el éxito de la película, aun a pesar de ser de menor envergadura que Mercury, aunque, sinceramente, no creo que su meritorio papel sea mejor que el de  Viggo Mortensen en The Green Book, y quizás no hubiera estado de más un Oscar compartido. La mimetización de Malek, sobre todo en las actuaciones musicales, es extraordinaria, y mucho habrán tenido que ver en la obtención del Oscar, desde luego. A ese respecto, la recreación del concierto en Wembley es, sin duda, lo mejor de la película. Sorprende la perfecta recreación del mismo. Sería interesante, alguien se encargará de ello, de ofrecer en pantallas simultáneas el original y la reproducción… A pesar de que en la película se presenta a Mercury como una suerte de diamante en bruto, lo cierto es que era una persona con una educación esmerada, excelente músico, que diseñó una línea de ropa y que, antes de unirse a Smiles y convertirlo en Queen, cuyas letras y logo fue diseño del propio Mercury, por ejemplo, tuvo una breve carrera musical a la que no le acompaño el éxito. Hay, sin embargo, en esa suerte de apología del queerismo un lado muy macarra que tiene más de estropicio estético que de provocación, pero en eso allá cada cual con sus gustos, desde luego. La narración de la vida del grupo tiene momentos de indudable brillantez y la preside un sentido del humor, el propio y transgresor de Mercury que acaba definiendo la propia vida del grupo, del cual Mercury se convierte en líder carismático. Las relaciones con la industria, sin embargo, siempre conflictivas cuando se trata de sacar adelante proyectos que chocan con estructuras muy engrasadas, la extensión de Bohemian Rhapsody, seis minutos, por ejemplo, que echa para atrás al directivo  están un poco sobreactuadas, pues siete años antes los Beatles habían sacado al mercado un single con Hey Jude, que duraba siete, con unos coros finales interminables. Para un aficionado a la ópera es estimulante que se asocie a Mercury con dicho arte, fruto de lo cual es la creación de su álbum en solitario, sin el grupo, Barcelona con Montserrat Caballé, una de cuyas grabaciones suena de fondo en la película, mientras el artista habita, también una de las mejores secuencias, una mansión en la que este vive con una legión de gatos que parecen ser su única familia. Hay una veta narrativa en la película que aparece recurrentemente desde el comienzo, acaso la única: la conflictiva relación con su padre y su familia. Al fin y al cabo, Freddie Mercury renuncia, en cierto modo, a sus orígenes, para ir al encuentro de un destino global, universal, como artista no ligado a etnia ni fronteras ni lengua minoritaria alguna, en el caso de su familia el guyaratí. Esa tensión entre lo establecido, la tradición, y su desclasamiento a través de la estética y la sexualidad se narra en la película, pero ya se entiende que el metraje no podía contener un desarrollo explícito de conflictos cuyo desarrollo darían poco menos que para una trilogía. La película, rodada en clave de “tributo”, más que de indagación analítica, consigue plenamente los efectos que se deseaban, y la prueba es que mientras he estado escribiendo esta crónica me he acompañado de las grabaciones disponibles del grupo en YouTube. Y, en la sala, uno no se levanta hasta que la música deja de sonar, justo cuando han acabado los títulos de crédito y la pantalla vuelve a quedarse en blanco. 
P.S. Al ver esta película  he caído en que Don't stop me now es, totalmente, una canción que parece plagiada de Billy Joel... Y ahí lo dejo.

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