viernes, 6 de septiembre de 2019

«El hombre con rayos X en los ojos», de Roger Corman, una «institución» cinematográfica.



Roger Corman: Un fenómeno fílmico incomparable, un indie avant la lettre…, un vademécum de códigos y géneros, y, para muestra, una mirada Xtraordinaria

Título original: X: The Man with the X-Ray Eyes
Año: 1963
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Roger Corman
Guion: Robert Dillon, Ray Russell
Música: Les Baxter
Fotografía: Floyd Crosby
Reparto: Ray Milland, Diana Dervlis, Harold J. Stone, John Hoyt, Don Rickles, Vicki Lee, Lorie Summers, Dick Miller, Morris Ankrum, Kathryn Hart, Bert Stevens.

Comparto con Andrés Calamaro, y hoy me entero por la Wikipedia de que también con Ana Frank, la admiración por Ray Milland, un actor de “vieja escuela” que, a la postre, acaba siendo la más moderna. Calamaro creó, con otros, la Ray Milland Band e incluso le dedicaron dos canciones; Ana Frank tenía un poster de Milland en su refugio secreto de Amsterdam. No creo que sea esta su mejor interpretación, a pesar de que está literalmente «perfecto», y dudo de que haya alguna que destaque sobre otras, por más que Crimen perfecto de Hitchcock sea la que casi todos tienen en mente, aunque para mí sus obras cumbres son El espía, de Russel Rouse y El reloj asesino, de John Farrow. Corman, un animal cinematográfico incomparable, supo siempre intuir ciertos derroteros de la ficción que abrían caminos que otros seguirían después con mayor o menor fortuna, pero su índole de pionero en no pocos géneros, sobre todo en el terror y la ciencia-ficción, le granjean un lugar de excepción en la Historia del Cine, a la que ha hecho aportaciones tan singulares como la presente o la muy poco vista, The trip, «El viaje», sobre el consumo de dogas alucinógenas, interpretada por el recientemente fallecido Peter Fonda.
         La situación de partida de la película, el científico que lleva su experimento al límite, esto es, a acabar convirtiéndose en sujeto pasivo de la experimentación, aun a pesar del riesgo que ello conlleva, es un clásico del cine, pero también de la literatura, como la célebre  novela de Stevenson nos recuerda. El prólogo de la película, además, un experimento con un simio que acaba falleciendo tras la aplicación de las gotas que, supuestamente, van a permitirle mejorar la profundidad de su visión supone un anuncio inequívoco de lo que puede acabar pasando si el testarudo científico -a quien el hospital está a punto de retirarle los fondos para su proyecto de investigación- se sigue empecinando en convertirse en cobaya de sí mismo. La película de Corman podría definirse como una «sinfonía de géneros», y en cada uno de ellos ha de decirse que la adaptación de la puesta en escena a cada nuevo género es absolutamente decorosa y magnificente. No solo el color, sino los encuadres, la iluminación y la poderosa presencia de los actores en el plano, llenándolo todo con un despliegue de fisicidad extraordinario, nos hablan de una película vivida desde dentro del proceso del protagonista, cuyo cuerpo es motivo de curiosidad, de morbosa atracción e incluso de complicidad criminal cuando la supervisora de los proyectos de investigación, que acaba enamorándose de él, sigue a su lado incluso después de haber provocado la muerte accidentalmente de un compañero de profesión que solo quería ayudarlo, una escena estremecedora y, al tiempo, de una gran belleza plástica. Antes, sin embargo, los poderes de percepción de la droga ocular que ha desarrollado el científico le permiten detectar enfermedades como una suerte de ultraescaner de alta fidelidad, y, avanzado el desarrollo de los efetos de las gotas mágicas, Corman se permite la humorada de meter a tan hierático personaje en un party en el que acaba viendo desnudos a todos los participantes, incluida su enamorada, quien, en cuanto se percata de ello, se lo lleva púdicamente de allí, una suerte de derivada cómica de lo que todo apunta que acabará en tragedia, como ocurre con  la muerte accidental de su compañero.
         Como fugitivo de la Justicia que es, hay una elipsis entre la parte del hospital y su nueva aparición como vidente en una atracción de feria, un tramo de la película que se emparenta con Freaks, de Todd Browning, y con muchas otras que tienen la ferias como escenario, como la excelente de Woody Alen, La rueda de la Fortuna. El personaje para quien trabaja, que, nada más adivinar sus «poderes» lo quiere convertir en «healer», en «sanador», es absolutamente increíble, y no solo le da la réplica Milland en esa parte de la película, sino que la potencia como si estuviéramos en una obra maestra. Todo rezuma arte por los cuatro costados, al tiempo que nos muestra una faceta de la sociedad usamericana totalmente idiosincrásica.
         La nueva huida, ahora con la enamorada que por fin lo ha encontrado, lleva al protagonista, casi como desquite por el autodeterioro que está sufriendo, a usar su «poder» para enriquecerse y, de ese modo, poder seguir con sus investigaciones. ¿Objetivo? Ocean’s eleven… o ansí. Nos vamos acercando, con una huida en coche que nos acerca también a las road movies, a un final apoteósico que… Como estoy convencido de que incluso quienes la conozcan, no se acordarán de todos los detalles de la trama con un fidelidad exquisita, como a mí me pasó, me reservo desvelar un final excepcional, muy en la línea de Pozos de ambición,  de Paul Thomas Anderson, por ejemplo, por poner un ejemplo cercano de la influencia de Corman, o la tan magnífica como incomprendida serie Carnival, me abstengo de desvelarlo e invito a cuantos espectadores no la hayan visto a descubrir uno de los grandes relatos que alimentaron tantas adolescencias como la mía de adictos al género de terror y, sobre todo, al cine.
         A muchos espectadores es posible que les haga gracia la tosquedad de los efectos especiales, pero, dentro de lo que cabe, tienen un dignidad poética que ya quisieran muchos avances «por ordenador» que rompen no poco la magia de aquellos recursos entrañables como los de Ray Harryhausen que admiramos de jovencitos y aun de niños. De algún modo, esta película multigenérica de Corman es algo así como una demostración técnica del artesano que domina su oficio sin dejar resquicio a la duda. Y sí, estamos, ciertamente, ante una película de películas que nos sorprende por su originalidad, su factura técnica y por su cuestionamiento de los límites de la ética. Una joya.

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