domingo, 22 de diciembre de 2019

«El irlandés», de Martin Scorsese o la mafia geriátrica…



Una crónica deslumbrante, visualmente, del misterioso caso de Jimmy Hoffa que atenta contra el principio de verosimilitud por el amor a los «efectos digitales» en el cine. 
Título original:  The Irishman
Año: 2019
Duración: 209 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Martin Scorsese
Guion: Steven Zaillian (Libro: Charles Brandt)
Música: Robbie Robertson
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Stephen Graham, Harvey Keitel, Bobby Cannavale, Anna Paquin, Ray Romano, Kathrine Narducci, Jesse Plemons, Jack Huston, Domenick Lombardozzi, Jeremy Luke, Gary Basaraba, Steve Van Zandt, Welker White, Action Bronson, Chelsea Sheets, Kate Arrington, Sebastian Maniscalco, Stephanie Kurtzuba, Aleksa Palladino, Marin Ireland, Jake Hoffman, Paul Ben-Victor, Louis Cancelmi, Aly Mang, Jennifer Mudge, Patrick Gallo, Rebecca Faulkenberry, Larry Romano, Margaret Anne Florence, Barry Primus, Bo Dietl, J.C. MacKenzie, Thomas E. Sullivan.

Es significativo que de El irlandés se hable más a propósito de los efectos especiales de rejuvenecimiento digital de los actores que de la propia película, muy notable desde el punto de vista estrictamente visual, cinematográfico y de la realización, pero muy lastrada  por esos FX que incluso afectan al principio de verosimilitud, porque se ha de derrochar un esfuerzo de imaginación y de credibilidad demasiado generosos para dar por buenos los saltos en el tiempo que nos propone Scorsese con unos actores que se mueven, en el pasado y en el presente, con su edad actual: han rejuvenecido -es un decir…- los rostros, pero no les han devuelto la vitalidad de los años pasados, ¡hasta ahí podríamos llegar! En un documental de Netflix que sigue a la película, en el que hablan los tres actores principales y el director, este insiste, por ejemplo, en que había de recordarles a su trío de excelentes actores que tenían tal o cual edad en la escena que rodaban, para pedir de ellos unos movimientos corporales acordes con cada edad. Y eso sí que no se consigue en la película de ninguna de las maneras. No entro en la licitud fílmica de esas técnicas digitales, porque el cine es un trampantojo total y una mesa de trucos desde que nació, y está bien que así lo siga siendo. Recordemos, por ejemplo El curioso caso de Benjamin Button, para destacar las virtudes de esos experimentos, entre otras películas en las que los trucajes o las caracterizaciones son determinantes. Nadie puede olvidar el gran éxito de público que tuvo una película de serie B como F/X Efectos mortales, de Robert Mandel, con secuela incluida.
         El irlandés es una película en la que se recrea la solución a uno de los “misterios” de la vida usamericana: la desaparición de Jimmy Hoffa, el todopoderoso jefe del sindicato de camioneros, con abundantes relaciones mafiosas. La película lleva a la pantalla el libro He oído que pintas casas, de Charles Brandt, un título plasmado magistralmente por el director en una escena harto elocuente, además de ser lo primero que le dice Hoffa a Sheeran, «el irlandés», cuando se lo presenta Russell Bufalino, otro jefe mafioso que fue el mentor del irlandés desde que se conocieron, accidentalmente, en una gasolinera y el conductor comenzó a trabajar para él como hombre de confianza y «ejecutor», un puesto que, tras convencer a Hoffa de su lealtad y su «eficacia», desempeñaría para el sindicalista hasta el momento decisivo en que hubo de decidir entre ambas lealtades, la de Bufalino y la de Hoffa y escogió la primera, lo que lo llevó a asesinar a Hoffa, un secreto mantenido en silencio hasta su muerte, en una residencia de ancianos, a los 83 años. Con todo, aunque sea la base de la película, el FBI no ha dado el plácet definitivo a esa versión de la muerte de Hoffa, si bien cinco años después de su desaparición, fue declarado legalmente muerto.
         La película es larga y ha sido producida, entre otros, por Netflix, por lo que yo la he visto en la pantalla de la televisión, no en el cine -que un jubilado ha de mirar por su precaria economía…-, pero se ha extendido la idea de que «ha de verse» en la pantalla del cine, y probablemente sea cierto, porque esa «manera» de ver el cine es la «propia»: la «gran» pantalla, por más que desde el nivel doméstico tengamos ya pantallas que equivalen a las de algunas salas. Insisto, se puede ver en casa y detectar esa gran contradicción que hay entre la realidad y los efetos digitales, que tampoco consiguen un rejuvenecimiento como exige el guion, y quizás la solución de actores distintos para las edades distintas hubiera sido la mejor opción. Como espectador, he tenido la sensación de que estaba viendo algo así como una película crepuscular de la mafia geriátrica, un asunto entre gente muy mayor que aún tiene el gatillo fácil y las lealtades divididas.
         A pesar de ser una película sobre la mafia es relativamente intrascendente la «acción» de la película y sí muy destacable el planteamiento psicológico y social, a través de los numerosos códigos de honor de la mafia, en el que se narra la aparición, consolidación y ocaso de un sicario con la lealtad dividida entre un jefe mafioso y un mafioso sindicalista. A través de diálogos en los que se revela el modo de operar interno de esas estructuras de poder, el espectador progresa en el conocimiento de las vidas de los tres personajes, interpretados por Pacino, De Niro y Pesci, siendo este último el que se lleva el gato del agua de las interpretaciones, porque en todo momento, digitalizado o no, logra persuadir al espectador de la verosimilitud de su personaje, frente a una caracterización de los otros dos que distancia al espectador de semejantes «imposturas», ojos azules de De Niro incluidos, amén de la torpeza de movimientos en momentos clave de esa escasa acción criminal que aparece, y el exceso de histrionismo de Pacino, quien tiene más en mente sus actuaciones en El Padrino, que propiamente la interpretación de Hoffa, y, de hecho, no eclipsa en modo alguno la magistral interpretación del personaje que hizo Jack Nicholson en la película de De Vito, Hoffa, un pulso al poder.
         Las virtudes de la película son muchas, y suficientes todas ellas para ver la película con gusto e incluso con admiración, porque Scorsese «retrata» esos ambientes mafiosos como un experto pintor de Corte, como Velázquez, la familia Real. Hasta Harvey Keitel aparece con una «propiedad» que, por descontado, es absoluta en el caso de los «Tonys» italianos que son todos los mafiosos para Hoffa. ¡Menuda labor magnífica de casting! La película, tan llena de escenas intimistas, tiene una secuencia, la de la fiesta en honor de «el irlandés» que compite de tu a tu con algunas de las brillantes escenas de El Padrino. El juego de miradas cruzadas, de diálogos silenciosos y de conjuras al amparo de la celebración de la amistad constituyen un prodigio de realización y nos hablan de la maestría alcanzada por Scorsese, quien ha derrochado en la película unos saberes quintaesenciados tras tantas películas inolvidables como Casino o Uno de los nuestros, acaso una de las mejores películas de gánsteres de la historia. Luego está la magnífica puesta en escena, una virtud del cine usamericano que aquí, concretamente, me ha recordado a la de Green Book, de Peter Farrelly. Se trata de una producción cuidadísima en la que no falta ni un detalle de ambientación: vestuario, utillaje, maquillaje, escenarios, coches…, todo medido al milímetro para conseguir una recreación de época que convierte a la película en una seria candidata a muchas nominaciones. No sé, parece como si Scorsese, al apostar por las plataformas como Netflix para producir una película, haya querido reivindicar el viejo cine de estudio de alto presupuesto, aunque la suya haya costado menos de la mitad que Piratas del Caribe, por ejemplo.
         La estructura itinerante, con un viaje al hilo del cual se van rememorando los «viejos buenos tiempos» de ambos mafiosos, Bufalino y Sheeran, contándonos la historia cuyo final acabará enlazando con ese viaje, en el que la función decorativa de las esposas tiene un punto de humor muy particular, cumple a la perfección su papel de hilo conductor que le permite a Scorsese  ir desgranando un rosario de destinos personales que se nos anticipan con la incorporación de cada nuevo personaje, del que enseguida se nos indica, mediante el rótulo correspondiente, al estilo del cine mudo, ¡o de Godard!, cuál fue su final mientras participan en la historia de Hoffa.
         He de reconocer que la película peca de morosa, contagiada, sin duda, por la lentitud de movimientos de unos actores que lo fían todo a los planos cortos e incluso primeros planos para entrar en duelos interpretativos resueltos con poco más que cierta parquedad insulsa por De Niro y por no pocos tics sobreactuados por parte de Pacino. Pesci, sin embargo, siempre sabe encontrar el tono y el gesto adecuados, esté en el tiempo que esté. Finalmente, a título anecdótico, no deja de tener su gracia que el hotel de Miami donde recalan los personajes sea el mismo en el que actuaron Lewis y Dean Martin, y donde Lewis rodó una película fantástica, homenaje al cine mudo: El botones.
         Siendo una buena película, cuidadísima en todos sus detalles y con escenas incluso antológicas, como la del homenaje al «irlandés», sobre cuya trayectoria en el sindicato apenas refleja nada la película, lo que convierte el homenaje en algo así como una escena de difícil explicación narrativa, pero muy efectiva desde el punto de vista de las conjuras y las rivalidades entre «clanes», planea sobre ella un cierto déjà vu , por un lado y una suerte de modorra contemplativa por el exceso de situaciones reiteradas que poco o nada aportan a la trama central. Estando basada la película, como lo está, en la biografía de Sheeran, bien puede decirse que de él es de quien menos se sabe, a pesar de sus antecedentes como conductor que en modo alguno, ni con lifting digital, representa los treinta años escasos que se le suponen tras la Segunda Guerra Mundial.
        

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