sábado, 29 de febrero de 2020

«Flint, agente secreto», de Daniel Mann. Una parodia usamericana de Bond de sorprendente actualidad.


Excelente traducción, vía remedo paródico, del inefable 007 con una actualidad que llamará la atención de cualquier espectador. Divertida hasta el final.

Título original:  Our Man Flint
Año: 1966
Duración: 108 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Daniel Mann
Guion: Hal Fimberg, Ben Starr (Argumento: Hal Fimberg)
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Daniel L. Fapp
Reparto: James Coburn, Lee J. Cobb, Gila Golan, Edward Mulhare, Sigrid Valdis, Rhys Williams, Joe Gray, Bill White Jr..

De nuevo sobre el tapiz rodante, me encuentro con una película dirigida por Daniel Mann, interesante director de La rosa tatuada, La mujer marcada o la impresionante La revolución de las ratas, que me dejó clavadito en la butaca cuando la vi, bien jovencito, en un cine de La Gran Vía madrileña. Flint, agente secreto, es, desde su propio cartel anunciador, una inequívoca parodia de las películas del agente 007, una serie inaugurada en 1962 con Dr.No. Como es de esperar, una parodia implica necesariamente una visión crítica de las aventuras de 007, pero, al mismo tiempo, una copia quintaesenciada de sus planteamientos, decorados, vestuario, tics de interpretación, diálogos, etc., todo lo cual se nos ofrece en Flint con abundante generosidad. La presencia de James Coburn, de excelente planta bondesca, es ya una garantía de éxito para sintonizar con una actuación que nos depara sorpresa tras sorpresa con la elegancia propia del mismísimo Bond y con un repertorio de adminículos que harán las delicias de los aficionados a la serie, a buen seguro quienes más disfrutarán con esta parodia, porque solo los «especialistas» en la serie captarán todos los mensajes cifrados que la parodia le hace llegar al espectador. No soy muy amigo de la serie, ni tengo esa fiebre «bondiana» por una serie que me deja bastante frío, aunque reconozco habérmelo pasado bien con algunas de ellas, sobre todo cuando Sean Connery era el encargado de darle vida. Los demás siempre me han parecido pálidos reflejos de su interpretación, y Craig algo así como el antibond… ¿Cuál es la particularidad que hace de esta película un film actualísimo e invita a verla sin demora? Pues como se anuncia inmediatamente después de los títulos de crédito -en ellos se inicia la parodia, atentos…- no le chafo nada a quien esté dispuesto a divertirse moderadamente con esa película delirante si le digo que es el cambio climático el arma de que se valen «los malos» para desafiar a las naciones con la amenaza de sepultarlas en el caos e incluso en la desaparición, si no se rinden a sus exigencias, que incluye, entre otras cosas llamativas, la destrucción de todos los arsenales nucleares, porque el trío de científicos que ha logrado el dominio del cambio climático como suprema arma busca, a través de esa amenaza, la creación de una sociedad mejor, propiamente una sociedad del ocio pero gobernada por ellos. Si Coburn da el tipazo para encarnar a Flint, el agente secreto deseado por todas las naciones para librarlos de la amenaza de esos científicos locos, Lee J.Cobb le da magníficamente la réplica como superior jerárquico que actúa con «línea directa» con el Presidente de Usamérica.  Una vez que el agente acepta el encargo, aunque se muestra reticente a hacerlo, porque su «jefe» quiere manejarlo a su antojo y no dejarle el espacio de libertad que él necesita para resolver los encargos, Flint desplegará ante nuestros ojos divertidos una panoplia de recursos que nos mantendrán la sonrisa a lo largo de la película. No faltará ninguno de los ingredientes de las películas de Bond, como tampoco una incursión en referentes clásicos como Un mundo feliz, a juzgar por la sociedad hedonista que han creado en la isla que sirve de refugio y centro de operaciones científicas para quienes articulan el cambio climático cuyas señales en la película coinciden -¡fue rodada en 1966!- con todo lo que estamos viendo como desastres “naturales” en este siglo XXI, producto de ese cambio climático que en la película responde a una manipulación humana directa. Siquiera sea por esta coincidencia curiosa, yo acabé enganchado a la película a lo largo de su metraje, y me lo pasé la mar de bien, no solo porque, incluso cojitranco, corría por debajo de los 6’30”, sino, principalmente, porque la película, a diferencia de la parodia ideada por Woody Allen, Casino Royale, rodada en 1967, después de la presente,  Flint, agente secreto, tiene un trama clásica que no se desvía hacia disparates absurdos -más allá de los muchos que contiene la propia trama de la película, perfectamente desarrollada, eso sí-, sino que se ciñe a la curiosa aventura humanista de los científicos que se valen de su ciencia para crear un control del «saco de los vientos» que les permita establecer su civilización del ocio con las mujeres como «unidades de placer» de los hombres, por supuesto. En tanto que parodia, hay una potente dosis de ambigüedad respecto del machismo propio de la serie de Bond, porque el protagonista combina ambas facetas, la misoginia y la ginofilia casi a partes iguales. En fin, tampoco es una película que se haya de tomar en serio más allá de sus estrictos valores paródicos, que son los que le dan sentido y permiten la diversión de los espectadores. Ahí la tienen, una de esas curiosidades que se relacionan directamente con nuestro presente, a más de medio siglo de distancia. Ni siquiera me paro a revelar el rosario de detalles que alegrarán el visionado de cada cual, pero no es de los más flojos el detallito de un águila entrenada para detectar usamericanos y atacarles… en la isla de los científicos locos.

domingo, 23 de febrero de 2020

«Extraña ilusión», de Edgar G. Ulmer, un thriller onírico.



La mejor serie B de un director A: Extraña ilusión o entre la premonición de Hamlet y los recursos de Tintín…

Título original:  Strange Illusion
Año: 1945
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Edgar G. Ulmer
Guion: Adele Comandini (Historia: Fritz Rotter)
Música: Leo Erdody
Fotografía: Philip Tannura, Benjamin H. Kline, Eugen Schüfftan
Reparto: Jimmy Lydon, Warren William, Sally Eilers, Regis Toomey, Charles Arnt, George Reed, Jayne Hazard.

Arrancar una película con un sueño premonitorio, como ocurre en Extraña ilusión, da fe de la vigencia que tuvo el psicoanálisis en la sociedad usamericana y de cómo dichas teorías influyeron lo suyo en no pocas películas, algunas tan extraordinarias como Recuerda, de don  Alfredo, en colaboración con un surrealista como Dalí, quienes aparecieron en el mundo del arte como verdaderos abanderados de la revolución freudiana, devolviéndoles a los sueños el papel cardinal que han tenido siempre, Nabucodonosor…, en la Historia de la Humanidad.
Edgar G. Ulmer es autor de Detour, (El desvío), una auténtica joya rodada en una semana y con un presupuesto raquítico, 20.000$, lo que obligó a usar el coche del propio director, entre otros ahorros. Ann Savage, la soez femme fatale de la película marca un ante y un después en ese tipo de personajes, desde luego, y su sola actuación merece un visionado urgente de la película, que no defraudará a nadie aficionado al thriller psicológico. Para Extraña Ilusión se advierte el uso de un presupuesto algo mayor, pero tampoco tanto que permita «exhibiciones» de serie A. Ulmer plantea una trama basada en el Hamlet de Shakespeare que aquí tiene un protagonista, a mi entender, más cerca de Tintín, que del príncipe danés.
El protagonista, hijo de un juez muerto en un accidente, tiene intensas pesadillas que adquieren un sesgo premonitorio cuando, al volver a casa, descubre que su madre ha iniciado una relación con un hombre por quien el joven siente una instintiva aversión, la cual se intensifica cuando ve que le ha regalado un brazalete idéntico al que él ha visto en sus pesadillas. Lo cierto es que la película presenta un serio problema de casting, al elegir a un auténtico «villano» como Warren William, el primer Perry Mason, por cierto…, que parece llevar escrito en el rostro su condición. Tan es así, que la película no tarda en mostrárnoslo a las órdenes de un psiquiatra que quiere vengarse no solo del juez, sino de toda la familia, para lo cual escoge a un heredípeta reconocido a quien le exige que consume cuanto antes la boda con la viuda.
Tras un desvanecimiento del joven protagonista, al oír en labios de la nueva pareja de su madre las palabras que él ha oído en sus reiteradas pesadillas, el joven consigue convencer a su tío, médico de la familia, que esa boda inminente es el presagio de un mal cierto para todos. Como el psiquiatra, a quien el novio introduce en la familia, insiste en llevar al joven a su clínica para tratar de descubrir el origen de su frágil condición psíquica, este, de acuerdo con su tío, decide internarse, como «invitado», no como «paciente», de modo que pueda seguir investigando para ver si es capaz de descubrir algo de valor para desenmascarar al pretendiente de su madre.
La película, así pues, más allá del eco chespiriano, se va convirtiendo, poco a poco, en una película detectivesca en la que la sólida interpretación juvenil y desenfadada del hijo nos recuerda, como dije a principio, al intrépido Tintín, sin Milú. Verlo evolucionar por el recinto «blindado» del sanatorio, descubriendo implicaciones reveladoras, que no tarda en poner en conocimiento de su tío, quien, a su vez, se pone en contacto con el Fiscal para investigar tanto al heredípeta como al inesperado psiquiatra que ha aparecido en la trama, es recordar inmediatamente al joven detective de Hergé, atento a cualquier detalle que le permita llegar a conclusiones válidas. A ese respecto, es curioso el modo como descubre enseguida que el espejo de la habitación es un falso espejo que permite la visión desde una habitación contigua, gracias a la estrategia de colgar la chaqueta en él, impidiéndole al psiquiatra el seguimiento de sus pasos.
He de reconocer, sí, que, salvo algunos momentos en que la maldad pura insinúa la inminencia de su malvada aparición para acabar con los dos hermanos, la película discurre dentro de una lógica investigadora que va poco a poco atando cabos para llegar a las conclusiones que se le ofrecieron claramente al espectador a mitad de la película, tras la cruda entrevista de los dos delincuentes. El principal aliciente, así pues, es cómo el método de investigación va produciendo las evidencias que permitirán estrechar el cerco sobre los malvados. Mientras, a lo largo del metraje, no han sido pocas las escenas en las que, como la de la mirada lasciva del pretendiente a la hija en la piscina, han servido para ir construyendo el fondo oscuro del personaje ante, eso también hay que reconocerlo, la excesiva ingenuidad de la madre, que se deja arrastrar por la admiración de quien solo para ella es algo así como un perfecto caballero.
La película fluye con perfecta naturalidad y bien puede decirse que no hay escena que no esté al servicio de la trama. Ulmer rueda con elegancia la vida de una familia de clase alta y, aunque rodada básicamente en interiores, la inevitable persecución automovilística añade un dinamismo a la resolución de la trama que permite mantener la tensión hasta el último momento. Como no puede ser de otra manera, toda la película sirve para que, en el desenlace, un nuevo sueño inducido por el golpe que sufre el hijo, se resuelva la pesadilla en un sueño «dulce» y reparador.
Insisto, no es la octava maravilla del mundo, pero Edgar G. Ulmer es un cineasta con una expresión propia que se consolidó en colaboraciones en Alemania con Lang y Murnau, entre otros. La mala suerte de hacerle la corte a la mujer de un productor famoso acabó marginándolo del gran circuito de la serie A, pero desde la B filmó obras que, como Detour o Ruthless (Traición) le han granjeado un lugar de honor en la lista de directores imprescindibles.

lunes, 17 de febrero de 2020

«Obsesión», de Edward Dmytryk, o la explosiva mezcla de los celos y la inteligencia.



Una visión muy particular sobre la teoría del crimen perfecto: Obsesión o la vanidosa ebriedad de la superioridad mental.

Título original: Obsession (The Hidden Room)
Año: 1949
Duración: 96 min.
País: Reino Unido
Dirección: Edward Dmytryk
Guion: Alec Coppel (Novela: Alec Coppel)
Música: Nino Rota
Fotografía: C.M. Pennington-Richards (B&W)
Reparto: Robert Newton, Phil Brown, Sally Gray, Naunton Wayne, Olga Lindo, Betty Cooper, James Harcourt, Michael Balfour, Ronald Adam, Roddy Hughes, Allan Jeayes, Russell Waters, Lyonel Watts, Sam Kydd, Stanley Baker.

         Cuando Edward Dmytryk huyó a Inglaterra durante la caza de brujas, después de haber delatado a antiguos compañeros comunistas, poniendo tierra de por medio con una situación tan difícil para tanta gente, rodó en Inglaterra una película cuya existencia desconocía hasta que la descubrí en esas exploraciones que suelo hacer en la cinta de correr en el gimnasio, y he de reconocer que me causó una impresión estupenda, no solo porque es un tipo de cine que mezcla el thriller con el análisis de las pasiones, sino porque, más allá de pretender ser uno de esos ejemplos de película de «crimen perfecto», como las hay de «atracos perfectos» o de «evasiones carcelarias perfectas», hay un planteamiento perverso que está además tratado con un humor muy británico y sutil que gustará a cuantos la vean.
Hay una conexión sutil entre la presente película y El coleccionista, de William Wyler, y también, en cierta manera, con Crimen perfecto, de Hitchcock,   pero eso es mejor que lo descubra el espectador por sí mismo, pues podrá recordar algunas otras que cubren ese espectro de películas entre las que incluso tendría cabida An Inspector Calls, de Guy Hamilton.
La película arranca en un típico club británico solo para hombres en el que varios contertulios disertan con esa facilidad de dichos miembros para la charla ociosa. Cuando otro miembro del club se va, uno de los contertulios vigila estrechamente que quien se prepara para irse no se confunda de abrigo a la hora de escogerlo, lo cual nos sobresalta, más aún cuando nada sucede y ese mismo contertulio toma la decisión de retirarse y la cámara enfoca mediante un zoom calculado el ignoto contenido del bolsillo del abrigo que, ahora sí, escogerá su dueño para marcharse. Planteada ya la intriga tan sabiamente, el resto de la película va a discurrir, sin embargo, con cierta placidez, por lo que a los sustos imprevistos se refiere, aunque con un crescendo muy medido, tanto que nos lleva hasta el final de una manera tan enlazada y casi sin sobresaltos que incluso nos parece que no es tan terrible la situación angustiosa que vive el personaje del amante.
Ah, salió la palabra que define la patología del protagonista: los celos de su hermosísima mujer, con quien, se ignora por qué -¡acaso la terrible frialdad británica tópica!-, no ha sabido construir un matrimonio que no implique, primero el distanciamiento de los cónyuges y, después, una cierta vida licenciosa de la esposa que, por lo que se insinúa en el guion, tampoco se diría que constituye una suerte de rosario de adulterios a espaldas del marido.
Decidido, pues, a establecer la verdadera jerarquía en el hogar, el macho inteligente que domina desde una posición de poder la situación de su esposa, decide torturarla de una manera refinada, mediante la desaparición de su amante, ¡un joven usamericano, para más INRI!, de la que dan noticia los diarios a los pocos días.
Secuestrado por el doctor en un edificio destruido sin duda por la guerra y abandonado, el joven está atado con una cadena con un radio de acción perfectamente delimitado por una raya blanca que marca el límite hasta el que el doctor -sí, hablamos de un doctor maléfico, ¡otro más!, que planea una desaparición ¡científica! del amante para no dejar rastro de su existencia- puede acercarse para dejarle el alimento y la bebida que lo mantienen con vida. La relación entre captor y cautivo es uno de los dos ejes básicos de la película. El otro es, y quizás me adelanto algo, la relación entre el detective de Scotland Yard y el protagonista, una auténtica delicia para los enamorados de la sutileza inglesa en el floreo verbal.
¿Por qué aparece el inspector? Pues porque el perro de la familia se escapa del lazo de la correa de la mujer y acaba llegando, por el olor del marido, hasta el escondite donde tiene secuestrado al amante. Y ahí mantienen ambos la primera lucha: por la posesión del perro, que acaba siéndolo del cautivo, para desazón del doctor, quien no ve más remedio que sacrificar al perro en aras de su plan, para culminarlo con éxito y garantizarle a su mujer la supremacía del intelecto -que ella no parece saber apreciar- frente a la belleza, la de su mujer, arma tan seductora.
La aparición de Scotland Yard le da todo un giro a la trama y, a partir de entonces, el doctor ve esa intrusión como un nuevo reto que se añade al ya trazado de antemano: vengarse de su mujer con la desaparición del amante. Poco a poco, el doctor cae en una espiral de autosuficiencia que lo lleva a no calcular adecuadamente ni los riesgos ni los pasos en falso que pueda dar.
Es obvio que no puedo desentrañar nada de la trama, porque sería aguársela a los futuros espectadores que espero y deseo que tenga esta estupenda película, en la que, tal vez, se echa mucho de menos la figura de Dirk Bogarde como protagonista, y no porque Robert Newton no dé el papel con un rigor y un desempeño estupendos, sino porque durante toda la película no dejé de verlo a él para ese papel. Manías de crítico, imagino. En todo caso, el reparto está hiperajustado a cada personaje y el tono general es espléndido. Como se trata, además, de una obra con muy pocos personajes, todos ellos saben crear el suyo de tal manera que la acción se beneficia enormemente de esa compenetración entre todos ellos.
Decía que no quería cometer ningún desliz a la hora de no revelar la trama, pero no me resisto, por parte del inspector a reseñar el modo como es capaz de inferir que el secuestrado usamericano aún está vivo, de momento: porque, paseando por el parque oye a tres marineros usamericanos hablando entre ellos y percibe que uno a otro lo llama pal, «colega, camarada» en inglés, un uso que le extrañó en el vocabulario del británico doctor, razón por la cual solo podría habérsele pegado de un trato continuado con el amante de la esposa.
Sí, sí, ahí lo dejo, ¡faltaba más! Hay un buen número de escenas que hará disfrutar a los amantes del cine de detectives, y esta es una película que, en ese aspecto, no les va a defraudar. Empeño mi palabra.


viernes, 7 de febrero de 2020

«Custodia compartida», de Xavier Legrand, la realidad en estado bruto.


El drama de la separación y el uso de los hijos como ariete para la venganza o la ceguera de la Justicia ante situaciones explosivas.


Título original: Jusqu'à la garde
Año:2017
Duración: 93 min.
País: Francia
Dirección: Xavier Legrand
Guion: Xavier Legrand
Fotografía: Nathalie Durand
Reparto: Denis Menochet, Léa Drucker, Thomas Gioria, Mathilde Auneveux, Saadia Bentaïeb, Jean-Marie Winling, Martine Vandeville, Florence Janas, Jenny Bellay.


Existe un cine realista, fronterizo, en cierto modo, con el afán documental, por su amor a la veracidad y al relato objetivo, que nos ofrece películas que, despojadas de cualquier esteticismo o complicación narrativa, son como una pedrada en la frente que nos avisa de la crudeza de ciertas situaciones en las que jamás nos quisiéramos ver, como la de la presente historia: un matrimonio que acude ante la jueza que ve su caso porque el padre reclama, tras la huida de su mujer con sus dos hijos, el derecho a la custodia compartida, sobre todo de su hijo de once años, porque la hija está a punto de ser mayor de edad y no insiste, el padre, en reclamarla. Ante la jueza, el espectador, sin ningún tipo de información, solo puede identificarse con la representante judicial, que oye una y otra versión, de las abogadas y de los litigantes y no manifiesta ninguna inclinación hacia una u otro, posponiendo una semana la decisión. Que la situación es tensa y que ambos cumplen su papel de acuerdo con lo que les han dicho sus abogadas que hagan, es evidente, pero nada en claro se saca. La historia, así pues, arranca con una duda sobre los motivos de ella para poner tierra de por medio, de modo que él ni sepa siquiera dónde vive, para evitar ser localizada y que «suceda» algo que a ella parece helarle la sangre. Y sobre la necesaria presunción de inocencia respecto del comportamiento del padre, aunque, todo ha de decirse, la presencia física de este constituye, per se, un mensaje inequívoco, sobre todo frente a la fragilidad de ella: estamos em presencia de un hombrón enorme y de una mujer muy liviana, y entre ellos, un crío asustado que, como ha declarado por carta para la Justicia, se niega a vivir con su padre y prefiere seguir haciéndolo con la madre. Cuando llega la sentencia, que hace prevalecer la custodia compartida del título por encima de las diferencias conyugales, arranca una historia de terror psicológico que irá creciendo muy lentamente, porque el rencor profundo que alberga el hombre, y a pesar de sus muchos esfuerzos por no recurrir a la violencia que le estalla en los nudillos a cada momento, irá creciendo con cada secuencia y tendrá situaciones de verdadero pánico, para los protagonistas y para el espectador, como cuando él fuerza al hijo a revelarle el «piso secreto» donde viven, ambos hijos, con su madre, y se presenta ante ella sin más, y ello porque, según se deduce de la película, la mujer no lo ha denunciado nunca, sino que optó por la huida «a la francesa», lo cual, enseguida se advierte, es el origen del «fallo» judicial en el doble sentido de la palabra. La historia es la historia repetida ad náuseam de un hombre que ni comprende ni asume una relación de igualdad con su mujer, y que, amparado en su superioridad física, hace de ella algo así como la razón de ser de su pretendido dominio, por más que la mujer no esté dispuesta a aceptar semejante sinsentido. El hecho de que el niño, atemorizado de un modo con el que es imposible no empatizar, aunque ignoremos, cuando él se ve obligado a pasar algunos fines de semana con el padre, cuál es la razón del mismo, acceda, finalmente, a que se cumpla la orden judicial, inicia una larga serie de situaciones difíciles -tanto con su padre como de este con los suyos, porque los abuelos tratan a la criatura con infinito amor, pero acaban rebelándose contra su propio hijo, a quien acaban echando de casa por el modo como trata al nieto- que irán sucediéndose en un calculadísimo crescendo que nos lleva al clímax final que todos los lectores pueden imaginarse, dada la historia. No ha lugar pues a que el crítico chafe el final a los espectadores, porque el final está escrita desde la primera secuencia de la presencia de ambos ante el juez: él, con la serenidad del abusador aleccionado por su abogada; ella, paralizada por el terror de verse tan cerca del marido del que se quiere separar, aunque ni siquiera se haya tomado la molestia de denunciarlo en una comisaria y haya escogido lo peor: llevarse a sus hijos, como si fueran «exclusivamente» suyos, y desaparecer. A mitad de película todo está claro. Y cuando él, para poder acoger dignamente a su hijo se instala en casa de los padres y entre el equipaje que descarga advertimos, sin ningún énfasis del director con un plano corto, la presencia de una escopeta, ¿qué espectador no se imagina que por ahí ronda «lo peor», a pesar de que el padre le diga al hijo que saldrán a cazar, con total naturalidad? Quien haya visto Te doy mis ojos, de Iciar Bollaín, verá esta con la misma congoja y el terror indescriptible que supone exponerse, en este caso, a la violencia ciega de un hombre que se ha quedado, literalmente, sin vida y «marcado» socialmente como lo que es, un maltratador. En este sentido, la película va favoreciendo ese in crescendo del hombre que cree que tiene derecho a una segunda oportunidad, que se emperra en la cantinela de que «ha cambiado» pero quien, a las primeras de cambio, se deja llevar, cuando es contradicho o se le niega su expectativa de volver, por todos los demonios de la violencia. El hecho de que en todo momento ande el hijo de por medio acrecienta el terror de la situación, porque, al final, madre e hijo acaban convirtiéndose para él en una sola y única persona que le hacen la vida literalmente «imposible». Le ahorro al lector la descripción de los vivísimos momentos de terror que viven madre e hijo y, por supuesto, me niego a siquiera insinuar el destino final de los tres implicados en el conflicto. Lo que sí puede decirse con absoluta tranquilidad es que el grado de verismo de lo narrado es apabullante, y que los tres actores, los esposos y el hijo componen un trío que parece arrancado de una noticia de sucesos. ¡Magníficos, los tres! ¡Qué manera de hacernos vivir, para nuestro mal, lo que nadie se merece vivir, jamás! En la medida, además, en que no son parte del star system, los espectadores les damos un plus de credibilidad dramática que aún acentúa más el realismo de la película. Si existe el cine social, pongamos por caso el del célebre Ken Loach, esta película de Legrand lo es con total legitimidad y, además, nos ahorra el sermón políticamente correcto: las propias imágenes hablan por sí solas con una contundencia que mete espanto. Salimos del cine pensando que qué suerte que hayamos visto «solo» una película; pero lo cierto es que esos dramas insufribles los viven muchas mujeres cada día en cualquier rincón de nuestro país. No sé si lo que se necesita es «inteligencia emocional», pero lo que está claro es que lo que sí ha de cambiar es nuestra «educación sentimental», de modo que las relaciones de pareja o familiares no tengan los terribles referentes ¡y ascendentes! que aún siguen teniendo.

lunes, 3 de febrero de 2020

«Duelles» (“Instinto maternal”), de Olivier Masset-Depasse, o la mujer y el mal.



Un desafortunado título en español para una excelente película sobre el mal en toda su crudeza.

Título original: Duelles
Año: 2018
Duración: 97 min.
País:  Bélgica
Dirección: Olivier Masset-Depasse
Guion: Olivier Masset-Depasse, Giordano Gederlini
Música: Renaud Mayeur, Frédéric Vercheval
Fotografía: Hichame Alaouié
Reparto: Veerle Baetens, Anne Coesens, Mehdi Nebbou, Arieh Worthalter, Jules Lefebvres, Luan Adam.

Hace más de una semana me preguntaba qué película demoníaca o maldita iba a convertirse en la crítica 666, y la casualidad -que todo lo prevé- ha dispuesto que sea esta película belga de Olivier Masset-Depasse, un realizador belga que ya ha «atacado», con anterioridad, dos temas arduos: la inmigración ilegal y el terrorismo de ETA, en Ilegal y Santuario. Estamos, pues, ante quien se enfrenta con miedo a la desacralización del discurso feminista según el cual, a juzgar por las inexplicables afirmaciones de sus representantes, no existe la mujer «mala» o capaz de cometer actos perversos. Duelles, el título original que con su significado de “doble” o “dual” permite acercarnos mejor a la historia de eta película de terror psicológico con un final sorprendente sobre el que líbreme don Alfredo H. de decir ni mu, es una película llena de crudeza y dolor que acaba convirtiéndose en el detonante de un deterioro de la profunda amistad entre dos vecinas que las lleva al límite de la paranoia.
La estética de la película, que se acomoda a los años 60 en una urbanización de las afueras de una gran ciudad, remite inmediatamente al modelo usamericano de los suburbs y las típicas relaciones estrechas de vecindad, con fiestas compartidas, casas en las que se entra y se sale como en y de la propia, la amistad entre los niños de idéntica edad, etc.  Los coches aparcados a la entrada, las casas de dos pisos, e incluso el vestuario, todo está perfectamente seleccionado para que el espectador tenga la sensación de que está viendo una película usamericana de mediados de los 60, y digo yo que de ahí, y de la historia en la que enseguida entraré, los críticos han relacionado Duelles, con las películas de Hitchcock, Brian de Palma y otros. A mi modesto entender de simple aficionado, creo que, más allá de la estética, y atendiendo a la ética, o mejor dicha, a la ausencia o la perversión de la misma, esta película tendría un referente más ajustado en la película de Clouzot, Las diabólicas. Si allí las amigas se unían para cometer el mal; en la presente se enfrentan, pero con idéntico objetivo.
Pero adentrémonos en la historia para entender con claridad la situación terrorífica que el Realizador va dosificando a lo largo de la película con mano maestra, porque es capaz de mantenernos en la intriga más absoluta hasta el desenlace. Dos familias vecinas, amigas, comparten buena parte de su vida en un barrio residencial. El niño de una de las familias, la de la protagonizada por Veerle Baetens, protagonista de una película que me gustó particularmente, Alabama Monroe, de Felix Van Groeningen, es hiperalérgico a un buen número de alimentos, sobre todo cereales y frutos secos, razón por la que la madre, un punto histérica al respecto, está sobre él, controlándolo hasta la asfixia, mientras que la vecina, interpretada por la magnífica actriz habitual del Realizador, Anne Coesens, tiene una relación con el niño infinitamente más relajada, razón por la que enseguida advertimos lo cómodo que se siente con ella y lo tenso que se siente con su propia madre, tan controladora.
A poco de describirnos una relación tan armónica, un mal día, el hijo de la vecina relajada cae enfermo y se sube al alféizar de la ventana para tratar de rescatar al gato que se ha subido donde no debía y desde donde, ahora, no podía bajar. La vecina lo ve, le grita que se detenga y va corriendo a su casa, sube las escaleras y cuando abren la puerta del cuarto ven la ventana vacía, en perfecta elipsis de la muerte de la criatura.
A partir de ese momento, se inicia una guerra psicológica entre las dos mujeres, en primer lugar, y entre las familias, en segundo. Lo que hasta entonces había sido una relación fraternal adopta la aspereza de la desconfianza, de la atribución desmedida de responsabilidad a quien, según la madre del fallecido, podría haber evitado el fatal desenlace, y, finalmente, se llega al odio descarnado y exhibido de la manera más cruel posible.
En ese intercambio de sospechas y rencores, el hijo alérgico, harto de constatar que ambas mujeres disputan y se agreden psicológicamente sin piedad alguna por su culpa, decide subirse a la misma ventana desde la que cayó su amiguito y amenaza, en una escena llena de dramatismo, a ambas mujeres con lanzarse al vacío para acabar con una situación tan terrible. En última instancia, el chiquillo resbala y está a punto de caer, pero es salvado de ello por la madre rival, quien lo atrapa antes de que caiga hacia atrás.
Si bien ese incidente es el inicio de la «reconciliación» de ambas mujeres, no sucede lo mismo con el marido que ha perdido al hijo, quien no soporta la presencia del hijo de los vecinos, ni de estos, en su casa. Ello nos muestra, pues, que la terrible herida por la pérdida del hijo no entiende de sexos, a la hora de sufrirla. Es cierto que entre ambas mujeres parece que han recompuesto la amistad rota, pero incidentes como el de que el niño vaya a la cocina, durante una reunión de ambos matrimonios,  a ver qué puede «picar» antes de la cena, en vez de sus habituales barritas de zanahoria, contra el parecer de la madre, y volver con una asfixia provocada por el contenido de una bolsa de aperitivos, con la necesidad urgente de ser llevado a urgencias para que puedan administrarle los antihistamínicos o el pulmicort y el ventolín o la medicación que su caso exija, esa situación dispara de nuevo la paranoia de la madre respecto de que su amiga quiere acabar a toda costa con su hijo, en «justa» venganza por haber perdido el suyo…
Desde ese momento tan dramático, así pues, a la madre del niño vivo no habrá manera de quitarle de la cabeza que su amiga quiere acabar a toda costa con la vida de su hijo. La muerte de su suegra, que ella atribuye igualmente a la amiga dispara la tensión intramatrimonial y aleja a ambos cónyuges, porque el marido insiste en que su mujer necesita ayuda profesional para vencer esa paranoia que la está consumiendo. A pesar de que el espectador tiene más información que los personajes de la trama, en eso ha de alabarse la honestidad del Realizador, la evolución de la situación aún sufre unos giros que obligan al espectador a contemplar sobrecogido el terrible desenlace de la película: el mal en estado puro. Avisados quedan, los valientes que se atrevan con ella…
Por cierto, el niño alérgico es un actor como la copa de un pino. No siempre los niños actores acaban teniendo una carrera que consolide sus brillantes inicios, pero, o mucho me equivoco, o a este le aguarda un brillante futuro en el cine.
Los que tomamos la decisión de suscribirnos a Filmin tenemos la suerte de poder ver películas europeas de notable calidad que, de otro modo, jamás veríamos, dado el control usamericano de la distribución y exhibición en salas de las películas.