jueves, 23 de julio de 2020

«Burning», de Lee Chang-Dong, sobre un relato de Murakami.


Un thriller en el que al asesino se le busca como se busca la inspiración para una novela…

Título original: Buh-ning
Año: 2018
Duración: 148 min.
País:  Corea del Sur
Dirección: Lee Chang-Dong
Guion: Lee Chang-Dong, Jungmi Oh (Historia: Haruki Murakami)
Música: Mowg
Fotografía: Kyung-Pyo Hong
Reparto: Yoo Ah-in, Steven Yeun, Jun Jong-seo, Gang Dong-won, Mun Seong-kun.

La película tiene un reclamo literario de impacto, en efecto, pero Lee Chang-Dong no se ha limitado a transcribir el texto en imágenes, sino que ha construido un thriller sobre el silencio, las limitaciones expresivas y la capacidad de observación. Lo extraordinario del caso es que dichas limitaciones del protagonista marcan el ritmo del progreso de la trama, por eso la película se extiende más allá de lo que sería conveniente y de lo que los espectadores estamos dispuestos a conceder sin comenzar a ponernos «algo nerviosos»…
Un repartidor conoce a una chica que lo invita a charlar con ella en el descanso de su trabajo, un show de animadora en un local comercial, para acabar revelándole que se conocen, aunque él no se fijara en ella en el instituto porque aún no se había desarrollado físicamente. El laconismo del joven, que parece seguir muy distraído la conversación con ella, se resuelve en una relación que se estrecha, aunque ella ha estado ahorrando para viajar a África, «el viaje de su vida», y durante el cual le pide a él que alimente a su gata, a lo que él accede, aunque, y eso forma parte muy importante de la trama, ninguna de las veces en que va a su apartamento a cumplir con la obligación logra entrar en contacto con el felino, lo cual, unido a la tendencia fantasiosa de la joven, le lleva a pensar si no se tratará de una «compañera imaginario», por más que las raciones son consumidas, de una vez para otra.
De África vuelve la joven en compañía de un joven rico con  quien ha estrechado relaciones, tanto como las había estrechado con él, y, puesta en el brete de tener que escoger, se decanta por el joven rico, quien trata con cierta condescendencia al protagonista y con cínica distancia a una joven «trabajadora» que exhibe ante sus amistades como quien ha descubierto un animal exótico.
El joven regresa a su casa a hacerse cargo de su exigua explotación agrícola, porque su padre está siendo juzgado por agresión y, renuente a pedir ningún tipo de disculpas, será condenado a unos pocos años de prisión. Aún no lo he dicho, pero desde la conversación con la joven, de quien acaba enamorándose, el protagonista confiesa que tiene el proyecto de ser escritor, pero que aún no sabe sobre qué acabará escribiendo. Le suponemos, pues, ciertas dotes de observación, análisis, deducción, etc., y, por supuesto, una capacidad emocional que, en lo poco que dura su relación con su excompañera de instituto, mezcla con un peregrino sentido del humor.
La trama comienza a “agitarse” levemente cuando su excompañera desaparece y él comienza a seguir al joven rico. Hay una rivalidad «de clase» tan evidente que bien podríamos considerar que es un tema «estándar» del cine surcoreano, una sociedad muy exigente en la que las marcas sociales del triunfo se valoran especialmente. Como el trío se reúne varias veces, para comer, visitarse -el joven rico y su ¿exnovia? pasan un día en su casa, en el campo, muy cerca de la frontera con Corea del Norte, desde donde les llegan las proclamas de la propaganda norcoreana contra sus hermanos del sur- el interés del protagonista por conocer el origen de la fortuna del joven triunfador, ligándolo, al menos en su imaginación, al tráfico de drogas o cualquier otra actividad semejante, pero igualmente lucrativa, se acaba convirtiendo en una obsesión. En la noche del día que pasan juntos en la casa del pueblo, el antagonista le revela que su afición favorita es la de quemar invernaderos, y que, cuando menos se lo espere, reducirá a cenizas alguno de esa zona donde vive el protagonista.
La aparición de una nueva joven en la vida del antagonista, de características muy similares, sociales y culturales, a la de su excompañera de instituto dispara notablemente la ansiedad del protagonista, quien, desde ese momento estrecha el cerco de vigilancia sobre él, porque ella sigue sin aparecer, aunque nada indica que no haya sido voluntariamente…
El tempo lentísimo, de Largo musical, que domina la narración, sumado al carácter retraído del joven y el esforzado ejercicio de análisis de cuanto está viviendo, nos permiten perdernos en un laberinto de hipótesis que no se concretarán en una intuición convincente hasta que… Y ahí habrá de estar muy atento el espectador, porque es una clave que pasa casi totalmente desapercibida, salvo para quien ha hecho de la observación minuciosa todo un método de análisis. De entones en adelante, no diré que el ritmo se vuelve frenético, pero, con un objetivo más claro en mente de las posibilidades reducidas, todo avanza ya hacia un final sorprendente.
La morosidad de la cámara está en relación directa con la selección de planos, llenos de sugerencia, como los de los invernaderos abandonados, por ejemplo. Claro que hay una narración clásica, secuencias narrativas indispensables para seguir la trama, pero el director manifiesta una exquisita sensibilidad para buscar planos que, dado el mutismo del protagonista, su aparente torpeza para todo, tienen un alto poder significativo, y gracias a los cuales, muchos de ellos con cámara fija, nos vamos haciendo una idea más o menos certera del mundo interior del protagonista y de cómo… Perdón, eso ya pertenece al secreto del sumario. Permanecer en la lentitud, porque esta es una virtud transfiguradora del alma, tiene su recompensa…

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