sábado, 24 de agosto de 2019

«Érase una vez… en Hollywood», de Quentin Tarantino: Una declaración de amor al cine.



Un guion asombroso para unas interpretaciones ajustadas al milímetro: Érase una vez… en Hollywood o los fotogramas que respiran cine a veinticuatro fabulosas imágenes por segundo…

Título original: Once Upon a Time in... Hollywood
Año: 2019
Duración: 165 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Quentin Tarantino
Guion: Quentin Tarantino
Música: Varios
Fotografía: Robert Richardson
Reparto: Leonardo DiCaprio,  Brad Pitt,  Margot Robbie,  Emile Hirsch,  Margaret Qualley, Al Pacino,  Kurt Russell,  Bruce Dern,  Timothy Olyphant,  Dakota Fanning, Damian Lewis,  Luke Perry,  Lorenza Izzo,  Michael Madsen,  Zoe Bell, Clifton Collins Jr.,  Scoot McNairy,  Damon Herriman,  Nicholas Hammond, Keith Jefferson,  Spencer Garrett,  Mike Moh,  Clu Gulager,  Martin Kove, James Remar,  Lena Dunham,  Austin Butler,  Leslie Bega,  Maya Hawke, Brenda Vaccaro,  Penelope Kapudija,  Rumer Willis,  Dreama Walker,  Madisen Beaty, Sydney Sweeney,  Costa Ronin,  Julia Butters.

Antes de querer saber nada y con la sola referencia crítico-lacónica de mi hijo: «ve a verla», entramos ayer mi Conjunta y yo en los Renoir Floridablanca para saber qué había hecho el enfant terrible de la ira y la violencia con su última película, cuyo título remeda el de su admirado y querido Sergio Leone: Érase una vez en América, aunque ahí se acaban los parecidos, si es que haylos, entre las dos películas. Como la historia versa sobre un actor en vías de fracasar definitivamente en su aspiración de devenir gran actor y salir del asfixiante mundo, en aquel entonces, de las series de televisión, Rick Dalton, soberbiamente interpretado por quien es, a mi juicio, el mejor actor que ha venido a sustituir a las grandes estrellas del Hollywood dorado: Leonardo Di Caprio, a quien acompaña su doble para las escenas de acción, the stunt man, un icónico y deliciosamente autoirónico Brad Pitt, quien forma con Di Caprio una magnífica pareja de perdedores que, de lejos, me recuerdan al detective «colgado» que interpretaba Joaquim Phoenix en Puro vicio, de Paul Thomas Anderson; por todo ello, decía, sabemos de buen comienzo que la película es metacinematográfica, un género que ha dado en la historia del cine películas tan  extraordinarias como Sunset Boulevard o Cautivos del mal. Un material muy sensible en manos de quien no solo es director, sino cinéfilo e incluso fetichista e iconófilo, como Tarantino lo es.
Escribir una historia sobre el cine es para él lo mismo que para otros escribir su autobiografía. Y eso se nota en la película, porque hay un amor incondicional no solo al hecho en sí de la tarea propiamente cinematográfica, los rodajes, sino a todo lo que se relaciona con él: desde el glamour de las estrellas hasta el vestuario, los coches, las fiestas, las casas, las salas de cine o la banda sonora de una generación que nos acompaña a lo largo de las casi tres horas de rodaje que apenas se notan, salvo, por poner un pero, en la «aventura italiana», en lo que parece una recreación de la aventura de Clint Eastwood, antes de regresar a Usamérica y convertirse en uno de los grandes directores de la cinematografía mundial.
La película nos ofrece dos historias paralelas que solo se encuentran al final: por un lado, la del actor Dalton y su doble, y, por otro, la vida de los vecinos de casa del actor en vías de fracasar, los Polanski: Roman y Sharon, aunque, salvo una fiesta hollywoodiense en la que aparecen ambos, Polanski desaparece a causa de un rodaje en Europa y seguimos, entonces, la vida de Sharon Tate, sobre quien se cierne la tragedia de su asesinato salvaje a cargo de una banda de iluminados, Charles Manson y sus mujeres abducidas que habitan en un rancho a las afueras de Los Angeles, donde el doble de acción del protagonista acabará llevando a un  miembro de la banda de Mason, momento en el que las dos historias comienzan a cruzarse.
La película está, pues, repleta de apariciones estelares que dejan un excelente sabor de boca, sobre todo la de Steve McQueen, interpretado con razonable parecido por Damian Lewis, protagonista de la primera temporada de la espectacular Homeland, de  Howard Gordon y Alex Gansa. Menos acertada es la caracterización del actor y director  Sam Wanamaker, que acaba pareciéndose más a Nicholas Ray que a sí mismo, aunque no descarto que haya sido una opción deliberadamente escogida por Tarantino. No hay que insistir en que, después de I, Tonya, Margot Robbie es una actriz como la copa de un pino y que su interpretación de Tate, más allá del parecido, alcanza momentos de cine tan excelente como el de lau visión de una de sus películas en un cine en el que, siendo aún una actriz secundaria, quiere entrar como si fuera una «consagrada». Aunque sin primer plano, Mama Cass, de The mamas & The Papas, también cumple a la perfección con esa ensoñación de estar contemplando a los famosos en su «salsa» relativamente privada. Por cierto, es curioso que la canción que suena en la banda sonora de este grupo no la interprete el grupo, sino un José Feliciano virtuoso hasta el éxtasis musical.
Como tengo mi opinión crítica bien formada y aprecio muy positivamente la gran película cinéfila que ha rodado Tarantino, con un guion magnífico, he entrado en FilmAffinity para ver cómo ha respirado la audiencia y, para mi sorpresa, me he encontrado con que las puntaciones oscilan entre el 3 y el 9 sin apenas puntuaciones intermedias. Es decir, estamos ante un «tostón» para los seguidores del Tarantino apologista de la violencia y ante una de sus mejores películas para los amantes del cine como arte. La crítica fundamental es la de que «no pasa nada», ¡como si la perspectiva del fracaso profesional y artístico del actor protagonista, que ha de enfrentarse a la decadencia, el olvido y quién sabe si la indigencia, no fuera una historia con un gancho total!  “No llores delante de los mejicanos”, le dice su doble de acción cuando el protagonista se ha percatado del magro futuro que su agente le ha puesto delante de los ojos antes de mandarlo a «hacer las Europas« del spaghetti western, de donde volverá para disolver la unión inseparable con quien se ha convertido en algo así como su otro yo, un amigo, un servidor, un jefe de mantenimiento y un hombro donde llorar su falta de futuro.
A ese respeto, y sin querer entrar en mucho detalle de cómo evoluciona la acción, quiero destacar dos escenas incomensurables y llenas de cine clásico por los cuatro costados del plano. La primera es el encuentro entre el deprimido artista sin futuro y la actriz infantil con la que va a compartir una escena en la serie en la que Dalton aparece como «artista invitado», colaboración que significa, como le explica su representante, el preludio del fin de sus apariciones en pantalla. Me refiero a la actriz infantil  Julia Butters, que roza literalmente el prodigio interpretativo. Desde la aparición de Kiernan Shipka, la Sally Draper de Mad Men, hacía tiempo que no me encontraba con una actuación infantil tan poderosa, con una mirada, un timbre de voz y una dicción que ya quisiera poseer muchas actrices adultas consagradas. La conversación sobre las lecturas respectivas que tienen el actor y la actriz, que acaba con ella consolándolo es de esas secuencias difíciles de olvidar. La segunda, también con ella, es la que comparten en la serie, Lancer, uno de cuyos episodios dirigió, en efecto, Sam Wanamaker, y en la que la niña le confiesa su admiración por la magnífica interpretación de «villano» llevada a cabo por el actor en crisis.
Se trata de una película de Tarantino, lo cual significa que la violencia y la tensión  forman parte consustancial de la trama. De hecho, la atención dedicada a la rama del guion que sigue los pasos de Sharon Tate, más la tenebrosa aparición de Charles Manson o las secuencias de auténtico film de terror que  interpreta el amigo del protagonista en el rancho donde vive la secta del diabólico Manson, actúan como una suerte de Mcguffin permanente a lo largo del metraje. No puedo adelantar el final, porque sería desleal con los hipotéticos lectores de estas críticas, pero hay una suerte de tensión «contenida» en toda la película que genera una ambigüedad moral muy propia también de las películas del director, y afecta, sobre todo, al doble del protagonista. Y si es una película de Tarantino, tampoco puede estar ausente el humor, aquí prodigado en abundantes dosis y escenas memorables como la graciosísima con Bruce Lee, estupendamente interpretado por Mike Moh.
Las citas, e incluso las autocitas, forman parte del guion como algo «natural» en quien, en el fondo, está hablando de sí mismo, de su pasión por un arte en el que ha dejado una huella inconfundible.A mí particularmente la película se me pasó en un suspiro  y en ello tiene mucho que ver el ritmo trepidante que van marcando las piezas de una banda sonora que recogen el espíritu de una época crepuscular, porque la banda de Manson es el fin del sueño de una utopía antisistema y el protagonista encarna, también, el final del sueño de alcanzar el estrellato total, a medio camino del cual se quedó, dramáticamente Sharon Tate, pero eso es otra historia que en esta solo actúa como una sórdida sombra premonitoria. Cine, cine, mas cine, por favor. Eso es Érase una vez… en Hollywood. Atención a la secuencia provocadora que le reserva Tarantino a los fieles que nos quedamos hasta el final de los títulos de crédito…, porque es de justicia reconocer la labor de cuantos forman parte de una industria que produce artefactos tan bellos.

2 comentarios:

  1. Una crítica bordada con la cual me identifico por completo. Una película prodigiosa.

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  2. Bueno, pues despues del "fiasco" de Wild Wild Country, me alegro de haber acertado. Django desencadenado me gustó mucho, pero en esta hay una "maneras" clásicas, casi ampulosas que me han llevado a recordar las grandes producciones de antaño cuando el cine era glamour de luz y sombras...

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