lunes, 22 de abril de 2019

«The One I Love», de Charlie McDowell, un debut magistral.



Las conflictivas relaciones de pareja vistas desde la ficción extrema: The One I Love o el debut espléndido del hijo de Malcom McDowell con dos brillantes actuaciones de Elisabeth Moss (Mad Men) y Mark Duplass (Tully).

Título original: The One I Love
Año: 2014
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Charlie McDowell
Guion: Justin Lader
Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans
Fotografía: Doug Emmett
Reparto: Mark Duplass,  Elisabeth Moss,  Ted Danson,  Marlee Matlin,  Kiana Cason, Kaitlyn Dodson.

No sé por qué, mientras veía esta película tan especial, inteligente y bien construida, me acordaba de otro debut cinematográfico como el de McDowell, Familia, de León de Aranoa, un peliculón magnifico que, a mi parecer, no ha sido valorado como se merece, por lo novedoso del guion y por un desarrollo perfecto, amén, como pasa en este caso, de unas interpretaciones que lo son prácticamente todo. La escogí en Filmin por la presencia en ella de Elisabeth Moss, uno de nuestros personajes favoritos, de mi Conjunta y mío, en una serie antológica: Mad Men. Era la primera vez que la íbamos a ver fuera de esa suerte de ecosistema cinematográfico que constituye una serie y en la que uno nunca sabe si el éxito de actores y actrices en ella depende de su aclimatación al mismo o de su propia capacidad interpretativa. Pues bien, el examen lo ha pasado con un sobresaliente, porque ambos actores, ella y Mark Duplass, con una versatilidad maravillosa, consiguen sacar adelante una película con una petición de principio que la mete de lleno en la ciencia-ficción, aunque se desarrolla como un melodrama realista con ciertos tintes de thriller psicológico. La situación es tan sencilla como imaginativa es su desarrollo. Una pareja con serios problemas de convivencia hace terapia conjunta para superar su distanciamiento y salvar, in extremis, su matrimonio. El terapeuta les propone unas breves vacaciones en una casa en el campo, una mansión con una casa anexa para invitados, que es donde, de hecho se desarrollará buena parte de la acción. Contrariando toda la lógica gobernada por las relaciones entre el tiempo y el espacio, ambos personajes, cuando entran solos en la casa de invitados, se encuentran cada uno con un «doble» de sí mismos a quien no esperaban encontrar allí, por haberlo abandonada pocos momentos antes en la otra casa. Superado el estupor, se inician dos relaciones entre cada uno de ellos con su doble que no tienen nada que ver con la anterior que mantenían entre ellos poco antes de llegar al «retiro» donde van a poner a prueba la solidez de su relación sentimental. Que ocurra lo que es de esperar, que el «nuevo» compañero y la «nueva» compañera tengan la habilidad de ofrecerles una imagen de sí mismos y una conducta que mejoran más que notablemente los defectos propios y ajenos que están a punto de echar a perder la relación, en modo alguno priva a la historia de una tensión narrativa que sigue el clásico patrón del in crescendo con una gradación que le permite al espectador salir de esa suerte de juego de dobles que ha dado penosas películas, Two much, de Trueba, por ejemplo, y clásicos como El prisionero de Zenda, de Richard Thorpe, amén de obras notables como Viva la libertà, de Roberto Andó, con un Toni Servillo fuera de serie. Las interpretaciones, que se ajustan perfectamente a la expresión de la incredulidad, sin ceder al disfrute de, pase lo que pase, y sean quienes sean las «apariciones», una nueva relación que se vuelve tan satisfactoria como lo contrario era la que lo llevó al retiro para tratar de enmendarla. En este tipo de guiones está claro que jugar con la credulidad o incredulidad de los espectadores tiene sus límites, y, de hecho, aquí debería de acabar yo esta crítica, en la medida en que, dar pasos hacia adelante podría desvelar momentos cruciales de la trama. Revelo, en todo caso, uno que me permita seguir escribiendo y allá cada cual con su lectura de la presente: si quiere detenerse aquí, ver la película y luego volver a la lectura o bien leer -ya aviso que no lo desvelaré todo, y menos aún el magnífico final- lo que sigue y, acto seguido, lanzarse a la carrera a verla, lo cual habrán de hacer en la plataforma Filmin, único lugar en España donde poder verla, porque no se ha estrenado en España, aunque hubiera merecido que así fuera. La superproducción cinematográfica, sin embargo, supera ya incluso a los más recalcitrantes aficionados con mayor tiempo libre…, y, en tantísimas ocasiones, como la presente, con obras muy dignas de ser vistas. Los dos actores jóvenes componen una pareja “en crisis” con la que no es difícil empatizar, porque se trata del viejo patrón del hastío, la falta de alicientes y el exceso de sobreentendimiento del otro, su previsibilidad más absoluta: en el fondo, una cuestión de «falta de imaginación» que  va a verse sometida a una dosis de justo lo contrario: una cadena de sorpresas mayúscula que pondrá a prueba los fundamentos de su unión, ¡aunque con una versión «mejorada» de ellos mismos!  Al principio tasan el tiempo que pueden pasar en la casa de invitados, en esa experiencia de la alteridad que, lejos de perturbarles, tanto les complace. Poco a poco, sin embargo, las estancias se alargan para poder disfrutar más de dichas situaciones, con el consiguiente enfado, sobre todo de él, porque hay una pequeña diferencia entre ambas relaciones. Cuando él  -que es pura racionalidad, frente a ella, que acepta lo que se encuentra con total adhesión al momento presente, al aquí y ahora gestáltico- comienza a desesperarse porque no halla una explicación lógica al asunto, viene el giro de guion inesperado: la pareja entra en la casa grande y se encuentra sentada a la otra pareja, es decir, «a los dobles perfectos de cada uno de ellos», sentados en el sofá, y dispuestos a poner fin a la comedia de los «equívocos» que han estado jugando con ellos. Sí, son ellos y son diferentes de ellos, aunque sean iguales, y ellos, «los otros», son también una pareja, aunque la llegada de los originales, distingámoslos así, está poniendo a prueba también su relación de pareja, porque, más allá del juego de los equívocos, la doble de la original no pierde de vista que su pareja se está «enamorando» de la original con quien se supone que se habían  de limitar a seguir un juego perfectamente planeado, y capaz de ayudarles, a los originales, a superar las carencias de su relación de pareja. Por ahí, pues, la película se complica y tenemos dos rivalidades, la masculina y la femenina actuando al mismo tiempo, y ambas se cruzan, en equis, después, en las relaciones de pareja. ¿Qué, promete o no promete la situación? A estas alturas, quienes hayan llegado hasta aquí estarán deseando una de estas dos posibilidades: o que se lo acabe de explicar todo con detalle, aunque la crítica se extienda inmisericordemente, o irse deprisa y corriendo a ver la película desde el comienzo. Recomiendo la segunda. De hecho, obligo a la segunda, porque ni tantico así saldrá de mi teclado que pueda arruinar ese desarrollo y el gran final que tiene. Lo que si ponderaré es el par de interpretaciones que consiguen Duplass y Moss, y la transparente dirección de McDowell, más atento a mantener los muchos climas que crea, la intriga, el conflicto psicológico, la sorpresa de los dobles, etc., que propiamente a lucirse con planos y secuencias de director novel. Se pone incondicionalmente al servicio de la trama y consigue una obra mayor con total ausencia de énfasis retórico, lo cual agradecerán los espectadores. Todo discurre dentro del campo fértil de la ficción extrema con unos conflictos arraigados en la psicología más realista, alrededor de los conflictos de pareja. Una película que augura futuras maravillas. Asu manera, y dada la afición de Cristopher Nolan a los problemas de identidad, bien podríamos decir que Charlie McDowell -hijo de un icono del cine como es el actor Malcolm McDowell- es algo así como el heredero generacional de Nolan. No se la pierdan, de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario