jueves, 26 de diciembre de 2019

«The Laundromat: Dinero sucio», de Steven Soderbergh o la mirada brechtiana.



Una visión mordaz de los paraísos fiscales o la película que Pedro Almodóvar no hubiera hecho nunca…

Título original: The Laundromat
Año: 2019
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Steven Soderbergh
Guion: Scott Z. Burns (Libro: Jake Bernstein)
Fotografía: Steven Soderbergh
Reparto: Meryl Streep, Gary Oldman, Antonio Banderas, David Schwimmer, Alex Pettyfer, Will Forte, James Cromwell, Matthias Schoenaerts, Nonso Anozie, Melissa Rauch, Robert Patrick, Jeffrey Wright, Amy Pemberton, Chris Parnell.

Basándose en los muy famosos «papeles de Panamá», Soderbergh ha dirigido una fábula brechtiana sobre el modus operandi de algunos capitalistas para sustraerse a la obligación de pagar impuestos y para blanquear dinero sucio, así como para estafar a través de sociedades interpuestas que se ceden bienes que, en ese largo proceso de apropiación y reapropiación, acaba desapareciendo en transacciones de casi imposible rastreo judicial. Estamos, pues, ante un laberinto legal que necesita de sociedades administradoras que suministran testaferros para hacer irreconocible el origen de los dineros que se meten en las empresas pantalla en las que se lavan, ¡y aun centrifugan!, los dineros que se quieren evadir del fisco de cada país de origen donde han sido «ganados» o «robados» dichos dineros.
Soderbergh ha escogido como voces narradoras de cuanto ocurre a dos financieros que pasaron por prisión a cuenta de estas administraciones demasiado interesadas del dinero ajeno: Mossack y Fonseca, un alemán y un panameño con altísima preparación universitaria y una enorme facilidad para ponerse al servicio de los más oscuros intereses financieros. Gary Oldman y Antonio Banderas son los encargados de ejercer en la película como anfitriones burlones que, desde la indiferencia máxima hacia los pobres mortales, de los que se han aprovechado inmisericordemente, nos van relatando en clave irónica y mordaz cómo funciona ese oscuro y enmarañado mundo de intereses que buscan la total evasión de impuestos y el máximo rendimiento del capital «disfrazado» en esas compañías offshore, caiga quien caiga por el camino, porque, de forma paralela, la película toma como vehículo narrativo un caso individual, el de la protagonista, Meryl Streep, que pierde a su marido en el hundimiento de un bote de recreo y se encuentra con que la compañía de seguros que tenía que hacer frente a las reclamaciones de los damnificados ha sido absorbida, reabsorbida y vuelta a reabsorber en una cadena de ventas de sociedades y vaciamiento patrimonial que deja a la desconsolada viuda, algo más allá de la indignación. La situación de los pequeños empresarios del bote y de un restaurante, que  habían «escogido» ahorrar algo en ese seguro, se presenta de una manera descarnada y desoladora en conversaciones tremendas que desnudan el mundo real de los fraudes que, como pasó aquí en España con las famosas preferentes, revisten toda la apariencia de legalidad y normalidad.
A partir de la indignación cívica de la protagonista, esta inicia un largo camino de pesquisas para tratar de dar con el presidente de la aseguradora que se quedó con la aseguradora cuyo último recibo, justo antes del accidente, había caducado, y que resulta ser un testaferro que mantiene una doble vida, con dos familias, y que acaba siendo detenido, frente a ella, la protagonista, en el aeropuerto, después de haberle dado esquinazo tras descubrir el domicilio que aparecía como domicilio fiscal, la casa del testaferro.
Complementan  la historia un par de narraciones paralelas que «desnudan», desde la óptica de los negocios sucios, el método de blanqueo de dinero y diversas estafas que se alimentó desde el bufete Mossack y Fonseca, quienes en modo alguno asumieron más responsabilidad que la de servir de intermediaros a sus clientes. La película se centra en ellos y en sus aventuras personales, narradas con esa perspectiva brechtiana que rompe «la cuarta pared» del imaginario teatro donde tiene lugar la representación, llena, por cierto, de hallazgos visuales que  culminarán en un desenlace archicrítico que me guardo muy mucho de arruinarle a los futuros espectadores y que es una de las mejores secuencias rodadas por Meryl Streep, quien ya tiene un nutrido número de ellas en su haber.
La introducción didáctica de la película con dos encantadores truhanes, Gary Oldman, Mossack, y Antonio Banderas, Fonseca, explicándoles a los teleespectadores los intríngulis del funcionamiento del sistema capitalista es un inicio brillantísimo y con dos actores en estado de gracia. ¡Con lo poco que me ha gustado siempre a mí Banderas -cuya cima del ridículo quizás sea aquella infame película de Fernando Trueba, Two much- y lo bien que está el condenado en esta, porque está claro que la proximidad de Oldman ha estimulado que aflore lo mejor de él! Los dos sirven de guía de la historia, comentando con una ironía demoledora las «facilidades» que les ha dado el sistema para poder construir sobre la base de los «mansos», esos a los que les fue prometido que verán a dios, un imperio de corrupción con pingües beneficios.
La película es divertidísima, aun a pesar de los dramas que lleva incorporada, porque está claro que la felicidad de unos dependen en buena manera de las desgracias de otros, por lo que atañe al mundo de la economía especulativa, por supuesto. Y esa es, conviene recordarlo, la será crítica de la película, la distancia sideral que hay entre la economía productiva y la especulativa, aunque no entra en otros pormenores que en los de la construcción de un imperio de evasores fiscales y de estafadores. No es una película tan realista como El capital, de Costa-Gavras, también una película que merece ser vista, porque, con la misma técnica de distanciamiento que vemos en esta, con esos simpáticos truhanes haciéndonos de cicerones del imperio especulativo que «gobierna el mundo»,  el protagonista nos ofrece una visión del «mundo por de dentro» del capitalismo y su impiedad fundamental -a pesar de su origen calvinista- que merece ser vista.

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