lunes, 2 de septiembre de 2019

«The Square», de Ruben Östlund, la insoportable levedad de la corrección política.



Fabula corrosiva sobre los límites de la corrección política en un país rico y la deriva abstrusa del arte contemporáneo: The square o la caída del imperio romano.

Título original: The Square
Año: 2017
Duración: 142 min.
País: Suecia
Dirección: Ruben Östlund
Guion: Ruben Östlund
Fotografía: Fredrik Wenzel
Reparto: Claes Bang,  Elisabeth Moss,  Dominic West,  Terry Notary,  Christopher Læssø, Marina Schiptjenko,  Elijandro Edouard,  Daniel Hallberg,  Martin Sööder, Linda Anborg,  Emelie Beckius,  Peter Diaz,  Sarah Giercksky,  Jan Lindwall.

El impactante cartel anunciador de la película prometía lo suyo cuando la estrenaron y siempre lamenté haber dejado que se «cayera» de la cartelera sin haberla visto. Gracias a Filmin la recupero y creo que con éxito, porque, en la línea distópica de Lanthimos, pero sin alejarse excesivamente del umbral de la verosimilitud, y con un sentido del humor muy de su compatriota Roy Andersson, cuya Canciones desde el segundo piso me parece una joya que nadie debería perderse, The Square es algo así como un paso más allá de la radiografía social de unos tiempos tan desnortados como los que vivimos que el actor plasmó en Fuerza mayor, por más que aquí se centrara en una disección de la institución matrimonial a partir de un acto de cobardía por parte del marido que, a la vista de la avalancha de nieve que va a arrasar la terraza donde disfruta de sus vacaciones con la familia, decide ponerse a salvo en vez de intentar salvar a los suyos, que logran sobrevivir a la catástrofe. En The Square también nos ofrece otro retrato de un hombre aparentemente seguro pero en cuyo interior anida una inseguridad casi ontológica, un seductor *inseductible, y aquí la presencia de Elisabeth Moss tiene un dimensión extraordinaria en la película, inquietante como solo ella lo sabe transmitir ,y desasosegante, cuando su imagen se cruza, en el mismo espacio, con la del chimpancé con quien en apariencia lo comparte. Se trata de una deriva de la trama que sí que se adentra en los terrenos de distopías frecuentes últimamente en la pantalla, porque todo el interés de la «admiradora» del director del museo de arte contemporáneo estriba en conseguir quedarse con su semen, como si se tratase de un semental valioso o un macho alfa indispensable para experimentos científicos que simplemente se insinúan. A partir de una anécdota mínima, al Director le roban el móvil y lo dejan literalmente «desnudo», y el consiguiente intento de recuperación del mismo mediante un expeditivo método de acoso para forzar al ladrón a que lo devuelva, la trama se irá complicando con los contratiempos que tiene en el trabajo cuando una nueva instalación moderna, The Square, acaba siendo acusada, socialmente, de un delito de odio, a lo que se le une, también, una denuncia por incitación a la violencia de género, dado que la protagonista de la «instalación» es una niña rubia que muere por una explosión en el interior de ese «cuadrado» que, en teoría, quiere representar el viejo ágora ateniense, la plaza pública donde todos convivimos y donde arranca la película, cuando Christian, el protagonista -y el nombre no es casual…-, es el único que socorre a una mujer que está siendo asediada violentamente por otra persona, y en el transcurso de esa defensa es cuando cae en la cuenta de que le han robado el móvil y la cartera. La presencia de mendigos en esa misma plaza y en otros escenarios de la película es constante, e incluso, avanzada la trama, acabará rompiendo la barrera social que lo separa de ellos para pedirle a uno un favor que pretenderá comprar con la propina correspondiente. Toda la película, así pues, recae sobre los hombros de este personaje desorientado, políticamente correcto, educado, lleno de buenos sentimientos, creyente en la bondad natural del ser humano, etc., interpretado a las mil maravillas por quien ni siquiera da la impresión de estar haciéndolo, actuando, Claes Bang, ¡tal es el decoro y la naturalidad con que ha sabido meterse en un personaje tan complejo a fuerza de buenismo y corrección política!; un personaje cuya dimensión de gestor artístico se le presenta al espectador bajo el género de la sátira, porque The Square, es una divertida película sobre las hipocresías y el pensamiento débil de unas sociedades que recuerdan, en su aggiornamento, a los últimos tiempos de los patricios romanos antes de perderlo todo frente a las hordas bárbaras.
De hecho, la parte de la cena de patronos el museo, con el «salvaje» yendo de mesa en mesa, interpelando desde la animalidad la exquisitez protocolaria de los empingorotados asistentes e intentando, además, la violación de una de las invitadas,  cae de lleno en el mejor cine provocador de las últimas décadas, y allí se advierte, cuando el «peligro» se identifica como tal, cómo la reacción es idéntica a la provocación.
La sátira del arte moderno es otra de las líneas temáticas de la película, poderosamente expuesta en la labor del museo y en la presentación del proyecto The Square que hacen los dos iluminados artistas que convencen a los dirigentes del museo de la sofisticación intelectual y de la transgresión estética sutil que supone su obra, hasta que estalla la polémica y la responsabilidad última acaba cayendo sobre la cabeza del buenista que ha de asumir con su dimisión la ingenuidad de su criterio programador. Todas las escenas que transcurren en el museo, que no son pocas, están llenas, como no podía ser de otro modo, de una crítica encubierta a la deriva contemporánea que, a través del arte conceptual ha invadido los museos de auténticos horrores estéticos, venerados por una corte de «enterados» como el espíritu revolucionario de nuestro tiempo. La escena del cepillo móvil limpiando el espacio entre montones de arena de una «instalación», refleja bien a las claras aquello a lo que estoy haciendo referencia.
Buena parte de la película, con todo, se centra en la aventura del protagonista para recuperar su móvil y su cartera, lo que provoca un daño colateral en la figura de un joven inmigrante que se siente damnificado por la propaganda insidiosa acerca de su posible culpabilidad que el protagonista dejó en todas las casas del bloque donde logró detectar que estaba su móvil, gracias a la geolocalización. Las escenas de la persecución que sufre el protagonista, por parte del niño, que busca una «reparación» moral forma parte de esa tensión que ha habido en toda la película entre los dos mundos que n conviven en la película, el de la sociedad rica sueca y el de los mendigos inmigrantes que intentan sobrevivir como pueden.
Sí, en última instancia, la película construye una suerte de encrucijada para el personaje, enfrentado a una realidad de la que no es responsable pero que le afecta en su vida cotidiana, que va perceptiblemente degradándose a medida que avanza la trama, y cuyo final ya cae del lado del espectador, así como el juicio ético que le merece lo que ha visto. En cualquier caso, quede claro que se trata de una sátira, sí, pero que te congela la sonrisa con una facilidad increíble… En efecto, la influencia de Haneke no anda muy lejos…

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