sábado, 16 de marzo de 2019

«Quién te cantará», de Carlos Vermut o una vuelta de tuerca helicoidal al «doppelgänger»…



Heredero de Almodóvar, pero con la unidad de acción, de ritmo y de atmósfera que nunca consigue del todo el manchego: Quién te cantará o la sofisticación visual de una intrincada historia narrada con maestría. 

Título original: Quién te cantará
Año: 2018
Duración: 125 min.
País: España
Dirección: Carlos Vermut
Guion: Carlos Vermut
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Eduard Grau
Reparto: Najwa Nimri,  Eva Llorach,  Carme Elías,  Natalia de Molina,  Julián Villagrán, Vicenta N'Dongo,  Inma Cuevas,  Ignacio Mateos,  Catalina Sopelana.

¡Son tan fugaces en nuestras pantallas los estrenos españoles que no hay manera, salvo que se sea crítico profesional, de acceder a su visionado en el cine antes de que extranjeras banalidades sin fin releguen al vídeo o Filmin películas tan poderosas visual y narrativamente como Quién te cantará, de Carlos Vermut. Hace tres años critiqué en este Ojo su Magical Girl, a mi parecer un meritorio ejercicio fallido, muy prometedor, sin embargo, y he de reconocer que hay un verdadero abismo entre aquella propuesta deslavazada y bien intencionada, con algunos momentos brillantes y otros francamente risibles, y esta película que nos ofrece una historia redonda, perfectamente acabada, con uno de esos finales que se recuerdan y del que Lumière me libre de decir ni lo más mínimo, porque con la elipsis que precede a esa elipsis última se cimenta un final espléndido y estremecedor, en una deriva del planteamiento psicológico casi hacia el relato gótico con su puntito de thriller. Ya digo en el título de la crítica que hay una ascendencia almodovariana inequívoca, no solo en la selección de los personajes, el enfoque esencialista (se da por sentada toda una historia de éxitos de una cantante enigmática con una ayudante no menos misteriosa, instaladas ambas en un espacio de diseño ultraexquisito en una ubicación privilegiada) y la mezcla de mundos opuestos: la gran cantante idolatrada y la camarera de karaoke que la admira porque, para ella, es “más grande que su propia vida minúscula y sujeta a una tensión psicológica capaz de destrozar la autoestima de la más pintada. De ese choque de seres complementarios nacerá una relación que servirá para ir accediendo a los compartimentos secretos de una relación y de dos vidas que se desarrollan ante nuestros ojos casi “en tiempo real”, porque a medida que una va descubriendo a la otra, el espectador descubre grandes secretos y observa hechos estremecedores. Hay, y eso forma parte de la herencia almodovariana, un tratamiento reverencial del star system que, sin duda, existe en la realidad, y que aquí, a diferencia de las películas del manchego, forma parte no de lo adjetivo, en la narración, sino de lo sustancial, porque, poco a poco, merced a la amnesia de la protagonista, se producirá un intercambia entre ambas mujeres, la admiradora y la admirada, que acabará entrando de lleno en el tema del doble y en el de la transferencia de personalidad. La gran diferencia con Almodóvar es que este lo fía todo a la carta del plano originalísimo o la secuencia magistral, mientras que Vermut es capaz de crear un continuo estético que potencia con rigor, sensibilidad y estilización la historia. Estamos ante una película intimista, psicológica, cimentada en la determinación de la protagonista de no hablar de lo que le ocurre y de refugiarse en un silencio del que solo saldrá cuando establezca una relación íntima con su imitadora que le permita franquearse: momento en el que el espectador descubre, al tiempo que su interlocutora, el verdadero drama de la protagonista, no muy diferente del que vive la propia admiradora, cuya hija padece brotes psicóticos y la amenaza constantemente para conseguir dinero y hacer la vida a su aire, sobre todo, contra la madre, principalmente a través del destrozo del mobiliario y la casa y de las autoagresiones físicas, entre las que se encuentra amenazar con quitarse la vida ante ella, segándose la garganta, si la madre, derrotada, no accede a los caprichos de su hija abusadora. Solo hay tres espacios en la película: la casa de diseño de la cantante, en un acantilado, desde donde algún plano cenital nos ofrece la playa y el mar en una toma espectacular, la casa de la madre y la hija y el club de karaoke donde la camarera se suele disfrazar con una peluca para parecerse más a la protagonista. Ahí es donde, por azar, la descubre la colaboradora de la cantante y le propone una suerte de contrato mefistofélico con cláusula de confidencialidad incluida que tan lesivo acabará siendo para ella, pero me abstengo de siquiera insinuar por qué, aunque la parte revelable es que ella, la camarera, desde el conocimiento casi exhaustivo de su ídola la ayudará a recordar quién era, cómo era y cómo cantaba: irá creándola, como en una rara versión de Pigmalión, hasta que cuando está a punto de debutar de nuevo, tras diez años de ausencia de los escenarios, la protagonista se niega a aparecer como quien no se siente ser: una suerte de fraude que se niega a revalidar. Cuando la colaboradora decide abandonarla a su suerte, quedará en manos de la admiradora, quien, fiel a su compromiso, contribuirá al rescate de la cantante, pero me niego, también, a decir cómo y en qué dirección se opera ese rescate. La película no hace de la intriga su valor fundamental, sino del progreso psicológico de compenetración, fusión e intercambio entre la admiradora y la admirada, pero acaba jugando un papel determinante en los últimos compases de la película que permiten explicarse cuanto a sucedido, de ahí que me niegue a revelarlos. Lo que puedo asegurarles a los espectadores futuros de esta película es que me agradecerán siempre que no haya cometido tal indiscreción, y lo que puedo asegurarles, eso sí que sí, es que Vermut no les va a decepcionar, sino a sobrecoger. Hay tal terrible belleza en el final de la película que bien puede ser considerado, desde ya, como uno de los grandes finales de la cinematografía española desde hace mucho, acaso con la excepción de Amantes, de Vicente Aranda, que tanto conmovió a Woody Allen cuando lo vio. La estética de la película tiene dos puntos de apoyo extraordinarios: la puesta en escena gótica en una casa exquisita,  habitada propiamente por una fantasma, y una selección de planos que buscan siempre una suerte de puesta en abismo de un juego de personalidades múltiples y enigmáticas que la banda sonora desasosegante de Alberto Iglesias -¡“el” compositor por excelencia de Almodóvar- potencia con unas resonancias terroríficas, como las de La piel que habito, también banda sonora suya. En la medida en que el tema de la película gira en torno al desgarro identitario de una cantante amnésica, la selección de sus canciones es afortunadísima y destaca, como ya pasara con el bolero de Tacones Lejanos, un bolero de Manuel Alejandro, Procuro olvidarte, que se convierte en uno de esos momentos mágicos y emocionalmente perdurables de la película. Y dejo para el final lo verdaderamente apoteósico de la película, la actuación estelar, incomparable, soberbia, magnífica, inolvidable y admirabilísima de Eva Llorach, un prodigio de contención, de naturalidad, de intensidad de sabiduría interpretativa. No hay gesto ni mirada ni dicción que no retrate hasta las entretelas el alma un personaje con una historia familiar desgarradora que solo quienes la han sufrido son capaces de aquilatar en lo que vale. Pienso ahora, por ejemplo en La herida, de Fernando Franco, que le valió también un Goya a su intérprete Marian Álvarez, como aquí le ha valido el de actriz revelación a Eva Llorach. Su trabajo, obviamente, no habría podido tener esa brillantez sin la réplica maravillosa de las otra tres actrices, Carme Elías, Najwa Nimri y una Natalia de Molina que borda su papel acosador, dimensionando el de Llorach, con quien tiene escenas que hubiera filmado Robert Aldrich… Un crítico ignora siempre qué ocurre en esa Academia que concede los Goyas, pero o se multiplican las estatuillas o, mejor que eso, el público ha de hacer lo que debe: no perderse una película tan magnífica como Quién te cantará, de Carlos Vermut.

2 comentarios:

  1. Falta en tu blog un buscador de entradas. Quería opinar sobre algunas anteriores como Roma o Bohemian Rhapsody y te tienes que ir hacia atrás lo que es muy incómodo dada tu velocidad de publicación en el blog. De esta película no sé nada. Solo tienes que añadir el gadget en la columna de la derecha en la plantilla de blogger. Saludos cordiales.

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    1. Jose, está a la izquierda, arriba del todo, un ventana de búsqueda de blogger para este blog.. Pones allí el título y te lleva en directa a la peli que buscas.

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